VIDA DE PELÍCULA

Eddie Edwards: el saltador estrellado

Es uno de los deportistas más ineptos jamás clasificados para unos Juegos Olímpicos. 'Eddie El Águila' cuenta su historia.

Fotograma del filme 'Eddiie El Águila'.

Fotograma del filme 'Eddiie El Águila'.

NANDO SALVÀ

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Pierre de Coubertin estaba equivocado. De haber tenido razón el fundador del olimpismo moderno, de ser cierto eso de que lo importante no es ganar sino participar, que Michael Eddie Edwards (1963) compitiera en los Juegos Olímpicos de invierno de 1988 no habría sido ni algo raro ni motivo de guasa, ni habría enfadado tanto a algunos. En cambio, tras su paso por Calgary (Canadá) Edwards se convirtió en un meme casi dos décadas antes de que los memes existieranpor ser un saltador de esquí incapacitado para la victoria. Era tan miope que ni siquiera para descender por la rampa se quitaba las gafas de culo de botella, y pesaba alrededor de 10 kilos de más: pensaba que el cielo es el límite, pero la gravedad discrepaba.

A ojos de las autoridades del mundo del esquí, era un intruso. La prensa sensacionalista británica, en cambio, lo convirtió en un héroe del pueblo y, en referencia al modo en que aleteaba con los brazos en señal de excitación después de cada salto, lo rebautizó 'Eddie el Águila'. Así se titula también la película -protagonizada por Taron Egerton-, basada en su peripecia.

HÁBIL ESQUIADOR ALPINO

El Águila era solo un aguilucho cuando se calzó unos esquís por primera vez durante un viaje a Italia, y entonces vio la luz. En apenas cuatro años llegó a ser un hábil esquiador alpino, y de hecho podría haber participado en los Juegos de Sarajevo (1984) de haber recibido el apoyo de la federación británica. Pero el esquí era un deporte de ricos y Eddie era un yesero, hijo y sobrino de yeseros. Sin subvenciones, se vio obligado a buscarse una disciplina más barata. Y los saltos de esquí eran una elección astuta: Gran Bretaña no tenía equipo de saltadores, de modo que incluso obteniendo marcas mediocres sería capaz de clasificarse como el único competidor de su país. Solo había un problema: no tenía ni idea de saltar.

Tampoco tenía dinero, ni entrenador, ni equipo. En el verano de 1986, solo 18 meses antes de Calgary, le tomó prestado el coche a su madre y decidió recorrer Europa para participar en varias competiciones. Estaba sin blanca, así que se alimentaba de lo que pillaba en la basura y ganaba unas monedas cortando el césped a quien se dejara; llegó a pernoctar en un hospital mental finlandés. En el periplo perfeccionó el arte de estrellarse contra la nieve -y de fracturarse el cráneo, o la mandíbula, o la clavícula, o las costillas, o la rodilla, o la espalda, o los dedos, o el cuello-, pero finalmente logró ser el primer saltador de esquí olímpico de Gran Bretaña. Al Comité Olímpico Británico no le gustó: lo consideraban un exhibicionista, un payaso, una vergüenza. No le dieron ni agua: al llegar a Calgary tomó prestados unos esquís del equipo austriaco, y el italiano le regaló un casco nuevo.

UNA DERROTA ANUNCIADA

Allí pasó lo que tenía que pasar: Eddie el Águila quedó en glorioso, inequívoco y espectacular último lugar, tanto desde el trampolín de 70 metros como desde el de 90. En su mejor salto alcanzó los 71 metros, 47 por detrás del ganador. Sus logros fueron otros: primero, se fue de Calgary por su propio pie y no en camilla; segundo, lo hizo convertido en una improbable celebridad. Inmediatamente se convirtió en estampado de camisetas, gorras, llaveros y paños de cocina, y empezó a encadenar bolos: inauguró varios centros comerciales disfrazado de águila -o, en ocasiones, de pollo-, fue jurado en concursos de belleza, puso imagen a una aerolínea y rodó varios anuncios. Escribió un libro y hasta grabó dos baladas pop, una de ellas en finés -en Helsinki hasta cantó ante 70.000 personas-. Llegó a ganar el equivalente a casi un millón de euros, pero el mal asesoramiento financiero le obligó a declararse en bancarrota en 1991.

Desde entonces ha sido sobre todo un yesero. De vez en cuando lo contratan en cruceros para entretener a los pasajeros con sus batallitas, y recientemente ha tenido cierto éxito en televisión como carne de 'reality'. Nunca volvió a ser olímpico: en 1990, el Comité Olímpico Internacional endureció los requisitos exigidos a los saltadores para participar en los Juegos y evitar así que ni Eddie ni otros como él pudieran volver a hacerlo. En todo caso, sigue saltando con fines benéficos. Se eleva por encima de coches, o de autobuses, o de cualquier hilera de objetos sobre los que la gente quiera verlo volar. Y al aterrizar, por supuesto, aletea con los brazos.