Historia

El puño del golf

Se cumplen hoy cuarenta años del triunfo de Seve Ballesteros en Saint Andrews, el día que regaló la imagen más incónica de la historia de su deporte

Severiano Ballesteros celebra su victoria en el Open de 1984.

Severiano Ballesteros celebra su victoria en el Open de 1984.

Juan Carlos Álvarez

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Para Severiano Ballesteros regresar a Saint Andrews, el legendario hogar del golf, le generaba sentimientos contrapuestos. Recuerdos hermosos, pero también una considerable rabia. Tan suya, tan reconocible. En 1978 ese campo, el más célebre del Reino Unido, fue escenario del brutal impacto que un chico de Pedreña completamente desconocido, que había aprendido a jugar colándose por la noche en el campo que había próximo a su casa, generó en el golf mundial. Con solo veinte años, sin apenas experiencia internacional, Ballesteros se presentó en el Old Course de Saint Andrews para pelear durante todo el fin de semana por su primera victoria en un grande. Su agresividad, su talento, su furia sacudieron los cimientos del golf como nadie había hecho antes. No le impresionó verse cara a cara junto a Jack Nicklaus, Tom Watson, Ray Floyd, Tom Kite, Nick Faldo, sus ídolos, las referencias con las que había crecido. Llegó allí para decirles que su tiempo estaba cerca de acabarse.

El cuento de hadas de Severiano en Saint Andrews acabó el sábado después de cerrar la segunda jornada como líder empatado con el americano Ben Crensahw y el japonés Isao Aoki. Ese día Saint Andrews puso a prueba la templanza del joven insolente que creía que todo era posible. El viento que llega desde esas playas tan próximas (las mismas en las que se grabó la célebre imagen de 'Carros de fuego') arreció con fuerza para empeorar las tarjetas y premiar la experiencia y la calma. Severiano, contagiado por el entusiasmo que generaba a su alrededor, atacó sin desmayo y el campo acabó por cobrarse su factura. Una vuelta de 76 golpes le alejó de la cabeza y aunque el domingo volvió a mejorar no fue lo suficiente para meterse de nuevo en la pelea por un título que levantó el gran Jack Nicklaus. Ballesteros lloró de rabia aquel fin de semana, pero con el tiempo siempre dijo que le vino bien el aprendizaje recibido en Saint Andrews y que ganar en su primera aparición en un grande podría haber tenido consecuencias fatales para su carrera. No se equivocaba mucho porque solo doce meses después, en Royal Lythan, Seve se convirtió en el ganador más joven de la historia del Open Británico con solo 22 años. El enamoramiento que su aparición había causado en el Reino Unido un año antes se transformó en amor incondicional tras aquel recital de golpes imposibles, de recursos, de imaginación y talento alrededor del green. Allí nació “Sevy” para los británicos e irlandeses, el dios al que adorarían hasta el último día.

En 1984 el sistema de rotación del Open Británico llevó de nuevo el torneo a Saint Andrews, donde se juega cada seis años. Era el esperado reencuentro de Severiano con el Old Course, el escenario que le había dado la primera lección importante de su carrera. Desde la anterior ocasión en que se habían visto, el español había conquistado el Open de 1979 y los Masters de Augusta de 1980 y 1983. Palabras mayores. Ya era la principal atracción y el favorito del público incluso por encima de los jugadores británicos, algo que gente como Nick Faldo nunca acabó por encajar demasiado bien.

No estaba siendo 1984 un año especialmente bueno para Severiano y en aquel comienzo de torneo las miradas apuntaban de forma permanente a Tom Watson. El norteamericano, tal vez en el mejor momento de su carrera, era el indiscutible favorito para la victoria final y, de hecho, el principal aliciente de aquel fin de semana era saber si sería capaz de convertirse en el primer jugador de la historia en encadenar tres triunfos de forma consecutiva en el Open Británico e igualar a Harry Vardon, el único de la historia que ha sido capaz de llevarse la Jarra de Clarete seis veces para su casa. Una hazaña impensable, pero que el americano acariciaba. Faldo, Greg Norman y Nicklaus parecían sus mayores amenazas mientras Severiano, que no había estado en la pelea desde su triunfo en 1979, aparecía en un segundo plano en el cuadro de favoritos cuando el torneo se puso en marcha el jueves 19 de julio.

