JUEGOS OLÍMPICOS PARÍS 2024

Mayo de 1990: el mes en que EEUU se enamoró de Barcelona-92 gracias a Maradona

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Emilio Pérez de Rozas

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Es posible, sí, que París no necesite unos Juegos Olímpicos para situarse en el mapa, en el mapa de las grandes ciudades del mundo. Puede ser, pero mañana les explicaré algo gordo que ocurrió antes de la nominación de Barcelona-92 para que entiendan a lo que me refiero, es decir, a lo que suele ocurrir si eres demasiado prepotente.

Francia, París, los franceses son algo tan grande, que no necesitan de proyecto alguno (o eso piensan ellos) para considerarse el centro del mundo. Y hacen bien ¡qué caray! Es muy posible que estos días se escuchen por las calles de París comentarios como “¡esto no lo necesitamos! ¡somos París!”

Estos días, he leído sesudas tesis doctorales sobre si unos JJOO son o no beneficiosos para la ciudad y el país que los organiza. Menuda tesis ¡claro que son beneficiosos!, todo depende de cómo los organices, de cómo te aprovechas de ellos, los utilizas y, sobre todo, de lo sumiso que seas con el COI. Puede ser que lo de París, que va por sus terceros Juegos, sea otro lujo que se conceden los franceses, pese a que, de momento, los parisinos no parecen demasiado entusiasmados con el evento, ni siquiera con la idea de que, el año que viene, igual pueden bañarse en las playas del Sena, tras invertir su país 1.500 millones de euros en limpiar sus aguas. El escándalo del reciente Argentina-Marruecos de fútbol es, sin duda, un toque de atención a 48 horas de la inauguración. Miau.

Barcelona sí los necesitaba

Para Barcelona, ahora que han pasado 32 años y muchos más de la reconstrucción de la ciudad, es evidente que los JJOO sí fueron la palanca que la situó en el mapa mundial, más si nos referimos a EEUU, no solo el país más olímpico sino el más poderoso. Y lo fue porque, desde el primer día y contra viento y marea, Pasqual Maragall y Josep Miquel Abad, los genios de aquellos Juegos que han sido irrepetibles, defendieron que el evento estaría al servicio de la ciudad y no al revés. El COI se molestó, se enfadó pero, al final, acabó convirtiendo el 'modelo Barcelona' en el ejemplo a seguir.

“No somos conscientes, y deberíamos serlo”, me contó Josep Miquel Abad cuando, de pronto, sonó que Barcelona meditaba volver a pedir unos Juegos, “pero nuestros Juegos están aún tan presentes en el mundo olímpico que sonaría extraño que los volviéramos a pedir, pues millones de personas tienen la sensación de que los hicimos hace 10 meses. Aún están ahí, presentes en la memoria de todo el mundo. Nunca engañamos al COI ni a los ciudadanos. No tenía sentido hacerlo. Era vital para todos que Barcelona entendiese que iban a ser unos Juegos para la gente y no algo superestructural al servicio de un decorado inmenso y de una especie de liturgia que no tenía nada que ver con nosotros. Cuando pregonábamos que Barcelona necesitaba una palanca para transformarse era verdad, no era una frase promocional, vacía, creativa”.

Diego Armando Maradona vive aún en Nápoles.

Diego Armando Maradona vive aún en Nápoles. / JESÚS ROBLEDO

Barcelona estaba trabajando duro para demostrar su grandeza y, fruto de esa dedicación, habilidad, profesionalidad y honradez (han pasado 32 años y no ha habido ni un solo caso de corrupción cuando, el año pasado, la policía entró en el Comité Organizador de París 2024 sospechando que algo no se hacía bien), fue el golpe de suerte que le proporcionó, sí, Diego Armando Maradona.

Lo he contado alguna vez, pero déjenme que lo vuelva a explicar porque lo que ocurrió fue vital para el éxito de aquellos JJOO. En mayo de 1990, el ‘Pelusa’ dejó plantado, en Nápoles, al periodista deportivo más importante de EEUU: George Vecsey, articulista del New York Times. Vecsey acudió a entrevistar a Maradona y Dieguito le dijo, tras un entrenamiento, que estaba cansado y que volviese otro día, otra semana, otro mes.

