El Tourmalet
El Tour de los niños malos
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Para ganar el Tour hay que tener cierta dosis de maldad. Los niños malos son los que al final lideran la clasificación porque, entre otras muchas cosas, buscan el punto débil del rival, lo prueban, como en la más famosa cuesta de Bolonia por la que cada fin de semana se retuercen decenas de cicloturistas, y tratan de castigarlo, aunque al final se lleven una sorpresa desagradable al comprobar que el contrincante resiste sin caer a la lona y sin que tenga que escuchar la cuenta atrás.
Ha habido y hay muchos niños malos en el Tour; unos porque lo querían ganar todo y no dejaban ni las cáscaras de las pipas para los que trataban o sólo probaban enfrentarse a él. El más famoso es Eddy Merckx al que llamaron ‘El Caníbal’ simplemente porque se comía a los rivales, de febrero a octubre, y sobre todo en el Tour. Luis Ocaña, que nunca fue un santo, se atrevió a noquearlo en 1971 y acabó en la cuneta, algo que seguramente habría evitado hoy en día gracias a los famosos frenos de disco que le habrían evitado la caída en el maldito col de Menté.
Miguel Induráin
Tampoco fue un bendito de la bicicleta el corredor que se merecería una beatificación por su forma de ganar el Tour, el que más veces dejó a los rivales que se llevaran el trozo pequeño del pastel, simplemente porque a él, más que ganar etapas, lo que le interesaba era llegar vestido de amarillo a París. Sí, estoy hablando nada menos que de Miguel Induráin que, tal como lo bautizó su director José Miguel Echávarri en 1994, tras la impresionante lección que dio en la contrarreloj de Bergerac bajo un calor tan o más asfixiante que el que castigó el domingo a los corredores del Tour 2024, se convertía en un tirano bajo la disciplina de la contrarreloj, que sometía como un rey medieval perverso a los lacayos, a los que cobraba una renta que ni mucho menos podían pagar.
Hay que tener cierta dosis de mala leche para ganar el Tour, lo que tampoco es algo a lo que sean ajenos los astros de otras disciplinas. Y esa maldad deportiva se puede aplicar sin necesidad de hacer trampas y amparándose en las dosis de ‘fair play’; vamos, que no hace falta atacar al rival en el control de avituallamiento, que ahora prácticamente es un decorado. Los equipos establecen sus propios pasos de alimentación y bebida y se lo comunican a los corredores para que estén atentos a la hora de recibir una bolsa de comida o unos bidones de bebida fresca por parte de los auxiliares.
Aprendieron a orinar sobre la bici
Ya no es necesario demarrar cuando el contrincante está haciendo pipí, como se hacía antaño. Los corredores no se podían ni parar a orinar ante el temor de sufrir una encerrona y muchos aprendieron a hacerlo en marcha y sin bajar de la bici. O cuando pinchaba o se le rompía el cambio de la bici. También es cierto que ahora apenas se pincha y las averías sólo se producen en una circunstancia inevitable, cuando el corredor se va al suelo y la bicicleta se escacharra con el encontronazo.
Por eso, pese a su cara de niño bueno, a su carácter extrovertido, a esos mechones que siempre sobresalen por la ranura del casco, Tadej Pogacar es un niño malo. A la segunda etapa ya ha querido probar a Jonas Vingegaard y no lo ha dejado respirar ante la posibilidad de que llegase al Tour menos fresco de lo esperado, como un coche antiguo que necesitaba kilómetros de rodaje para que el motor funcionase a la perfección, y sin darle tiempo a pillar de nuevo el gusanillo de la competición, tras meses de recuperación por culpa de la caída de abril en el País Vasco.
Y no es, ni mucho menos, una crítica hacia el fenómeno esloveno porque Vingegaard, cuando vea la ocasión, se pondrá la careta de corsario para tratar de robarle el botín de segundos. Si son minutos, mejor. Por eso, se corre el Tour de los niños malos, los que siguen las consignas de los que están considerados como los héroes de esta carrera, porque de las malas pulgas de Bernard Hinault, leyenda del ciclismo, se hablará otro día, que hay mucho que contar.
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