La ronda francesa

Pogacar aniquila a Vingegaard y al Tour en Isola 2.000

Cuarta victoria del fenómeno esloveno que destrozó a todos los rivales para situarse todavía más líder, conseguir la cuarta victoria y colocar ya una alfombra amarilla hacia su tercera victoria absoluta en la ronda francesa.

El Tourmalet: la cima del "¡vamos, Perico!".

Tadej Pogacar triunfa en Isola 2.000

Tadej Pogacar triunfa en Isola 2.000 / ASO

Sergi López-Egea

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En el Tour los grandes héroes se presentan solos en las cimas escogidas para la historia, como decía Louison Bobet. Cumbres escritas para que los distinguidos del pelotón escriban páginas de oro en montañas como Isola 2.000, la subida que Miguel Induráin le regaló a Tony Rominger en 1993. A Eddy Merckx lo llamaron ‘El Caníbal’ y a Bernard Hinault ‘El Caimán’. A Tadej Pogacar habrá que denominarlo el ‘depredador del Tour’, el verdugo que ejecuta a todos los rivales, el que no deja títere con cabeza y el que ganará el domingo la carrera de las carreras ciclistas con una exhibición constante, en cada etapa, cuatro victorias ya.

Jonas Vingegaard y Remco Evenepoel son corredores maravillosos, pura esencia en el ciclismo de la actualidad. Ellos no pueden. Nadie puede. Es imposible. Pogacar es de otro planeta, hasta el punto de pensar si nació en Marte en lugar de Eslovenia. En el Galibier (cuarta etapa) realizó una exhibición fantástica, que superó en Pla d’Adet para empezar a destrozar el Tour en el Plateau de Beille. Y las tres quedaron por debajo de su estratosférica actuación aniquiladora en Isola 2.000, en la etapa que pasó por La Bonnette, una montaña que los ciclistas subieron más rápido en bici que los seguidores del Tour en coche, entre embotellamientos y miles de bicicletas empujadas por la voluntad cicloturista. ¡Increíble!

Pogacar ganó en Isola 2.000 en un ataque sin respuesta de Vingegaard, superado por los acontecimientos, pese a la ofensiva sin fruto de su equipo. No hay nada que hacer. Por eso, en la meta sólo pudo abrazarse a su mujer, Trine, y llorar de emoción. Él vino a ganar el Tour por tercera vez consecutiva. Él pasó por un martirio tras el accidente de abril, en Álava, donde pudo morir, quedar inválido o con su cuerpo estropeado para andar en bici. Vino al Tour para ganarlo, creyendo que podía otra vez derrotar a Pogacar, aunque sin el potente equipo de otros años, en un Visma lastrado por la fatalidad.

Mikel Landa

Tampoco pudo contrarrestar Remco Evenepoel el demarraje brutal de Pogacar a 9,5 kilómetros de la cima. El astro flamenco ha ido de menos a más en este Tour. Ni siquiera la ayuda de un Mikel Landa inconmensurable, el ‘landismo’, la fe profunda hacia Mikel, la religión profana que practican miles de seguidores vascos, pudo quitar un segundo a Pogacar, el día en el que Vingegaard se tuvo que conformar con ir a rueda, dándose cuenta de que había perdido el Tour, al margen de lo que ocurra este fin de semana cargado de montaña y con la emoción que le quiera dar Pogacar.

En 9,5 kilómetros Pogacar se comió el Tour, se merendó a los rivales, en una subida que conocía de memoria porque en Isola 2.000 se concentró casi todo el tiempo que pasó desde la victoria del Giro. Y, ojo, Pogacar es diferente a todos los campeones vistos, si se exceptúan a Merckx e Hinault. Otros se conformarían ya e irían a rueda los dos días que faltan para acabar el Tour. Pero ya ha anunciado que, si puede, ganará este sábado en La Couillole y el domingo en Niza.

A cara descubierta

Pogacar no guarda nada. Se pudo ver en televisión y en directo en Isola 2.000. Hasta se percataron los gendarmes que estaban apostados en los tejados de algunas casas por razones de seguridad. Fue pillando a los corredores que iban fugados; a Richard Carapaz y a Matteo Jorgesson, el estadounidense enviado de vigía por el Visma para que estuviera por delante cuando Vingegaard atacase. Nunca hubo tal posibilidad, ni tampoco la victoria de etapa, cuando su equipo, intentó por lo menos anotarse el tanto en Isola 2.000.

Como un caimán, un caníbal y un depredador, Pogacar fue rompiendo el cronómetro y pillando a los escapados que parecían subir a pata coja, mientras él iba en MotoGP, con más cilindros en sus piernas que un fórmula uno. Asombroso, para dejar a todo el mundo boquiabierto, más vatios y más velocidad que nadie.

Landa, por detrás, se apartó para que Evenepoel corriera a la captura imposible de Pogacar, siempre con Vingegaard a rueda. Si no le daba relevos era porque no podía. En la meta, el danés le agradeció el esfuerzo, deportividad sin signos canallas. Eran los perdedores que se miraban sabiendo que lo habían dado todo en Isola 2.000. Y perdieron 1.42 minutos para colocarse en la general a un tiempo imposible de restar… incluso si Pogacar estuviera corriendo en plan normalito. ¿Normalito? Si parece que en vez de una bici pilote una nave de ‘Star Wars’. “Fue una locura. Había subido aquí como 15 veces. Me lo conocía de memoria. Estoy muy contento porque veo que soy más fuerte que los demás. No he cometido errores”.

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