Análisis
La cabeza mejor amueblada
Martí Perarnau
Periodista
MARTÍ PERARNAU
La cabeza mejor amueblada del Barça escuchó -quizá por primera vez- al Camp Nou corear su apellido. No es habitual que un estadio ovacione a un futbolista que solo ha logrado diez tantos en seis temporadas, alguien alejado del gol y los focos, que cuando habla parece que susurra y nunca levanta una ceja más que la otra. Sergio Busquets ha sido, en este lustro repleto de triunfos explosivos y juego armónico, la pared silenciosa que devolvía cualquier balón a un compañero. Más aún: no solo lo devolvía, sino que mejoraba cuanto recibía. Ya podía ser un melón, un ladrillo o una mesa camilla. Busquets lo transformaba en un balón jugable, que es, al fin y al cabo, el verdadero valor de un pase y no esta tendencia actual de ponerle estadísticas a cualquier toquecito intrascendente.
Sujetado por Busquets y Piqué, el Barça ha vencido al decadente Milan a partir de dos ritmos diferentes: a ratos, a partir de un trote cansino, más propio de la cámara lenta que de que aquel viejo axioma del balón que debe silbar sobre el césped; en ocasiones, desde las carreras largas, un modo vertical que ya pusiera en práctica Tito Vilanova y que tan buenos frutos dio en una portería como negativos en la otra. Pretende el nuevo Barça controlar balón y espacios, los dos grandes protagonistas del fútbol y no es sencilla la tarea: hay grandes equipos que dominan el balón y otros que mandan sobre los espacios, pero dictar la ley sobre ambos no es moco de pavo y, de momento, el intento contiene una mezcla todavía muy inmadura: resultados soberbios, momentos de brillantez resplandeciente y tramos de mayúsculo descontrol. De vez en cuando, eso sí, salta la chispa de las conexiones felices, como cuando Cesc le guiña un ojo a Messi y el partido toma el color de los dibujos animados.
En realidad, del Barça solo se debe esperar que se afinen los solistas y no persista la orquesta en esa especie de confusión que le lleva a repetir que jamás volverá a alcanzar el nivel de los grandes días, no sea que a base de repetirla se cumpla la profecía. Con semejante talento sobre el campo no cabe más alternativa de futuro que la continuidad en el éxito, para lo que no hay mejor receta que la ética del trabajo como vía para alcanzar la excelencia, del mismo modo que el virtuosismo de la orquesta solo llega a través de la exigencia en el ensayo. La fluidez en el juego es hija del trabajo y Busquets lo ejemplifica.
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