Pero Severiano Ballesteros y Saint Andrews no tardaron en entenderse. En su primera vuelta al viejo campo el español se colocó entre los primeros gracias a una vuelta de tres golpes por debajo del par. El torneo había encontrado la sorpresa del día en el joven escocés Bill Longmuir, de apenas veinte años, que se convirtió en el primer líder; y la decepción en Watson que protagonizó un estreno desconcertante, penalizado sobre todo en el temible hoyo 17, aunque no tardaría en devolver las cosas a su sitio. En la segunda jornada Ian Baker-Finch, un australiano que disputaba su primer grande, se colocó al frente de la clasificación con Ballesteros segundo a dos golpes. Era como recrear casi la situación vivida por el cántabro seis años atrás. Faltaba por ver su respuesta a esa situación que le superó en 1978. Pero el sábado fue el día de Tom Watson que vivió una de sus mejores tardes en el Open Británico (palabras mayores teniendo en cuenta su rendimiento en ese torneo) y se encaramó al liderato con dos golpes de ventaja sobre Ballesteros y el alemán Langer. No se contemplaba otra posibilidad que la victoria del jugador nacido en Kansas City, un tipo implacable que gestionaba la presión con una suficiencia insultante como tantas veces había demostrado a lo largo de su carrera. Harry Vardon, que ganó su último Open en 1914, estaba a punto de tener por fin compañía. Todo se organizó pensando en Watson e incluso se especuló durante unas horas con que Ronald Reegan, presidente en aquel momento de Estados Unidos y gran aficionado golf, podría acudir a Saint Andrews para ser testigo de ese momento.

Pero en la fiesta de Watson apareció Severiano. Langer, que compartía el partido con el español y Baker-Finch, no tardaron en ceder y la tarde del domingo se convirtió en un mano a mano entre los dos mejores del mundo en aquel momento. Una multitud que no podía ocultar su complicidad con Ballesteros les siguió en su recorrido. El arranque espectacular del cántabro le permitió enjugar muy pronto la diferencia para que el dramatismo fuese aún mayor. Ventajas mínimas a favor de uno y otro mientras caían los hoyos y la tensión se hacía insoportable. El ambiente refrescó y Seve buscó en la bolsa el jersey azul marino con el que había ganado cinco años atrás en Royal Lythan su primer Open. Los dos jugadores llegaron igualados con once golpes bajo el par al hoyo diecisiete, el más complicado del campo, el que se les había atragantado a ambos durante todo el fin de semana (Seve hizo bogey los tres días) y el que estaba condenado a dictar sentencia. En su salida, Ballesteros se fue a la hierba alta, a una zona complicada pero que le ofrecía alguna posibilidad. Desde allí agarró un hierro seis y en medio de un silencio sepulcral su “swing” sonó como nunca. Limpio y enérgico al mismo tiempo. El sonido del impacto aventuraba el resultado final. La bola cayó en la parte delantera del green en medio del rugido del público, una zona desde la que no tuvo problemas para hacer el par. El compromiso era ahora para Watson.

Desde el tee del último hoyo Severiano vio a su rival en mitad de la calle del diecisiete, perfectamente ubicado. Su cabeza le decía que solo sería campeón del Open si cerraba la vuelta con un 'birdie'. Watson dio un pésimo segundo golpe, pero Severiano no lo supo en ese momento. Le habría permitido ser algo más conservador. Fiel al instinto y al genio que llevaba dentro, jugó el último hoyo con agresividad y precisión para concederse un complicado 'putt' de 'birdie'. Ejecutó el golpe con mimo y apoyándose en el borde derecho del hoyo. La bola rodó durante cuatro segundos y pareció dormirse junto al agujero hasta que finalmente cayó en él. Pocas veces Saint Andrews ha sido escenario de una explosión de júbilo semejante. El público enloqueció y allí, en mitad del 'green' del dieciocho, vestido con su característico pantalón y jersey azul marino, Severiano gritaba “lo metí, lo meti”. Y su puño derecho se lanzó al aire de forma repetida para regalar una de esas imágenes icónicas de la historia del deporte, seguramente la más famosa desde que existe el golf y que se convirtió en el logo que el cántabro puso a sus empresas. Watson escuchó desde el diecisiete el griterío y supo que todo había terminado para él. Ballesteros siempre proclamó que aquella tarde gris en Saint Andrews, el lugar sagrado para cualquier jugador de golf, fue el día más grande de su vida deportiva. Hoy se cumplen cuarenta años de aquel día.

Suscríbete para seguir leyendo

TEMAS