JUEGOS OLÍMPICOS PARÍS 2024

Hay medallas que solo significan un reconocimiento y medallas que significan media vida o más

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Emilio Pérez de Rozas

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No hay otro escaparate como los Juegos Olímpicos. Los Juegos, no solo permiten a la ciudad y al país organizador mostrarse al mundo durante todo un mes (Francia, en ese sentido, está siendo única: el otro día, durante la retransmisión de la prueba contrarreloj de ciclismo, aparecieron más monumentos y estatuas que ciclistas), sino que permite algo mucho más hermoso y, sobre todo, gratificador: mezcla todos los mundos habidos y por haber en el Deporte, sí, con mayúscula.

Me refiero, no solo, a la presencia en un mismo evento, en una competición de repercusión mundial, de deportistas tremendamente minoritarios, aquellos que, por desgracia, por nuestra culpa o la culpa de todos, solo aparecen en los medios cada cuatro años, y las grandes estrellas megaprofesionales de los deportes más masificados. Por no hablar de que la cita permite la participación de todo el mundo. Y todo el mundo significa que la delegación española cuenta con la jovencísima ‘skater’ Natalia Muñoz, de 15 años, y el veterano jinete Antonio Jiménez, de 65.

El valor de las medallas

Han sido suficientes tres días de competición para comprobar que la pasión, la emoción, la tensión, la devoción que todos los deportistas, sean famosos o no, practicantes de deportes mayoritarios o minoritarios, está por encima de cualquier otro concepto y vivencia. Todos, absolutamente todos, están ahí para competir y soñar, tratando de lograr un reconocimiento público y, por descontado, un trofeo, una medalla.

En los Juegos también se mezclan, se juntan, se relacionan, deportistas para los que el oro, la plata o el bronce significa solo un premio más, un trofeo más, hermoso, vibrante, porque lo han conquistado defendiendo a su país y deportistas que, al conquistar ese metal, el que sea, dan el paso más grande, inmenso, tremendo, en su vida personal, deportiva y profesional.

Alguien que lo ha ganado todo, como Rafa Nadal o LeBron James, no están en París 2024 por el metal, aunque lo perseguirán como todos. Están ahí para vivir y disfrutar una experiencia única. Sin embargo, para Fran Garrigós, su bronce en judo es media vida y, por tanto, debemos entender el dolor de Maialen Chourraut al perder la posibilidad, de momento, de conseguir su cuarto metal olímpico.

Rafael Nadal golpea de derecha en losJuegos Olímpicos de Paris 2024

Rafael Nadal golpea de derecha en losJuegos Olímpicos de Paris 2024 / AP/Manu Fernandez

Ser olímpico es muy distinto a ser deportista profesional de un deporte de masas. Ser olímpico significa, para muchos, media vida y ganar metal, la otra media. Se es campeón olímpico cuatro años seguidos. Por ejemplo, el gran, el inmenso, el velocísimo Remco Evenepoel fue superado en el reciente Tour por dos prodigiosos ciclistas, Tadel Pogacar y Jonas Vingegaard. Pero, a los siete días, conquistó el oro, el maillot arcoíris, que lucirá en el pelotón siempre que quiera ¡y durante cuatro largos años! Cierto, el oro olímpico no es comparable a un Tour, pero Evenepoel se ha colocado ya en el Olimpo de los dioses.

Esos gestos únicos

Ni Rafa Nadal y LeBron James necesitan la popularidad, el dinero, la repercusión, el marketing, la fama, la gloria, que proporciona estar y ganar unos Juegos Olímpicos, pero, como deportistas, quieren disfrutar de ese ambiente, de ese momento y, sobre todo, compartir su experiencia con las nuevas generaciones, recibir el cariño y la devoción que se han ganado. Solo hay que ver cómo se comporta Nadal, en la pista, con Carlos Alcaraz y como LeBron James maneja los discursos de antes, durante y después de los partidos en los corros de los niños de la NBA, del nuevo ‘dream team’.

Pero para miles de deportistas modestos o de deportes minoritarios, los JJOO, su markenting, su repercusión, su gloria, sus trofeos, su aparición en pantalla es la recompensa a más, mucho más, de cuatro años de esfuerzo. Para ellos, la medalla les soluciona buena parte de su futuro o los pone en el camino de sobrevivir, de vivir, gracias a su disciplina, a su esfuerzo, a su sacrificio.

El estadounidense LeBron James en los Juegos Olímpicos de Paris 2024

El estadounidense LeBron James en los Juegos Olímpicos de Paris 2024 / AP/Michael Conroy, Pool

Por eso se comprende, se entiende, la desesperación de muchos al perder ese tren, pues no saben cuándo volverá a surgir. Tanto Rafa Nadal como LeBron James tendrán, al día siguiente de acabar los Juegos, otro reto a la semana siguiente. Y otro. Y otro. Ellos, no, ellos se lo juegan todo en quince días. O en una semana. O en un combate.

Ahora que Ferran Monegal nos deja sin sus maravillosos y punzantes textos sobre televisión, sería estupendo que estos días olímpicos nos permitieran captar, en toda su extensión, los momentos especiales, únicos, vibrantes, tremendos, de alegrías y decepciones, de felicidad y tristeza, más, incluso, que sus logros o derrotas de todos estos deportistas. Esos gestos, esas caras, felices o tristes, son el reflejo de una vida, de unos JJOO.

Porque no hay nada más tremendo que contagiarse de esa pasión, te llames Natalia Muñoz o Rafa Nadal. Ell gigante Pau Gasol, otro que lo ha ganado todo, otro que ha vivido en el mundo más opulento del deporte mundial, reconoció, en la alfombra roja de París 2024, el pasado viernes, que “los Juegos Olímpicos son otra cosa, no tienen nada que ver con nuestro día a día”. Es un lugar, contó, donde se convive, compartes y te sientes cómplice de miles y miles de deportistas. A todos, les une la pasión por el deporte y la lucha por la conquista de medallas. A todos por igual, aunque el valor sea distinto.