Institución en Sant Martí

La bodega centenaria que vende 600 kilos de anchoas al año

Rosa Flores y Juan Antonio González Cala preparan a diario las mejores anchoas de Barcelona en Bodega J. Cala y las sirven con unas olivas y vermut

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Rosa Flores y Juan Antonio González Cala, en la Bodega J. Cala.

Rosa Flores y Juan Antonio González Cala, en la Bodega J. Cala. / JORDI COTRINA

Laia Zieger

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Vivieron felices y pelaron y comieron muchas, muchísimas, anchoas. Eso podría ser el resumen de los últimos 43 años de Rosa Flores y Juan Antonio González Cala, casi tantos como los que llevan casados (que son 38). Son los dueños y el alma de la Bodega J. Cala (Pere IV, 460) con fama -nos atreveríamos a decir que mundial- por sus anchoas que, ¡ojo!, la señora desala, limpia y prepara a diario con vinagre de vino natural, de lunes a viernes de las 21.30 a la 1.30 horas. “Me encanta este trabajo. Las preparo a mi ritmo sentada en mi cocina mientras veo 'El Hormiguero' y la película o serie del día”, explica.

Ni un día de descanso se toma de este sacrosanto ritual. En ello le va algo de orgullo: saber que las buenísimas anchoas que ofrecen han sido la clave del éxito de su negocio. Las cifras hablan por sí solas: se preparan unas 70 anchoas al día, lo que representa un total de 600 kilos al año. Aun así, la pareja asegura que, en privado, las siguen disfrutando. “Antes de comer, no pueden faltar nunca unas anchoítas”.

“Compramos las mejores, de Santoña (Cantabria), y las preparamos nosotros mismos para que en nuestra bodega se coman frescas, recién limpiadas y alineadas al momento". Acude a por ellas gente de toda Barcelona y de todas las edades, también turistas y famosos. “Han pasado por aquí el Xavi [exjugador y exentrenador del Barça], la actriz Laia Costa, entre otros, y tenemos algún cliente de fuera que viene directamente aquí cuando baja del avión”, cuenta Rosa con un tono risueño, tan encantadora como encantada con la vida.

Ambiente de la Bodega J. Cala.

Ambiente de la Bodega J. Cala. / JORDI COTRINA

Es la perfecta anfitriona, cálida y cercana, que trata a todo aquel que entra a su bar como si fuese la vecina que siempre habíamos querido tener. “Para que un negocio como el nuestro funcione, es importante tener buen producto y dar un buen trato”, explica ella. Y Rosa y Juan Antonio hacen ambas cosas muy bien. “Esto es un bar social en el que hay jubilados, familias, trabajadores y extranjeros. Nunca hemos tenido ningún problema con nuestros comensales, son muy fieles y muy buena gente. Conocemos a muchos desde hace muchos años, abuelos, padres e hijos”, relatan Juan y Rosa, estrellas del barrio.

Este negocio fue abierto en 1927 por Ricardo Roca Mestre, cuya foto familiar aún reina en el bar. En 1981, cuando Juan se quedó sin trabajo en la obra, su madre, la señora Joaquina, vecina del anterior dueño, le animó a coger el local, entonces en traspaso, porque no soportaba verlo sin hacer nada. Lo dirigían ambos, él siempre en la barra y ella dedicándose a las anchoas y otras tapitas, hasta que Joaquina falleció en 2007 sin haberse jubilado nunca. Entonces Rosa, que trabajaba en una empresa de seguros, decidió dejar su puesto y tomar el relevo de su suegra.

Preparación de las anchoas en la Bodega J. Cala.

Preparación de las anchoas en la Bodega J. Cala. / JORDI COTRINA

“Mi madre vino de Andalucía y trabajó en la venta de pescado. Sabía limpiar todos los pescados, incluso las sepias, que es el trabajo más duro que he visto para las manos”, asegura Juan. “Fue quien enseñó a mi esposa a limpiar las anchoas”, continúa. Pero Rosa matiza: “No fue así del todo, porque ella me decía que no la ayudara, que le iba a romper las anchoas. Era especialita. Pero yo fui haciendo”. De hecho, “este establecimiento se llama J. Cala porque yo me llamo Juan y mi madre era la Joaquina. Es un negocio madre e hijo”, explica el señor, que parece haber visto desfilar ante sus ojos la historia moderna de Barcelona desde detrás de su barra.

La Bodega J. Cala está en Sant Martí, casi al final de Barcelona, antaño zona de fábricas y de residencias obreras, ahora en pleno 'boom' como zona de 'hubs', 'start-ups' y viviendas de lujo, al igual que buena parte del barrio de Poblenou. “Hemos visto la transformación que han supuesto las Olimpiadas, los cambios del Poblenou, el lío con el cambio de monedas, la crisis económica, la pandemia, la prohibición de venta de licores a granel, las tendencias de consumo, ya que antes se vendían muchos combinados de alcohol que ya no se piden, aunque lo que más sufrimos fue la renovación de esta calle. Pero también, una vez acabada, nos ha ido de fábula”, zanjan. Otra cosa que aseguran ha supuesto un cambio es que han tenido que aprender inglés para atender al creciente número de extranjeros como vecinos de la zona o turistas de paso.

Lo que sí sigue intacto entre tantos nuevos conceptos de restauración que se adueñan como un disfraz de estética 'vintage' son los proveedores (mismas anchoas, mismos vinos, mismo vermut de siempre) y el local, igualito que cuando abrió a principios del siglo pasado. La barra de madera, las botas, las barricas, la decoración y las neveras (que siguen funcionando) están en el mismo lugar. Lo único moderno que encontramos entre estas paredes es el perfil de Tik Tok de Juan, en el que comparte sus piezas de piano clásico, algo a lo que tiene previsto dedicarse mucho más cuando se jubile. Eso será ya, porque la bodega se ha traspasado. Pero nada cambiará, aseguran.

Vino de misa

Los nuevos dueños llevan tiempo con ellos y en breve volarán por libre. Ya saben preparar las anchoas como Rosa y conservarán el espacio y la oferta de tapas frías (no hay que perderse las gildas y la 'mousse' de anchoas, que también preparan ellos mismos), conservas, vinos y vermut. Incluso seguirán ofreciendo a granel esta rareza que es el vino de misa, que antes venía a comprar aquí el sacerdote pero que ahora solo algunas familias vienen a buscar para Navidad.

Fachada de la Bodega J. Cala.

Fachada de la Bodega J. Cala. / JORDI COTRINA

“Puede ser que como son más jóvenes, añadan algo más en carta como jamón bueno cortado, pan con tomate u otras cositas. Pero eso ya es cosa suya”, explica Juan, que incluso dejará en la bodega su colección de 4.000 llaveros que adorna las paredes y otras curiosidades como carteles de corridas de toros o espirituosos, máscaras y recuerdos de viajes. “Me hace ilusión que se queden en la tienda. Es parte de su historia”, explica. “Lo único que nos llevaremos son los retales de diarios y revistas que hablan de nosotros”.

Tras cuatro décadas de pie, sirviendo vermut, copas y pelando anchoas, ¿lo echarán de menos? “Lo echaré todo de menos -asegura Rosa-, porque me gusta preparar mis anchoas, estar con la gente, ver a los niños que vienen el fin de semana”. “A mí me faltará la gente, pero no echaré de menos servir. Y mis piernas podrán descansar”, dice Juan, que tiene previsto exprimir la jubilación junto a su mujer viajando y tocando el piano. Eso sí, aseguran que nunca faltará la anchoa del vermut, como han hecho y lo seguirán haciendo toda la vida.

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