Gastronomías

Malacara: las viejas cepas que dan un vino nuevo en La Rioja

La bodega El Pacto, en La Rioja, defiende el viñedo con cepas de comienzo del siglo XX: pequeñas parcelas con joyas rescatadas como una viña de mazuelo plantada en 1946

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Raúl Acha y Richi Arambarri, de bodega El Pacto, en la finca Malacara.

Raúl Acha y Richi Arambarri, de bodega El Pacto, en la finca Malacara. / Pau Arenós

Pau Arenós

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Para la visita a las viñas de El Pacto, una de las bodegas que Vintae posee en La Rioja y que es el corazón sentimental de la compañía, son necesarias las botas. La lluvia del día anterior fue bíblica en versión cortometraje, intensa y rápida, y ha dejado los campos embarrados. Las botas garantizan el movimiento sin precauciones.

Vintae es una empresa con 25 años, aunque las raíces vinícolas sobre las que ha crecido se enredan hasta comienzos del siglo XX. La fundó José Miguel Arambarri, la dirige su hijo Richi y tiene como socio y director técnico a Raúl Acha.

Estamos en la tierra rojiza de Raúl, en el pueblo de Cárdenas, en La Rioja Alta, con solo 130 habitantes y esa soledad que expulsa a los jóvenes, donde las parcelas son pequeñas y familiares y donde las cepas viejas sobrevivieron al furor de la productividad, al desgarramiento y a la repoblación con las nuevas plantas que dan pero que no dejan. El rompecabezas pertenece a demasiadas manos y eso lo ha salvado de la uniformidad.

Los vinos de la bodega El Pacto, en La Rioja.

Los vinos de la bodega El Pacto, en La Rioja. / Pau Arenós

La primera finca de la visita es Pieza La Villa, plantada en 1918, en un suelo «arcillo ferroso», en palabras de Raúl, que se agarra a las botas negras como una pesadilla de madrugada. 

«En torno hay higueras, nogales, cerezos…», enumera el enólogo, delgado como la hiedra. Son los guardianes del viñedo, aunque se plantaron como complemento porque no podía quedar ni «un centímetro sin aprovechar». Cultivo ecológico, mínima intervención, la naturaleza como activo. 

Raúl señala un jeroglífico o las curvas de una montaña rusa: «Bisabuela, abuela, madre e hija». Se refiere a un grueso tronco, hundido y renacido en otras tres generaciones de vides: «Comparten la savia original». Eso significa una transfusión permanente desde hace más de cien años, el bombeo que las mantiene unidas. Habla de las plantas en femenino. «Si cortas una, la filoxera las puede afectar». Cortar el vínculo debilita.

La finca Malacara, en La Rioja Alta.

La finca Malacara, en La Rioja Alta. / EP

Quienes las metieron en la tierra fueron el bisabuelo, el abuelo y Jesús Acha, el padre, en otra armonía generacional. Un vino de El Pacto recibe su nombre: un blanco del 2016 de la parcela Senda de Haro, cerca de la finquita Malacara, el objeto de la excursión.

Al Jesús Acha (vino) le pasa lo que al resto de etiquetas de la bodega: desconocen el porcentaje exacto de cada uva, cuánto de malvasía, de jaina y de garnacha blanca, así que son las vides, y la dispersa voluntad de quien las plantó hace décadas, las que hacen el 'coupage' y no el enólogo. Jesús Acha (viticultor) murió en la viña. Falleció donde más dichoso era. Había vivido 77 vendimias. Beberlo es compartir su visión.

Viñas enlazadas en una de las fincas de El Pacto, en La Rioja.

Viñas enlazadas en una de las fincas de El Pacto, en La Rioja. / Pau Arenós

Seguimos en el Alto Najerilla y nos hemos enfangado en diferentes viñedos en esta ruta de descubrimiento. «Volvemos a la viticultura original», cuenta Richi: «Esta tierra está lejos del foco mediático del vino. Todo se vertebró en torno al ferrocarril». El tren unió La Rioja con Francia y es en el barrio de la estación de Haro, y su increíble subsuelo, donde se concentraron las estrellas.

El relativo apartamiento fue la salvación: «Tuvieron la paciencia de no arrancar las viñas viejas», reflexiona Raúl. Paciencia, el tiempo embotellado.

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Una botella de Malacara 2021, de El Pacto.

Una botella de Malacara 2021, de El Pacto. / EP

Por fin, Malacara, mazuelo con historia, de 1946. Defiende Raúl la excepcionalidad porque son 0,24 hectáreas dedicadas a esa uva que en otros lugares llaman cariñena.

Excepcionalidad riojana, dice Raúl: «Un monovarietal de mazuelo en La Rioja de esa edad es una 'rara avis'».

Hasta la primera añada (la del 2021, solo 310 botellas), sirvió como complemento de otras variedades tintas y es gracias a Josep Roca, el jefazo de El Celler de Can Roca, que ha iniciado la carrera de solista: él los animó a embotellarla. 

Dicen Richi y Raúl, y Fernando García, el viticultor que se encarga de los viñedos –y cuñado de Raúl–, que la vida aquí es otra cosa y que gira en torno a la bodega que cada cual tiene en su hogar («en Cárdenas hay cien y pico habitantes y ciento y pico bodegas, lugares sociales como lo son las sociedades gastro en el País Vasco»), vinos sencillos y directos hechos en casa con el orgullo de poseer todavía un pedazo de territorio.

La vejez es aquí virtud, no solo la vegetal, sino principalmente la humana: el padre de Fernando, nonagenario, sale cada día con el tractor; la madre de Raúl, octogenaria y bastón, cuida del jardín frente a su vivienda.

El símbolo de El Pacto son dos manos que encajan. «Un pacto con el pasado, un pacto con nuestros ancestros», explican los socios. Un contrato con la memoria.

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