Si vas al Tour, póntela, pónsela… la mascarilla

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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El Tour sigue siendo el último reducto de las mascarillas. Ponte una protección de nariz y boca si quieres acercarte a un corredor; da igual que a casi centímetros de ellos haya cientos de aficionados en las vallas expulsando ese aire que exigimos 13 veces por minuto. Si quieres hablar o saludar a un ciclista debes llevar la protección en tu cara, póntela, pónsela.

Fue curiosa la imagen que se observó el lunes en la llegada del Tour a Bayona. El jersey amarillo, en este caso el británico Adam Yates, tiene la obligación de acudir al final de cada etapa al set que la televisión francesa monta en las llegadas. El entrevistador iba con la mascarilla oficial del Tour, blanca y con las gomas que se ajustan tras las orejas en los colores rojo y azul para que de la combinación salga la bandera de Francia. Yates se sentó en el taburete de los entrevistados y en eso apareció un responsable del sonido de la tele oficial colocándole el pinganillo al corredor con la mascarilla a media asta; es decir, boca tapada y nariz descubierta, lo que ni antes, en los tiempos duros de la pandemia, donde la mascarilla salvó miles de muertes, o ahora, cuando el Tour y la Unión Ciclista Internacional (UCI) viven en su mundo, sirve de nada.

Un mundo particular

Nadie lleva mascarilla en Francia, nadie. Si entras en una farmacia vas a cara descubierta… ya ni se ven mascarillas veniéndose en los supermercados. El Tour se ha visto obligado a repartirlas de forma gratuita cuando llegas a la zona acotada de los autobuses de los equipos, donde antes de la pandemia entraban los aficionados que disponían de invitación. Ahora sólo hay periodistas y representantes de las escuadras participantes. A escasos metros de los ciclistas están, detrás de las vallas, los seguidores que les gritan entusiasmados y que se acercan a sus ídolos, como siempre ha pasado y mucho más antes del coronavirus (ac).

Todo iba normal este 2023. Comenzaron las primeras carreras invernales, llegaron después pruebas como la París-Niza o la Volta, donde podías hablar con toda naturalidad y sin mascarilla con los corredores. Y en eso el virus se recrudeció en el Giro y se armó la marimorena cuando Remco Evenepoel, vestido de rosa, tuvo que abandonar la carrera, por decisión personal y no forzado ni por la dirección de carrera ni por la UCI. Volvieron las restricciones en Italia y el Tour exigió las mascarillas si querías acercarte a un ciclista.

Las viejas pruebas

Por fortuna habrá un tiempo en que todos al levantar la vista veremos un Tour libre de mascarillas para pensar que la condenada pandemia fue una pesadilla que frustró a decenas de corredores que tuvieron que abandonar enfermos, y con jornadas de descanso donde todos los participantes y los componentes de los equipos tuvieron que pasar primero pruebas PCR (parece que haya pasado siglos) y luego test de antígenos que al menor positivo los enviaban para casa.

Fue tan duro como cuando, en circunstancias parecidas, días de descanso, sobre todo, había que estar en vilo pendiente de que apareciera un positivo, pero no de covid, sino de dopaje, en otra época, la que casi destruye este deporte, terrible como pocas con la mayoría de los corredores circulando por un túnel siniestro a las órdenes de druidas como Eufemiano Fuentes y compañía que afortunadamente hoy en día sólo son un recuerdo amargo en el álbum negro del ciclismo.

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