Opinión | Apunte
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
Las ironías del fútbol, por Jordi Puntí
Pedri se sincera con Ibai: "Cuando entro al campo me olvido, no pienso en las lesiones que he tenido"
Esta semana Pedri concedió una entrevista a Ibai Llanos, de esas que el espíritu navideño hace más relajadas y buscan el (falso) coleguismo. Llanos le preguntó a Pedri como era Piqué en los entrenamientos, y Pedri, casi incómodo, respondió entre risas que era un jugador espectacular, aunque no, entrenar no era su fuerte. Fue una respuesta irónica, afilada, y me dije que el fútbol actual necesita más ironía. Todo es tan trascendente que a los futbolistas les cuesta soltarse y bromear de forma inteligente. Piqué era un buen ejemplo, sus palabras solían incluir un guiño irónico, y algunos entrenadores y jugadores se sirven del doble sentido en las declaraciones para criticar a los árbitros y evitar una sanción. Pero poco más.
Quizá estoy pidiendo mucho y la ironía solo aparece sin presiones, cuando el futbolista se ha retirado. Lo digo porque estos días sin fútbol he leído una autobiografía que es un festín de humor y anécdotas, y al mismo tiempo un buen retrato íntimo de los miedos y tensiones que sufre el jugador profesional. De título ocurrente, Subcampeón (Libros del K.O.) está escrita por el exfutbolista Zuhaitz Gurrutxaga y el periodista Ander Izagirre. Cuando uno centra, el otro remata la frase, y así construyen el relato de una carrera en descenso. Tras debutar a los 19 años con la Real Sociedad de John Toshack y cosechar elogios de futuro, Gurrutxaga empezó a notar la presión, el miedo a fallar. Psicólogos, mentiras, y una trayectoria prometedora que se fue deshilachando en equipos locales.
Siete noches, siete juergas
Uno intuye que nada fue fácil, pero el buen humor salvó a Gurrutxaga y con el tiempo se convirtió en cómico de monólogos. He aquí un ejemplo del tono del libro: “Mis compañeros de equipo se fueron a Bali, Zanzíbar o Santorini y yo me piré con mi cuadrilla en autobús a Benidorm. Siete noches, siete juergas: mi mayor regularidad de la temporada”. Gracias a esta distancia irónica, su testimonio se lee como una novela que combina el dolor de la derrota con la alegría de haber vivido en un mundo tan privilegiado y a ratos tan absurdo como el del fútbol. Todo un campeón.
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