El Català de l'Any
Josep Sánchez de Toledo: "Los niños con cáncer nos dan lecciones de valentía"
ONCÓLOGO.
Josep Sánchez de Toledo (Barcelona, 1951). Responsable de oncología infantil del Vall d'Hebron.
El mundo del cáncer infantil, en el que vive Josep Sánchez de Toledo desde que en 1978 se especializó como oncólogo pediatra, se compone de gestos intuitivos que no tienen edad ni idioma fijo, tecnología diagnóstica de alta sofisticación, actos quirúrgicos siempre de riesgo vital y fármacos tan eficaces como arriesgados. Aplica esas capas de intervención médica desde hace más de 30 años y procura no perder nunca de vista el factor «humanista» que observó en quienes cita como sus maestros, Josep Padullés y Jordi Prats. La sencilla calidez con que saluda y con que lo reciben los pequeños pacientes ingresados en el área de oncología y hematología pediátrica del Hospital de Vall d'Hebron prueban su estilo.
Decidió ser pediatra a los 5 años, observando al médico que le trató y curó de una poliomielitis gravísima que superó sin secuelas. «Aquel pediatra se me quedó grabado», explica. El servicio que dirige introdujo en España en 1984 el trasplante de células madre precursoras de la sangre, que se alojan en la médula ósea. En 28 años, han realizado 1.040 trasplantes con ese material sanguíneo a niños enfermos de cáncer. Más del doble que cualquier otro hospital español. «La oncología infantil es fascinante: cuando empecé, un 50% de los niños enfermos superaban el cáncer. Ahora lo consigue el 80%». En el 2012, el servicio que dirige recibió el máximo galardón europeo por la calidad y rigor de sus procedimientos terapéuticos.
Sánchez de Toledo, al igual que el equipo de oncólogos y enfermeras que trabajan en el servicio, no recurre a subterfugios para anunciar a los padres de un niño que su hijo sufre un incomprensible pero evidente cáncer. Tampoco lo hacen al abordar el tema con el pequeño enfermo, el aspecto que consideran más determinante en la evolución de su historia. «El actor principal ante un cáncer es el niño enfermo, tenga la edad que tenga. Todo nuestro trabajo gira a su alrededor: él es el protagonista. Le explicamos todo lo que le haremos, nunca se le engaña. Él siempre entiende. El objetivo es que acepte lo que le sucede, que comprenda que su participación es imprescindible para vencer».
La reacción de los pequeños enfermos ante tales explicaciones es difícil de reproducir, prosigue Sánchez de Toledo. «Nos dan lecciones de valentía y serenidad -afirma-. Aceptan la realidad con una ecuanimidad difícil de observar en un adulto enfermo. Son niños que inspiran un gran sentimiento de solidaridad». Es por esa razón, explica, que, aunque en apariencia la oncología infantil es una especialidad «emocionalmente dura», hay muy pocas solicitudes de cambio de servicio. «Pocos abandonan. El personal de mi unidad, profesionales de altísima categoría, lleva muchos años aquí».
El segundo factor de sostén en estas historias son los padres del niño enfermo. Una pareja relativamente joven, que pocas veces se ha cruzado antes con el cáncer, y que, de entrada, no tolera la idea de que la cojera o la desviación ocular de su hijo surjan de un tumor. «Cuando se lo anuncio, no es raro que se encaren conmigo, que me digan que qué me he creído, que lo nieguen... Poco a poco, evolucionan», relata.
En Catalunya, donde viven un millón de menores de 15 años, se diagnostican cada año entre 180 y 200 nuevos cánceres infantiles, de los que cerca de 50 son leucemias. En un 20% de ellas, se recurre al trasplante de células sanguíneas obtenidas de la médula ósea. «Por fortuna, el cáncer infantil es una enfermedad poco frecuente -explica-. Muchos pediatras no ven ningún caso en toda su carrera profesional».
Los rostros y los comentarios sorprendentes de sus pequeños pacientes -«¿Y mis papás se quedarán solos si yo muero?»- no desaparecen de la mente de Sánchez de Toledo cuando cierra el ordenador cada noche. «Las historias de esos niños siempre van conmigo, pero intento que en casa no se enteren», comenta. Uno de sus dos hijos, Joan, ha seguido sus pasos: estudió medicina y se ha especializado en cardiología pediátrica intensivista (se aplica en las unidades de cuidados intensivos). «Ha trabajado en África, EEUU, en zonas de catástrofes», dice su padre. El otro, Francesc, produce energía eólica en el Bages. Tiene cuatro nietos.
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