TERRITORIO VINTAGE

Zelda y Francis Scott Fitzgerald: los príncipes del jazz y el abismo

Formaron una pareja tan desenfrenada y cataclismática como los años 20

El escritor sufrió alcoholismo; ella fue diagnosticada con esquizofrenia e internada en psiquiátricos

Durante décadas, ella fue acusada de haber apartado de la literatura al autor, que se apropió de ideas y escritos de su esposa

Zelda y F. Scott Fitzgeald

Zelda y F. Scott Fitzgeald

Núria Marrón

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Dorothy Parker no era una mujer fácilmente impresionable, pero la primera vez que vio a Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald, la pareja andaba divirtiéndose en lo alto del techo de un taxi neoyorquino. La escena debió de ser particularmente cegadora, porque la escritora, maestra del sarcasmo, no pudo resistirse a describirla con un deje de cursilería: "Lucían como si acabaran de salir del sol; su juventud era impresionante. Todos querían conocerlos". Eran los buenos tiempos. Los salvajes. Los que vivieron con el mismo frenesí con el que luego se despeñaron entre adicciones, problemas de salud mental, tormentos y rencores.

Pero volvamos al inicio. Cuando la escritora los conoció, arrancaban los años 20. Él, por entonces, era el chico de moda tras la publicación de su primera novela, 'A este lado del paraíso', el libro del que todo el mundo hablaba. Y ella –que lo mismo se bañaba en Union Square que bailaba sobre las mesas de los restaurantes–, no solo era su perfecta pareja de correrías: también era un anuncio de futuro. La diversión, parecía proclamar, también era cosa de chicas.

Cultura de la celebridad

La pareja se había casado en abril de 1920 en la catedral de Saint Patrick de Nueva York. Se habían conocido dos años antes, bailando, cómo no, en un club de campo de Alabama, donde ella, la hija de un juez del Tribunal Supremo, vivía pisoteando todo aquello que se esperaba de una señorita sureña. De hecho, podría decirse que con Zelda nació la cultura de la celebridad. Las secciones del cotilleo local ya hablaban de aquella joven que fumaba y bebía y alternaba con cuantos chicos le venía en gana, y que acabó yéndose a Nueva York con el alférez guapo y chispeante que había conocido en el Country Club –mientras esperaba en Fort Sheridan la orden de combatir en la Gran Guerra– y que le contaba que iba a ser un escritor de éxito.

La contienda acabó antes de que Fitzgerald fuera finalmente movilizado. Y ya en Manhattan, los príncipes de los años 20, la Courtney Love y el Kurt Cobain de la era del jazz, vivieron su cénit erótico y artístico. Todo el mundo los quería en sus fiestas, los echaban de los hoteles por sus escandaleras y la prensa empezó a auditar con grandes titulares sus discusiones. En octubre de 1921 tuvieron a su única hija, Frances –que sería una reputada periodista–, a la que pronto dejaron en manos de una niñera para seguir con aquella fiesta sin fin con la que parecían dispuestos a cabalgar la década.

Carrusel emocional y económico

Pero la segunda novela, 'Hermosos y malditos' (1922), no tuvo el éxito esperado. Tampoco 'El gran Gatsby'. Y Fitzgerald –inseguro hasta la enfermedad y obsesionado con que el dinero y la celebridad debían reparar su origen humilde– ahondó en su alcoholismo, al tiempo que el matrimonio ponía en marcha la montaña rusa de peleas, rencores y también complicidades que en adelante sería su relación.

Endeudados, se habían instalado en París, donde el dólar salía favorable al cambio. Allí el escritor conoció a Ernest Hemingway, que pronto se empleó en empeorar la ya maltrecha vida conyugal. Zelda –que llegaba décadas antes a casi todo– no soportaba aquella masculinidad suya tan afectada y siempre sospechó que en realidad tenían una relación. Por su parte, Hemingway activó sin piedad el ventilador de las acusaciones.

Copia de escritos

De ella –como escribió en 'París era una fiesta'– decía que era una mujer frívola y diletante que mortificaba a su marido porque era una perfecta inútil en todas las artes que probaba, ya fuera la pintura, la escritura o la danza, a la que se entregó con enfermiza obsesión. Adicta a la atención, seguía a lo suyo el escritor, le provocaba celos y lo apartaba de la sobriedad y, sobre todo, de la literatura.

Lo cierto, sin embargo, es que Zelda no solo prestaba ideas y frases a Fitzgerald, sino que este copió sin pudor fragmentos enteros de sus diarios y correspondencia. "Los diarios pertenecían más a Scott que a ella misma", escribió su biógrafa, Nancy Mitford. Cuando un editor propuso a Zelda publicarlos, Fitzgerald se negó en redondo. E incluso cuando ella, en 1932 y ya diagnosticada de esquizofrenia –un cajón de sastre que incluía una amplia variedad de dificultades emocionales– escribió durante un internamiento su primera novela, 'Resérvame el vals', él le hizo a borrar fragmentos inspirados en su vida en común porque se proponía usarlos en 'Suave es la noche'. Y su matrimonio era patrimonio suyo.

Internamientos y muerte

A aquellas alturas, de la luminosa pareja apenas quedaban despojos. "Me pregunto por qué no hemos sido nunca demasiado felices", le escribió ella. Casi de forma literaria, la antiheroína de los locos 20 –que en la Riviera francesa había tenido una aventura con un aviador y algunas versiones apuntan a que el escritor la encerró en casa hasta que desistió del idilio– liquidó la década con una monumental crisis nerviosa que provocó el primero de los internamientos y tratamientos a menudo salvajes que en adelante marcaron su vida. Fitzgerald, por su parte, acabó afincándose en Hollywood y escribiendo guiones meramente alimenticios. 

El final del cuento no pudo ser más truculento. El escritor, a quien el gran reconocimiento se le negó en vida, murió de un infarto a los 44 años mientras escuchaba un partido de fútbol por la radio. Zelda, por su parte, vivió en llamas y entre llamas murió. En marzo de 1948 se declaró un incendio en el psiquiátrico de Carolina del Norte en el que estaba internada y no pudo escapar: estaba encerrada en una habitación esperando una nueva sesión de 'electroshocks'.

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