Una Vuelta sin besos
Juan Ayuso, la perla de la Vuelta.
¿Con qué transporte completas antes el circuito de la Vuelta?
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
No habrá beso para el ganador de la Vuelta. Y si lo obtiene será el de su pareja. La mujer florero ha desaparecido del ciclismo. El mundo avanza. Hubo un tiempo siniestro. El dopaje corría tan veloz como las ruedas de los corredores y decenas de mujeres veinteañeras se paseaban por las metas de las carreras ciclistas repartiendo sonrisas entre corredores de su misma edad. A veces, todo se convertía en un delirio que acababa con ciclistas fugándose de sus habitaciones, deportistas que se olvidaban de que al día siguiente tenían que recorrer 200 kilómetros en bici. Y todo por un tentador beso de medianoche… o algo más.
Los besos son algo íntimo. Es verdad que cuando viajas a Francia y recorres el Tour, muchas veces colegas te besan, como algo normal, algo establecido, a veces extraño al sur de los Pirineos. Pero no tiene nada que ver con la costumbre tantas décadas impuesta. Llega el ganador de la etapa y dos mujeres se sitúan a derecha y a izquierda del podio y dejan en las mejillas del ciclista la marca del carmín. Todo tan normal. Hasta que, en Australia, a mediados de la década pasada, alguien dijo de qué van. El trofeo podía ser la copa, la escultura, pero no que una chica a la que no conoces de nada, por exigencias del guion, te besase mientras te cogía de la cintura para celebrar un éxito que no era el suyo y que en el fondo le daba igual quién resultaba ser el triunfador del día.
El Tour femenino
Hace unas semanas, cuando la Vuelta, que este sábado comienza en Barcelona (por favor, que nadie se pierda la primera etapa), era todavía un proyecto, las mujeres ciclistas llegaban a Pau donde acababa el segundo Tour femenino organizado por ASO, la empresa propietaria de las rondas francesa y española. Había dirigentes, patrocinadores, equipos que tenían algo que celebrar, desde ganar la clasificación general a festejar la victoria en una etapa. Hubo podio, copas que exhibir, sonrisas que repartir. A nadie se le ocurrió subir al podio a besar, menos en los labios, a las campeonas. Y mucho menos tirar a la basura con comportamientos impresentables el esfuerzo de meses de trabajo, de sacrificio. Porque ganar el Tour, siendo hombre o mujer, no es tarea sencilla. No es subirse a la bici, pedalear con fuerza y soñar simplemente con vestirse de amarillo. O de rojo en la Vuelta. Son semanas de entrenamientos espartanos, de dieta obligada, de gimnasio, de descanso necesario y de decir no a amigos y amigas, todos con menos de 30 años; negarse a cenar en un restaurante y la consiguiente copa amenizada con la música en un local de moda de cualquier ciudad europea.
A nadie en Pau se le ocurrió fastidiar los éxitos de Demi Vollering, la ganadora del Tour, ni de ninguna de sus compañeras de pelotón con labios absurdos. Y en la Vuelta no habrá besos del pasado en cualquiera de las 21 metas todavía por decidir. Un azafato y una azafata entregarán el jersey rojo y, sin contacto físico, una foto servirá de testimonio de una hazaña conseguida con sudor y pedaleo. El mundo avanza. Alguno parece que no se entera. Y así le va.
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