BALONCESTO

Muere Jerry West, mito de los Lakers, arquitecto de la era del 'showtime' y silueta de la NBA

Jerry West, con Kobe Bryant.

Jerry West, con Kobe Bryant.

Albert Guasch

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Jerry West, leyenda como jugador y entrenador de Los Angeles Lakers y ejecutivo que construyó la era del showtime de Magic Johnson y Pat Riley, murió este miércoles a los 86 años.

La plasticidad como jugador de West sirvió de inspiración para el famoso logo que representa la NBA y que está cosido en las camisetas de todos los equipos y en cualquier producto de merchandising de la Liga.

Jerry West elevó a los Lakers a los altares temporada tras temporada, pero nunca fue suficiente para él, de carácter insatisfecho por naturaleza.

Estuvo tres temporadas como entrenador y en las tres alcanzó los playoff, pero no era un trabajo que amaba. Al contrario. Lo detestaba. Prefirió mantenerse en las oficinas.

Como manager general es como brilló de verdad, aparte de como jugador. Construyó varios de los mejores Lakers de la historia, lo que se define como una dinastía tras otra. Primero en los años 80 y los tiempos del showtime de Magic Johnson y Kareem Abdul-Jabbar. Después, con el tándem triunfal de Kobe Bryant y Shaquille O’Neal

Bajo su dirección, con su intuición y habilidad en los draft y en los intercambios de jugadores, los Lakers llegaron ocho veces a la final de la NBA y ganaron cuatro títulos en 18 campañas. Aún ganaron dos campeonatos más con equipos que él construyó.

Finales perdidas

Antes que nada, West fue un extraordinario base y no ganó más títulos de la NBA (solo uno) porque sus Lakers toparon con los Boston Celtics del imponente Bill Russell. Aun así, tiene una estatua que parece el logo de la NBA en los exteriores del pabellón en que juega la franquicia angelina.

En su curriculum como jugador figura 14 veces elegido para el All-Star, 27 puntos de media anotadora, campeón en 1972 de la NBA y medalla de oro olímpico en 1960. Nunca le tembló la muñeca para jugársela y anotar cuando era imprescindible una canasta ganadora.

No obstante, era un insatisfecho crónico. Siempre se acordaba de los tiros fallados, de los campeonatos perdidos, de que podía haber jugado mejor después de alguna actuación antológica. No lo podía remediar. Amaba a fondo el baloncesto pero a la vez le torturaba.

“Solo pensaba en ganar. Si perdíamos, siempre me culpaba. No era culpa de nadie más. No importaba lo bien o mal que había jugado. Era mi culpa. Y si jugaba bien y perdíamos, aún era peor”, explicó una vez a Los Angeles Times.

Comportamiento exótico

Como director deportivo, su nerviosismo durante los partidos era legendario, siempre al borde de la taquicardia. Contemplaba los partidos de pie desde una de las entradas a la pista. Eso cuando aguantaba la presión del juego o el resultado. A menudo se iba a dar vueltas por los pasillos del pabellón. O salía hacia el párking. A veces se escapaba al cine.

En un partido decisivo por el título de la era Kobe-Shaq cogió el coche y dio vueltas sin parar por Los Ángeles, hasta que alguien le llamó al móvil para informarle de que ya estaba, que ya había acabado. 

Un entrenador de West en los Lakers, Fred Schaus, le definió como “una persona muy complicada, un manojo de nervios permanente. Jamás le vi completamente relajado”. Cuando finalmente ganó el título de la NBA, no estaba plenamente feliz: “Lo irónico es que jugué fatal en las finales del 72. No sentí que se me hacía justicia. Había contribuido tanto en las finales perdidas y ahora que ganamos, yo no era más que una pieza más de la maquinaria”.

Cuando se retiró en 1974, se dedicó a fondo al golf. Se ve que era casi tan bueno como con el baloncesto. No tardó en dedicarse a hacer de entrenador. Lo hizo en los Lakers, claro. Pero era un trabajo que le parecía corrosivo. Quería una perfección inalcanzable y eso le torturaba. Cuando lo pudo dejar tres años después sintió un alivio enorme. 

Roces con Phil Jackson

Cuando Jerry Buss compró los Lakers y despidió al técnico Paul Westhead, el propietario anunció a un West contrariado como entrenador y a Pat Riley como asistente. West replicó que solo ayudaría al inexperto Riley y punto. Y es lo que hizo durante dos semanas. Nada más.

Riley triunfó como entrenador y West como general manager, convirtiendo a la franquicia californiana en una marca global. La fluidez que tuvo con Riley ya no la consiguió con Phil Jackson, a quien recomendó a Buss su contratación. Los enfrentamientos entre ambos se hicieron notorios, con cruces de declaraciones. Acabó marchándose del equipo de su vida.

En el retiro se aburrió y aceptó la llamada de los Memphis Grizzlies un par de años después. Firmó por cinco temporadas e impulsó a un equipo acostumbrado a la derrota hacia los playoff. Cumplidos los 70, firmó como consejero de los Golden State Warriors y en 2017 lo hizo de los Clippers. Pero más que nada fue un Laker. Y aún por encima de ello, un obseso del baloncesto.