El pie que hace magia

Messi juega el balón con la izquierda en presencia de Rami.

Messi juega el balón con la izquierda en presencia de Rami. / periodico

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Llevas un rato perdiendo. Te estás enfrentando a uno de los grandes de Europa. Y lo sabes. Se han adelantado en el marcador. Tienes, cierto, la sensación de que acabarás ganando, porque siempre ganas, porque no va a ser esta la noche que te estropeen el récord de una de las rachas más prodigiosas de la historia del fútbol (34 partidos sin perder, los mismos que el Madrid de Leo Beenhakker). Pero enfrente tienes a uno de los mejores equipos de la última década. Un conjunto hecho con sangre, sudor y lágrimas, repleto de grandes jugadores que a nadie le suenan pero que son, más que por sí solos, en conjunto, maravillosos, eficaces, pétreos, solidarios, cómplices. Y recuerdas que el equipo que te está ganando y al que te cuesta encontrarle las costuras será tu rival en la final de la Copa. Así que sabes que ese 0-1 hay que convertirlo, si puede ser antes del descanso, en empate o victoria. No miras aún el reloj. Eres el Barça, eres el mejor equipo de la última década, tienes pinta de ser el líder del nuevo siglo y hace tiempo que has decidido que, si puedes, vas a chafar todos los récords blancos que puedas mientras estés en racha y, sobre todo, mientras cuentes con el tridente, perdón, perdón, con Leo Messiel mago.

Y sí, mira por donde, llega la oportunidad, el momento, el instante en que se puede, sabes que sí porque lo has visto mil veces en el Camp Nou y en las botas de la Pulga. Es, por así decirlo y contarlo, la jugada del triple prodigioso del no menos milagroso Stephen Curry en la prórroga o la octava maravilla del mundo del aro de Sergio Llull, en Valencia, anotando, desde 22 metros, en un aro de 45,7 centímetros de diámetro, sobre la bocina, para ganar el partido. No es parquet, es césped. No son zapatillas, son botas. No es Stephen, es Leo. No es Llull, es Messi. No son los Golden State Warriors, aunque parezca, sí, la NBA. No es el Real Madrid, ¡ya quisieran ellos tener al mejor jugador del mundo! Es Messi. Y, entonces, solo entonces, mira a Neymar. Y le dice que se la deje picar a él. Y Ney, como los restantes 79.684 espectadores presentes en el estadio, sabe que esa falta, ligeramente ladeada, es para alguien cuya pierna fantasiosa sea la derecha. Pero también Ney y los 79.684 habitantes del liceo culé saben que la zurda de Leo es otra cosa. El pie de Messi es la mano de Curry, la muñeca de Llull. El árbitro les pilló retrasando el balón para que cogiera más vuelo, más plátano. Y les hace adelantar la posición del esférico. Pero da igual. Es Leo. Es Messi. Es el extraterrestre. Y, sin carrera, el muelle de su cadera, el gatillo de su tobillo izquierdo, mete el balón en la escuadra de Sergio Rico. Y, de nuevo, crea algo imposible, magia, fantasía. Un arco iris inalcanzable para Curry y Llull, pero no para él, que se llama Leo Messi.

Fue así como el Barça remontó otro partido. Fue así como llegó al récord de récords. Haciendo con el pie lo que los otros magos hacen -¡que fácil, ¿no?!- con las manos.

TEMAS