El montañero esencialista

Javier Botella, alpinista y médico, recoge en un libro su trayectoria marcada por la fidelidad al montañismo más clásico

Javier Botella, en Barcelona.

Javier Botella, en Barcelona. / periodico

JORDI TIÓ / BARCELONA

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Bajo esa apariencia de explorador británico de la era victoriana emerge la figura de un montañero clásico, fiel a los principios del alpinismo más esencial. Una manera de entender y de vivir la montaña que sigue llevando a la práctica, a sus 59 años, incluso por encima de la evolución y masificación que ha experimentado esta disciplina en los últimos decenios, para desconsuelo de muchos. Es la manera que tiene Javier Botella de Maglia de plasmar su particular relación con las grandes cumbres, aquellas que descubrió a los 11 años gracias a la lectura.

"Los libros despertaron en mí el deseo de ser alpinista", un sueño que quedó forjado a hierro tras leer Annapurna, primer ochomil (de Maurice Herzog) y que ha podido materializar a lo largo de su larga trayectoria alpinística, plasmada ahora en el libro Montañas que nos hicieron soñar (Editorial Desnivel)Montañas que nos hicieron soñar , una minuciosa "descripción de las cordilleras de la Tierra desde un punto de vista vivencial", explica este montañero valenciano y, también, médico intensivista, especializado en medicina de montaña, disciplina sobre la que ha escrito varios libros junto a su mujer, Aurora Espacio, médica y montañera como él.

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LA AVENTURA DEL EVEREST

Admirador de Tom George Longstaff, aventurero y médico británico (1857-1964), quien se convirtió en el primer hombre en alcanzar una cumbre de 7.000 metros en 1907, en el Himalaya, Botella recuerda su primera incursión en la montaña, con 9 años, una cima de poco más de 400 metros, en la valenciana sierra Calderona. "Fue una ascensión que afronté con el mismo espíritu que luego me llevó al Himalaya".

Una experiencia que años más tarde pudo experimentar en toda su dimensión, especialmente formando parte de la primera y exitosa expedición valenciana al Everest (1991). Con anterioridad, en 1984, ya probó fortuna en el Gasherbrum II (8.035 metros), cumbre que se le ha resistido por dos veces, hasta que por fin, en 1995, pudo saborear la sensación de pisar la cima de uno de los 14 ochomiles, el Cho Oyu (8.201 metros).

PRIMERO, LA SEGURIDAD

Su condición de médico le lleva a afirmar que afrontar una cima de esta altura "no es nada saludable, pero la ilusión es tan grande que hace sobreponerte al peligro". Pero no obviarlo porque lo más importante para cualquier montañero no es alcanzar la cumbre, sino regresar para contarlo, si se ha logrado el objetivo, o para volver a subir si la montaña no se ha dejado.

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Esa es la máxima que todavía sigue a rajatabla Botella, que vive esta disciplina de una forma muy peculiar. "Puedo afirmar sin ruborizarme que en pleno siglo XXI sigo afrontando el montañismo desde un enfoque totalmente romántico, como podía tener un alpinista del siglo XIX". Por eso sigue llevando con orgullo la mochila, conservada de forma impecable, que le regalaron sus padres cuando era un niño y subiendo montes con las legendarias botas Galibier de cuero que le han llevado por todo el planeta, desde el Himalaya a los Andes, pasando por Alaska, donde alcanzó la cumbre del McKinley, Groenlandia y ahora, en primavera, Canadá. Hacia allí volará para tratar de subir al Monte Logan (5.959 metros).

A PIE DESDE EL PUEBLO

Su manera de entender el montañismo le mantiene fiel a una tradición inherente a esta propia disciplina. "Siempre subo las montañas andando desde el último pueblo más cercano. Es algo muy personal". Como también lo es hacer prevalecer la seguridad por encima de cualquier otra cosa. "Mi visión de la montaña se acerca más al deseo de extasiarme ante la belleza de la naturaleza que ante la proeza deportiva, sin desmerecer para nada lo segundo", asegura, convencido también de que a las cumbres "se sube más con la cabeza que gracias al físico".

Por eso, algo que también le diferencia de muchos otros alpinistas, no hace ninguna preparación específica. "Mi único entrenamiento es ir andando de casa al hospital y al revés, o los kilómetros que hago a diario entre cama y cama de mis pacientes", bromea. Y es que Botella solo entiende la montaña como una forma "de acercamiento a la felicidad mientras se comparten experiencias con familiares y amigos". Algo que desea prolongar por mucho tiempo, ese espíritu aventurero que se mantiene gracias "a la ilusión, la persistencia y una buena salud". De todo ello anda sobrado Botella, fiel reflejo del alpinismo más clásico.

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