Barcelona 2 Oporto 1

El Barça se levanta en Europa con la aparición mariana de Cancelo

El equipo azulgrana, con goles de un desatado Cancelo y de João Félix, se clasifica para octavos de la Champions tras remontar al Oporto (2-1)

Cancelo celebra su gol, que era el 1-1 en la primera parte del Barça-Oporto en Montjuïc.

Cancelo celebra su gol, que era el 1-1 en la primera parte del Barça-Oporto en Montjuïc. / Jordi Cotrina

Francisco Cabezas

Francisco Cabezas

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Fíjense en esos ojos de ido. En blanco y fuera de órbita. Porque es en el descontrol de la locura donde los miedos mueren y la incertidumbre muta en certeza. En esos ojos poligoneros y quijotescos de Cancelo, que no paró hasta reventar, se vio reflejado un Barça que se levantó por fin en Europa, aunque fuera entre las convulsiones del portugués. 

Los azulgrana habían sido apartados del continente a manotazos los dos últimos años. Así que remontar al Oporto gracias al talento de Cancelo y el recuperado acierto de João Félix, clasificarse para octavos y asegurarse la primera plaza –tiene siete goles de margen frente al Shakhtar–sabe a gloria al club. Pero sobre todo a Xavi Hernández, a quien rondaba una advertencia de hartazgo por parte de sus capataces.

Se sabía Xavi observado por quienes habitan en el palco y sospechan de los métodos de trabajo del vestuario. Así que el técnico hizo lo que los mandamases esperaban de él, alinear a sus mejores futbolistas –con la única excepción de Iñaki Peña, otra vez sustituto del lesionado Ter Stegen–, y a quienes, por estatus y contrato, debían estar. Un once, en definitiva, irreprochable tanto para la propaganda como para las necesidades deportivas.

La variación más llamativa tuvo que ver, cómo no, con Cancelo. Ante la presencia de Araujo –lateral derecho–, Koundé e Iñigo Martínez en la retaguardia, el portugués fue desplazado a la izquierda en detrimento de un Balde venido a menos. El movimiento tiene visos de convertirse en habitual. También la titularidad de Raphinha, el ex tutelado por Deco, que se quedó con el puesto de un Lamine Yamal que cada vez sonríe menos. Quizá porque las sonrisas bisoñas en los camerinos donde rigen las normas de los veteranos no siempre son bienvenidas.

No es que el Barcelona ganara en juego, porque no lo hizo. Pero, al menos, reparó en que con esfuerzo y talento quizá pudiera sobrevivir. Pero antes de que la noche se abriera de par en par, el Barça sudó sangre para superar la primera línea de presión. El punto de partida era el tembloroso pie de Koundé, nada convincente cada vez que se le venían encima los rivales y sin manera de encontrar a De Jong, Gündogan o Pedri para salir con una mínima limpieza.

Interpretó bien el Oporto el problema de Koundé, así que no tardó en montar encerronas frente al área azulgrana. Y las ocasiones comenzaron a caer sin remedio. A Taremi le anularon un gol por fuera de juego. Iñaki Peña tuvo que sacar su primera gran mano del partido frente a Galeno. No tardó en evitar otro gol al centrocampista brasileño, aunque tuvo la mala pata el portero de que el rechace, esta vez, le quedó corto. Pepê, más vivo que De Jong, no tuvo más que enfocar a la red.

Pero cuando los hinchas de Montjuïc comenzaban a ensayar cómo colocar los dedos para silbar a su equipo, y con Xavi Hernández dando palmas en el tablao como si aquello fuera más un problema moral que futbolístico, el Barça tuvo una aparición mariana en la orilla de Cancelo. Es el carrilero portugués un tipo indescifrable y anárquico, pero amontona tanta clase que no queda otra que confiar en él. Él solo, de la nada, después de minutos de indiferencia, y tras bailar a dos defensores como si estuviera moviendo frente a ellos las cáscaras del trilero, alcanzó lo que sus compañeros no supieron hacer en compañía. Se ganó el espacio adecuado para armar su pierna derecha y tomó el empate con la furia y la convicción de quien se cree mejor que el resto.

Igualar el partido dos minutos después del gol inaugural del Oporto dio confianza a los futbolistas del Barça, que trataron de aprovechar el momento a base de embestidas. A João Félix, sin embargo, todo se le iba hacia arriba. Como si tratara de buscar en el cielo las respuestas. Disparó a las nubes después de que Raphinha le sirviera un balón al punto de penalti. Y comenzó el segundo tiempo haciendo estrellar el balón en el larguero. 

Pero João Félix estaba dispuesto a alejarse de ese aroma a intermitencia de camastro. Y lo demostró aprovechando el delirio futbolístico de Cancelo, con quien se alió para rematar, esta vez sí, donde debía y zanjar el partido. El Oporto, fantasmal, ya ni compareció.

El Barça regresó a aquel tiempo en el que clasificarse en Europa era rutina, no tormento. Ya es algo.