Salvar al soldado del Tour
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Hay que salvar al soldado del Tour. Ser soldado en el Tour es estar cada día inmerso en una batalla que este año se ha recrudecido por el miedo a que las revueltas francesas entorpezcan la carrera; más policías, de todos los colores, más vallas y más restricciones, hasta el punto de que en ocasiones te cabrees tanto como cuando un hijo se te presenta con los exámenes cateados.
Pondré un ejemplo. Llegas a un apartamento, aparcas el coche, te vas a dormir y al día siguiente te encuentras con unas vallas que te impiden salir. Primero has de convencer al policía de turno que estás por trabajo, que por favor retire las vallas, que llevas un coche acreditado, que vas a la salida, en sentido contrario, y que quieres hablar y saludar a los ciclistas. ¿Sentido contrario? Pues va a ser que no. Con la iglesia, perdón, con el Tour hemos topado. Tienes la plaza de Verdún, que es el centro de Pau, de donde sale la primera etapa pirenaica, a un kilómetro y te hacen hacer un rodeo de 20 para llegar, porque la ciudad está acordonada, llena de vallas, con todas las calles cortadas y por ahí no pasa ni el alcalde. Un drama, vamos, una desesperación. ¡Por favor, salvad al soldado del Tour!
Mal empezamos el día
Hablas con un policía local, que se ríe, que presume de hablar castellano a la perfección, cuando no es así, que te indica que por una calle llegas a la dichosa plaza Verdún y hasta te cuenta, entre francés y castellano, que Verdún representa el alma del país como resistencia en la Primera Guerra Mundial.
Mal empezamos el día, tan mal, tanto, que Pau se convierte en un infierno, imposible llegar a esa salida que tenías a un kilómetro de tu casa, la ves, pero no la tocas. Desesperado, renuncias a la salida y decides ir directamente a la meta que, por el camino corto, sin tener que subir puertos, sólo está a 40 kilómetros, que como la carretera juega de local representa 50 minutos de trayecto. ¡Ojalá hubiera sido así!
A la meta
El soldado del Tour ha arrancado su coche a las 9.45 de la mañana. Los ciclistas, a un kilómetro de su casa de acogida, llegan a las 11 a la zona de salida. Y el soldado se encuentra en un laberinto del que no puede salir.
Un gendarme le indica que si tira recto llega a Laruns, meta del Tour, en menos de una hora. El soldado se siente dichoso, llegará, inspeccionará la salida y hasta se plantea que, como hay tiempo y existe un desvío, hasta podrá subir el Marie-Blanche para ver cómo está de público.
Todo va bien, ¡maldita sea! hasta que aparece una señal de tráfico que indica ‘route barrée’ , fácil de traducir, carretera cerrada. Alucina, vecina. Enfrente del soldado aparece una verja tan alta como la de Melilla, con cientos de personas que chillan porque en ese momento llega la caravana publicitaria. 20 kilómetros recorridos que se van al garete. Hay que volver a Pau. Soldado, media vuelta.
La zona cero del Tour
Pau es el infierno, la zona cero del Tour, de nuevo todo cerrado, tanto que Google Maps y Waze, y ya no digamos el GPS del coche, se vuelven locos. No hay nada que hacer, a cada locución del navegador aparece una valla, vuelta atrás, hasta llegas a pensar que le den al Tour. Ya son las 12 de la mañana y es terrible, porque pareces el protagonista del día de la marmota. Llevas 33 Tours y sigues encerrado en la telaraña de la carrera, sin saber que hacer hasta que aparece un cartel, siempre ocurre un milagro en la Grande Boucle, que te indica ‘Départ’, el único camino entre decenas de calles que te lleva a la plaza Verdún, la que estaba a un kilómetro de tu residencia, que si hubieses ido andando, pero que no podías porque luego necesitabas el coche, habrías tardado 12 minutos.
El Tour es como un dolor de muelas el día que todo se enreda. Sales a las 9.45 de tu apartamento y no llegas a la meta recorriendo 40 kilómetros casi cuatro horas más tarde, una batalla épica que en cualquier otro lugar te habría valido una medalla. ¡Ah! y con un sufrimiento añadido. Llevas poco combustible en el coche, pero como el Tour pasa, las gasolineras han cerrado. Todos se han ido a ver el paso de los corredores. Colorín, colorado, acaba la batalla del soldado del Tour.
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