Vecsey llamó, desesperado, a sus jefes y les dijo que Maradona le había plantado. Así, tal cual. Le había citado un mes antes y, cuando fue a entrevistarle, le dijo que no le apetecía. “¿Qué hago?” Y sus jefes le dijeron “ya que estás ahí (ahí era Europa, claro, muy, muy alejada de EEUU), pásate por Barcelona y, tal vez, puedas aprovechar el viaje para ver cómo es esa ciudad, qué están haciendo y que Juegos nos esperan".

Ciudadanos se dirigen hacia la zona olímpica, en Montjuïc, durante los Juegos de Barcelona

Ciudadanos se dirigen hacia la zona olímpica, en Montjuïc, durante los Juegos de Barcelona / ARCHIVO

Mi amigo Alex Martínez Roig, amigo personal de Vecsey, al que conoció en Roland Garros y Wimbledon, me pidió que fuese el 'sherpa' de Vecsey en Barcelona, lo pasease por la ciudad y, de la mano de Martí Perarnau y Pedro Palacios, le porporcionase todo tipo de información, visitas y entrevistas, cómo no, con Maragall y Abad. Menos en carroza, Vecsey se paseó por la ciudad, por sus barrios, por las instalaciones olímpicas, por el Camp Nou, por la Barceloneta, por Montjuïc, como si fuese el mismísimo presidente del COI. Habló con quien quiso, almorzó en las terrazas, se paseó por la ciudad y se contagió de la magia, generosidad y complicidad de los barceloneses.

Una vez regresado a Nueva York, Vecsey publicó una serie de artículos, concretamente tres, en ‘la biblia’ del periodismo mundial, que significaron un auténtico espaldarazo para Barcelona-92. Lo que más le gustó a Vecsey, y así lo describió en sus textos, fue la ciudad, las terrazas, sus gentes, las Ramblas, el Borne, Gràcia, la Boqueria, la Barceloneta, la amabilidad de sus habitantes, el roce, el contacto, el encanto y la pasión que los barceloneses ponían en sus JJOO.

La noche antes de regresar a Estados Unidos, nuestro hombre en Nueva York me pidió dos últimas horas de conversación para ordenar sus apuntes. Creánme, no había nada que ordenar, lo tenía todo clarísimo. Fueron dos horas maravillosas, solo equiparables a los tres reportajes que publicaría en su diario nada más pisar NY, cuyo contenido (y elogios) colocarían a Barcelona en el mapa mundial.

Dos turistas se fotografían con la torre Eiffel de fondo

Dos turistas se fotografían con la torre Eiffel de fondo / AFP/LUIS ROBAYO

En la charla de despedida, Vecsey me pidió un último favor. Dispara, le dije. “Verás, yo he estado en muchos Juegos, pero los vuestros, por su gente, la ciudad, por lo que he detectado, por la complicidad de sus habitantes, van a ser los más hermosos de vivir. Van ser unos Juegos para y por la gente, así que tienes que alquilarme un piso en un barrio, para que pueda vivir este maravilloso acontecimiento en compañía de mi esposa. Mis compañeros vivirán en la Villa de Prensa o en hoteles, pero yo sería un idiota si me perdiese lo mejor de esta sede: su vida, sus calles, su gente, sus terrazas, su comida».

Vecsey tuvo su piso, se lo buscó mi amigo Josep García Miquel. Desayunó, comió, merendó y cenó en terrazas, tascas, barras, restaurantes y bodegas. Su esposa, las mejores vacaciones de su vida, repletas de caminatas, museos, comidas al aire libre y noches especiales. Y Barcelona, la resonancia que merecía ya que, en aquel mágico mes de mayo de 1990, Vecsey publicó el primero de sus reportajes en las páginas del New York Times, con el título ‘Antonio Gaudí ya está listo para los Juegos de 1992'.

En aquel primer texto, un entusiasmado Vecsey, que se había enamorada de Barcelona, empezaba diciendo: «Todos los Juegos Olímpicos tienen una figura relevante. Roma-60 tuvo a un boxeador de nombre Cassius Clay. En Montreal-76, emergió la gimnasta Nadia Comaneci. En Seúl-88, vimos correr al veloz Ben Johnson. Pues Barcelona-92 ya tiene su figura: Antonio Gaudí».

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