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La atleta que ganó "por tetas", el tirador manco que se colgó un oro y otras 400 anécdotas de los Juegos Olímpicos

Un libro ha reunido las historias más insólitas -y a menudo menos gloriosas- de las 32 citas olímpicas vividas desde Atenas-1896

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Final de los 100 metros femeninos de Moscú-80, ganada "por tetas" por la soviética Lyudmila Kondratyeva

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Juan Fernández

Juan Fernández

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No sabemos cómo lucirá el medallero el próximo 11 de agosto en la clausura de París-2024, pero es seguro que la memoria del olimpismo habrá acumulado en los 17 días anteriores un buen número de anécdotas y lances menores que se sumarán a la larga historia íntima y humana de los Juegos.

Cada cuatro años –y van ya 32 ediciones- la mayor concentración de deportistas del mundo da lugar a un sinfín de demostraciones de esfuerzo, triunfos y récords, pero también a situaciones imprevistas que rebasan la esfera de lo deportivo. Un atleta que llega tarde a una final porque se quedó dormido, un púgil que no puede competir porque le robaron los guantes de boxeo, un nadador que descubre con sorpresa que no lleva nada bajo el albornoz al ir a saltar a la piscina…

El periodista y escritor argentino Luciano Wernicke lleva años entregado a la tarea de recopilar estas anécdotas (también lo ha hecho con los Mundiales de fútbol y la Copa Libertadores) y ahora acaba de publicar una edición actualizada de ‘Historias insólitas de los Juegos Olímpicos’, el libro que sacó en 2012 haciendo honor al título, y al que ha añadido las situaciones más rocambolescas que se han vivido en las tres últimas citas hasta completar más de 400 historias que ponen el contrapunto azaroso, extravagante y a veces descacharrante al rutilante relato de las Olimpiadas y sus medallas.

Sorpresas

La atención mediática y el derecho a figurar en el libro de oro del olimpismo se los suelen llevar los del pódium, pero la historia de los Juegos también se compone de avatares como el que vivió el corredor sudafricano Len Taunyane en San Luis-1904, cuando se vio obligado a perderse por un maizal para esquivar a un perro rabioso que salió a su encuentro en pleno maratón –a pesar de la espantada, llegó noveno a la meta-; o el bochorno que pasó la nadadora alemana Hilde Schrader al descubrir que se le había roto el bañador en plena final de la prueba de espalda en Ámsterdam-1928, que acabó en tiempo récord y con los pechos al aire. 

La descripción que Wernicke hace de las primeras citas olímpicas resulta especialmente chocante leída con los ojos de hoy. Cuesta creer que los organizadores de Atenas-1896 se negaran a incluir el fútbol en los primeros Juegos de la era moderna “porque era un deporte muy poco popular”, o que la primera prueba olímpica de natación se celebró en una piscina excavada en el propio estadio de atletismo de Londres-1908

En realidad, esos Juegos iban a celebrarse en Roma, pero una erupción del Vesubio ocurrida dos años antes obligó a las autoridades italianas a dedicar a obras de restauración lo que iban a invertir en organizar las pruebas deportivas. Agradecido por su ofrecimiento, el olimpismo fue incapaz de negarle al rey Eduardo VII de Inglaterra el capricho que tuvo de alargar el maratón un par de kilómetros para que pudiera verlo desde el balcón su hija, que acababa de dar a luz, hasta sumar los 42,195 kilómetros que desde entonces tiene esta modalidad.

Los despistes son un clásico en la historia mundana de los Juegos. Como el que sufrió el representante de Surinam, Siegfried Willem, que se perdió sus eliminatorias en Roma-1960 porque se quedó dormido. O los velocistas norteamericanos Reynaud Robinson, Edward Hart y Robert Taylor, que regresaron a la villa olímpica para echar una cabezada entre prueba y prueba y, cuando despertaron, vieron por la tele la siguiente carrera a la que estaban convocados. 

Atascados

El nadador argentino Luis Alberto Nicolao también se perdió la final de mariposa de México-1968, donde optaba al oro, pero no fue por su culpa, sino del conductor del bus que debía llevarle hasta la cancha, y que se perdió en un atasco en el camino. 

El tenista Del Potro, también argentino, estuvo a punto de vivir algo parecido en Río-2016, cuando se quedó atrapado en un ascensor de la villa olímpica. Por suerte, un grupo de jugadores de balonmano oyeron sus gritos y lo rescataron a tiempo para jugar contra Djokovic y ganarle, a pesar del susto.

Nadia Comaneci, delante de los marcadores de Montreal-76, tras obtener un 10

Nadia Comaneci, delante de los marcadores de Montreal-76, tras obtener un 10 / .

Aunque para pasmo, el que se llevó la gimnasta rumana Nadia Comaneci al acabar su impecable ejecución en Montreal-76 y descubrir al jurado en pleno mostrando ceros: en realidad eran dieses, pero nadie había previsto que la perfección pudiera lograrse y el marcador no pasaba del 9,99. 

A veces, la gloria depende de milímetros donde menos se esperan. Que se lo digan a la atleta soviética Lyudmila Kondratyeva, que acabó los 100 metros lisos de Moscú-1980 igualada con la alemana oriental Marlies Oelsner-Göhr y al final los jueces le dieron la victoria porque sus tetas, más abultadas que los de la germana, cruzaron antes la meta. 

Últimos metros de la maratoniana suiza Gabriela Andersen en Los Ángeles-84

Últimos metros de la maratoniana suiza Gabriela Andersen en Los Ángeles-84 / .

El anecdotario íntimo de los juegos está lleno de demostraciones de superación personal. Como la que protagonizó la atleta estadounidense Elizabeth Robinson, oro en Berlín-1936 tras haber sido dada por muerta en un accidente de avión seis años antes; o el tirador húngaro Károly Takács, que perdió su mano buena en una explosión, aprendió a disparar con la otra y acabó venciendo a todos en Londres-1948; o el portugués Carlos Alberto de Sousa Lopes, que ganó el maratón de Los Ángeles-1984 a los diez días de sufrir un atropello que estuvo a punto de costarle la vida.

Precisamente, aquellos Juegos legaron a la memoria olímpica una de las mayores demostraciones de pundonor de su historia: la de la maratoniana suiza Gabriela Andersen entrando en meta con las piernas acalambradas. Llegó haciendo eses, pero llegó. 

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