JUEGOS OLÍMPICOS PARÍS 2024

Mira, Carlitos, si Nadal y Djokovic te felicitan, el oro puede esperar

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Emilio Pérez de Rozas

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Claro que todo el mundo compite para ganar. Claro que esa frase que se pronuncia cada año, antes de cientos de finales, no importa el deporte ni al altura de la competición, que dice que “las finales se ganan, no se juegan”, es cierta, muy cierta, incluso en los Juegos Olímpicos. Pero nada de todo eso está reñido con la educación, la deportividad, las buenas maneras, la urbanidad, el reconocimiento de que alguien ha sido mejor. Tan importante es saber ganar como saber perder. Saber reconocer que alguien ha sido mejor, te hace aún más grande.

Todo eso pensé cuando, anoche, leí el titular de mi compañero Francisco Cabezas sobre la auténtica diosa de estos Juegos: “Simone Biles fue la más grande estando en el suelo”. No era, no, solo un juego de palabras, era el homenaje a alguien, a la mejor, a la acaparadora del oro olímpico, que había tenido un comportamiento inmaculado, digno de una diosa, al ser la primera (y la que lo hizo con mayor euforia, incluso antes que sus compañeras de equipo) en felicitar a la brasileña Rebeca Andrade, que le había arrebatado su último oro con un ejercicio (casi) perfecto.

Preciosa reverencia

Fue Jordan Chiles, compañera inseparable de Biles, quien, a raíz de tanta reverencia hacia Andrade, dijo: “Rebeca es un icono y una leyenda por sí misma. Nuestra reverencia reconoce lo que todo el mundo debería hacer cuando gana alguien que ha puesto tanto trabajo y dedicación en la tarea”.

Y fue entonces cuando pensé en aquella frase tan desafortunada del madridista Dani Carvajal, capitán del Real Madrid, cuando el Barça ganó el clásico de pretemporada, en agosto del 2023: “Que estén tranquilos, que a la hora de la verdad, les pasaremos por encima”. Aunque fuese cierto, que lo fue, ¿hacía falta una frase así? No solo no hacía falta sino que, hace unos días, la repitió su compañero Thibaut Courtois, tras perder, de nuevo, el clásico USA: “Como dijo Carvajal el año pasado…” Que feo e innecesario, de verdad.

Simone Biles saluda a Rebeca Andrade en la entrega de premios, después del ejercicio de gimnasia artística de suelo, femenina en París

Simone Biles saluda a Rebeca Andrade en la entrega de premios, después del ejercicio de gimnasia artística de suelo, femenina en París / Gabriel BOUYS / AFP

No solo pienso en Simone Biles, no, pienso, por ejemplo, en otro ejemplo de deportividad y humanidad, el de la china He Bing Jiao, que estaba perdiendo y perdiendo de verdad, por mucho, frente a Carolina Marín y, al subir al podio, mostró el escudo olímpico de España al lado de su medalla de plata.

O pienso en esa twitter del protestón y, a menudo, poco agradable Novak Djokovic, un auténtico monstruo sagrado del tenis, sí, sí, consolando, felicitando y mostrándole su admiración al ‘perdedor’ Carlos Alcaraz (¡caray que fue plata!), anunciándole que se va a forrar su casa con medallas de oro “pues tienes un montón de Juegos Olímpicos por delante”.

Y recuerdo a los dos hombres más veloces de la tierra, el norteamericano Noah Lyles y el jamaiquino Kishane Thompson, abrazados, mirando el videomarcador del estadio parisino donde repetían la final de los 100 metros y uno diciéndole al otro “creo que has ganado tú, no, no, me parece que has ganado tú”. Y, cómo no, felicitándose al final con enorme señorío.

Saludo de Djokovic y Alcaraz tras la final de tenis de Paris

Saludo de Djokovic y Alcaraz tras la final de tenis de Paris / AP/Manu Fernandez

Fue Samu, y Cubarsí, y Fermín, y Peña, quienes consolaron ayer a los jóvenes futbolistas marroquíes después de ganarles la semifinal y convertirse en candidatos al oro. Porque, seguro, nada consuela más que el abrazo del adversario, que no enemigo, en un partido decisivo o casi.

Lo que duele es que todos esos detalles, todos esos gestos, que deberían ser habituales, que deberían formar parte del deporte, incluso del deporte al más alto nivel, que deberían ser gestos cotidianos en nuestras vidas, se conviertan en noticia, pues significa que sus protagonistas nos han enseñado, descubierto, algo que no vemos habitualmente y es, como señala Jordan Chiles que alguien ha sido mejor, algo mejor, mucho mejor, no importa, mejor, que tú. Repito, esa felicitación es la que más vale. Mucho más que el oro. Es un reconocimiento único. Alcaraz se llevó la felicitación de Djokovic y Rafa Nadal ¿qué quiere más? El oro puede esperar.