Opinión | Apunte

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

Jefe de Deportes de EL PERIÓDICO

Los rumanos del Camp Nou y las miserias del fútbol solidario

Las obras del Camp Nou desde dentro: tres meses siguiendo a los trabajadores rumanos del Camp Nou.

Las obras del Camp Nou desde dentro: tres meses siguiendo a los trabajadores rumanos del Camp Nou. / Manu Mitru

Uno no pierde la inocencia hasta que atraviesa el espejo que separa la mentira en la que vivimos y la verdad que ocultamos para tratar de seguir siendo felices. Han pasado ya unos años, pero aún tengo grabado a fuego el viaje con el que la Fundació del Barça -entonces el presidente era Josep Maria Bartomeu, no Joan Laporta- trató de mostrar a algunos periodistas sus proyectos solidarios en Sudáfrica. 

La intención, por supuesto, era buena. Los proyectos existían, se educaba a jóvenes y niños obligados a vivir en condiciones miserables en las 'township' suburbiales cercanas a Pretoria y pude asistir a programas en que se trataba de educar a los adolescentes en la importancia de tomar medidas ante el VIH. 

Hubo historias que me impactaron, como la de un niño de 12 años, Methew, que jugaba a fútbol sólo con una bota, la derecha, porque la izquierda se la dejaba a su amigo, Samvkelo, que era zurdo. Su familia ni siquiera podía pagarle unos zapatos para ir al colegio. La solidaridad de verdad es siempre la que se aleja de la propaganda.

Por la mañana, todos esas cosas se metían dentro hasta atravesar tu piel. Por la noche, lo que importaba era el estómago. Quienes todo organizaban buscaban los mejores restaurantes de sushi de la ciudad. Eran los mismos que viajaban hacia la miseria en clase 'business'. Los mismos que, una vez llegados a los campamentos y con los niños y niñas dispuestos a ofrecerles el mejor recibimiento de sus vidas, ni siquiera daban un llavero a cambio. "¿En serio que no hemos traído camisetas del Barça para estos críos?", recuerdo decir a alguien mientras firmaba un autógrafo.

En el fútbol todo vale para lavar la conciencia propia. Un día es Mbappé quien pide votar contra los extremos después de haberse hecho millonario al cobijo de la dictadura de Qatar. Y al otro, Unai Simón, el portero de la selección española, escurre el bulto porque los problemas de la gente no van con él. Bastante tiene con jugar a fútbol.

Este miércoles, Elisenda Colell, Gabriel Ubieto y Manu Mitru, tres periodistas excelentes a los que poco les importan las guerras institucionales del Barça, que no tienen que tratar ni con el presidente Laporta ni con Víctor Font ni con el nieto de Montal, y que no tienen ni puñetera idea de lo que es el entorno, publicaban la historia de unos trabajadores rumanos que llegaron hasta España pensando que la obra del Camp Nou sería el trabajo de sus vidas. Otra vez el maldito espejo. La realidad que se escondía detrás no era más que un macrohotel de Calella donde vivir hacinados y el sufrimiento por no saber cómo denunciar que nadie les hubiera pagado sin haber siquiera firmado un contrato o haber sido dados de alta en la Seguridad Social.

Mientras esos albañiles cargados de deudas veían sus caras en la portada del diario con la esperanza de que la publicación de sus casos sirva para algo más que para el enfado de quien se sienta en la poltrona, el Barça promocionaba a través de sus canales de información su compromiso con las personas refugiadas a través de programas propios y en colaboración con ACNUR.

En las obras del Camp Nou, por cierto, también trabajan refugiados. Pero no son ellos los que salen en las campañas de publicidad de un fútbol que continúa escondiendo sus miserias bajo su bella alfombra.