El Tourmalet

Lo que Barcelona debe aprender del Tour

Tourmalet por Sergi López Egea

Tourmalet por Sergi López Egea / EPC

Sergi López-Egea

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Barcelona debe aprender muchas cosas del Tour para convertirse en dos años en la mejor salida que jamás haya visto la carrera, sobre todo desde que apuesta por partir desde el extranjero. La capital catalana tiene que dejar huella como cuando hace ya tres décadas organizó los Juegos Olímpicos.

Hay detalles que deben anotarse, y si cabe, mejorar. Durante muchos años ha habido en Francia un concurso en el que diferentes localidades por las que pasaba el Tour luchaban por ser la más guapa, la mejor decorada y la más original. Todos, vecinos, comerciantes y ayuntamiento al unísono, como si fuese un reto para ellos, más allá de las diferencias personales y políticas, porque el Tour está por encima, se esforzaban por dejar una ciudad linda, curiosa, que diera que hablar siempre en positivo.

 Tiendas decoradas con detalles ciclistas, las calles relucientes, las ventanas con cualquier detalle bien cuidado y siempre en color amarillo; el del Tour, que no muestra ninguna reivindicación. Y, sobre todo, la gente lanzándose a la calle para aclamar primero el paso de la caravana publicitaria y luego el de los corredores, que si llegaban dispersos y en varios pelotones pues mucho mejor. Así se disfrutaba mucho más de la carrera.

Ejemplos para anotar

Sirvan varios ejemplos que conviene no olvidar, y hasta anotar. Este martes la décima etapa partió de Orléans, donde el lunes también descansó el Tour llenando todos los hoteles de la ciudad y el extrarradio. El centro urbano estaba ornamentado con enormes pancartas, cada una dedicada a un vencedor del Tour, desde 1903, Maurice Garin, a 2023, Jonas Vingegaard. No faltaba nadie y, por supuesto, estaban los grandes héroes españoles de la carrera, desde Federico Bahamontes a Alberto Contador pasando por Luis Ocaña, Pedro Delgado, las cinco victorias de Miguel Induráin, Óscar Pereiro y Carlos Sastre.

Las pancartas daban carácter a Orleáns, emocionaban a los visitantes y, sobre todo, teñían a la ciudad de un ambiente creativo y apropiado con el acontecimiento del que era protagonista. Hasta se ponía la piel de gallina, al homenajeado y a quienes por azar pasaban en aquel momento por el lugar, cuando Bernard Thévenet, mito del Tour, se topaba con la pancarta que colgaba en su honor.

Pequeños detalles

Estos pequeños detalles deben estar en la lista de deseos de Barcelona dentro de dos años, así como las diversas iniciativas que ya hace casi 15 días tomó Florencia para acoger al Tour con todos los honores. Los monumentos más importantes de la capital toscana estaban engalanados con detalles propios del Tour; banderolas amarillas, a topos rojos, en honor al líder de la montaña, verdes, en recompensa del ciclista más regular, ahora Biniam Girmay, o simplemente blancos, como el ‘maillot’ que lleva Remco Evenepoel.

Barcelona no puede quedar atrás y dentro de dos años La Pedrera, la casa Batlló, la Sagrada Família, el Arc del Triomf y toda la larga lista de monumentos propios y comunes de la capital catalana deben destilar Tour de Francia. No basta sólo con recibir a la carrera, hay que entregarse a ella en cuerpo y alma tal como hace hasta el pueblecito francés más pequeño, con el esfuerzo colectivo de todos sus habitantes, aunque ni siquiera llegue al centenar, para mostrar el cariño hacia uno de los acontecimientos deportivos más bellos del mundo y para que por una vez los organizadores y los millones de franceses que cada día ven la etapa por televisión griten en lugar de ‘¡Vive le Tour!’, ‘¡Visca Barcelona!’.

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