JUEGOS OLÍMPICOS PARÍS 2024

Por qué no dejamos que Rafa Nadal se retire cuando, donde y como quiera

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Emilio Pérez de Rozas

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No tengo ninguna duda de que España es el peor país del mundo para retirarse, para jubilarse, para dejarlo, para apartarte, para dar un paso al lado. Si lo dejas, si te jubilas, si te apartas,¡ uy!, por algo será, algo ha pasado, algo habrás hecho (mal), estás enfermo, estás acabado, ¡qué sé yo!

No seré yo quien cuestione que alguien, quien sea, decida cómo acabar su vida laboral o deportiva. No seré yo quien de consejos de qué hacer y cómo hacerlo. Pero, desde luego, lo que no pienso hacer es hablar mal, ni hoy ni nunca, de alguien como Rafa Nadal.

Sé que muchos, especialmente muchos ‘no españoles’, le consideran un señor de derechas, un amigo del PP, un colega de los Reyes, un madridista de toda la vida y, desde hace unos meses, vendido al oro de los riquísimos árabes. Vaya, como todos en esta vida, desde políticos hasta artistas y todo tipo de empresarios y compañías. Todos. Los que así piensan son los que van diciendo, pregonando y vendiendo que Nadal hace ya tiempo que debería haberse retirado.

Ninguno de ellos está en su piel. Es evidente que ninguno de ellos es y ha representado para España, el país, su imagen y la del deporte español, lo que ha sido y representado Rafa Nadal, a nivel mundial. Eso, al parecer, no cuenta.

Trayectoria inmaculada

Haber sido el mayor representante que ha tenido España en el mundo durante décadas, haber defendido todo lo español e, incluso, el catalán (allí donde va Rafa Nadal, se habla catalán y todos, todos, los suyos, todos, hablan catalán, estén donde estén del mundo), haber sido la imagen más pulcra, educada, deportiva y sensata de España, no haberle pillado, nunca, jamás, con un gesto, por ejemplo, parecido al protagonizado ayer por Novak Djokovic,  en la Philippe Chatrier, de Roland Garros, mientras le ganaba, tampoco parece contar a favor del tenista de Manacor.

Hay demasiado gente, en el mundo, en el planeta, que admira a Rafa Nadal (los Juegos Olímpicos de París están siendo el mejor y mayor ejemplo), como para dar la razón a esos que envidian, no solo su vida, sino su palmarés (casi inigualable), su fortuna, sus familias y la imagen que le convierten en el hijo, padre, hermano, nieto, cuñado, alumno, amigo, ideal.

Rafael Nadal  saluda tras perder su partido de segunda ronda contra Novak Djokovic en los Juegos de Paris 2024

Rafael Nadal saluda tras perder su partido de segunda ronda contra Novak Djokovic en los Juegos de Paris 2024 / REUTERS/Violeta Santos Moura

Todo el mundo es capaz, en esta vida, de decirte lo que tienes que hacer, lo que más te interesa y, sobre todo, cómo debes hacerlo. Una cosa es que tú consultes, hables, dialogues, medites y otra, muy distinta, que cualquiera crea saber cómo debes poner punto y final a tu carrera para evitar comentarios impertinentes, inadecuados, groseros, a todas luces innecesarios e injustos.

Rafa Nadal se ha pasado la vida compitiendo, trabajando duro, no diría que sacrificándose, porque le encanta lo que hace, por qué lo hace y por quién lo hace. Es evidente que le hubiese encantado tener, protagonizar, un final mejor, menos duro, más acorde con su carrera, más dulce y feliz. Pero él mismo piensa que, con la carrera tan maravillosa que ha tenido, algún peaje debía pagar y, tal vez, sea este final poco brillante en lo deportivo pero tremendamente emotivo y cariñoso en lo emocional, el que le toca vivir. A Nadal lo admiran en todo el mundo. Y, sí, lo consideran un ejemplo.

El público ama a Nadal

Esos que lo juzgan de derechas, español, del Real Madrid y amigo de los petrodólares desconocen que Nadal ha vivido, se ha alimentado, se ha recargado y mantenido vivo gracias, en parte, a la fuerza, la energía, la pasión, el roce y el cariño que la gente, la afición (el mundo es muchíííííísimo más grande que la España celosa) le ha suministrado a lo largo de las últimas décadas.

Muchos, muchísimos, por no decir todos, los títulos, grandes y pequeños, que ha ganado Rafa Nadal han sido gracias, casi siempre, a que el público, fuese donde fuese, estaba con él, disfrutaba con él, le quería y quería verle ganar.

Y, en ese sentido, estaría bien que muchos, no digo todos, pensásemos que Rafa Nadal no quería cerrar su carrera (si es que, finalmente, dice adiós, cosa que yo, personalmente, no tengo aún muy clara) sin despedirse de los suyos, del público, de los deportistas, de las organizaciones, de los dirigentes, de los medios de comunicación.

Novak Djokovic y Rafa Nadal se saludan al finalizar su partido correspondiente a la segunda ronda de la competición de tenis en los Juegos de en Paris 2024

Novak Djokovic y Rafa Nadal se saludan al finalizar su partido correspondiente a la segunda ronda de la competición de tenis en los Juegos de en Paris 2024 / Oscar J. Barroso / AFP7 / Europa Press

Rafa Nadal está en la Villa Olímpica, está en estos Juegos no para perseguir más oro o el oro, sino para recibir, contagiarse y retroalimentarse con el cariño de la gente. No olvidemos que Nadal ya ha ganado el oro olímpico individual (Pekín 2008) y de dobles (Río de Janeiro 2016). Los días de Nadal en París son días de miles de abrazos, millones de selfis, fotos, autógrafos, gritos de ánimo y, sobre todo, admiración, roce, agradecimiento.

Una figura tan grande, tan inmensa, que nos ha hecho sentirnos tan felices y disfrutar tanto tiene, digo yo, no sé, ustedes juzgarán, el derecho de irse cuándo, dónde y cómo quiera.

Es más, por duro que sea, que lo es, Nadal decidió en su momento formar parte del equipo español que iba a competir en los JJOO. Por más que le costase, tenía la obligación, como así ha sido, de competir en los dos torneos que se había comprometido a jugar, el individual y el dobles.

Cumplir lo pactado

Decidir, como se había meditado en la expedición española, jugar solo el doble suponía que Nadal le había arrebatado la posibilidad de jugar el torneo individual a otro tenista español y por eso Rafa decidió saltar a la pista en todos y cada uno de los partidos que le tocaban.

Para Nadal, hubiese sido comodísimo haber renunciado al torneo individual y dedicarse solo al dobles, donde tiene, sí, buenas posibilidades de ganar el oro y, quien sabe, si jubilarse mordiendo esa medalla, como ha mordisqueado tantos y tantos trofeos, casi 100, en su brillantísima y (casi) única carrera deportiva.

No pretendo que ninguno de ustedes comparta mi opinión, ni mucho menos. Para gustos, colores, pero me parece muy lamentable, doloroso, injusto y descorazonador, maltratar ahora con miles de comentarios inoportunos al mejor deportista español de todos los tiempos.

Rafa Nadal ha hecho tanto, tanto, por el deporte español, que, como poco, se merece elegir cuándo, dónde y cómo quiere poner punto y final a su estratosférica carrera deportiva.