En la calle de Ferran

El regreso de un restaurante histórico de Barcelona

Casa Pince, que fue el primer 'take away' de la ciudad y se convirtió en referente entre la burguesía por sus banquetes, vuelve con una cocina tradicional catalana de rechupete

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La cocinera Silma Ayres, con unas fotos antiguas de Casa Pince y tres platillos que sirve actualmente el establecimiento.

La cocinera Silma Ayres, con unas fotos antiguas de Casa Pince y tres platillos que sirve actualmente el establecimiento. / El Periódico

Ferran Imedio

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Cuando el empresario árabe que había comprado el edificio de la calle de Ferran, 21 ordenó rehabilitar la finca modernista para montar su octavo hotel en Barcelona (suyo es el cercano DO Plaça Reial, por ejemplo), no imaginó que encontraría un tesoro que, más allá de los forjados de los balcones hechos por un asistente de Gaudí, iban a condicionar la oferta gastronómica de su establecimiento, abierto hace tan solo unas semanas. Hallaron un menú del restaurante que había allí mismo y que ocupaba también el local de la óptica contigua. Se trataba de Casa Pince, un negocio emblemático en su época que solo ofrecía banquetes de lujo para celebraciones de gente con posibles y del que cuentan que fue el primer 'take away' de Barcelona.

Así fue su historia. Jean Pince era un francés que al llegar a la ciudad se puso a trabajar como pinche de cocina en el Hotel Ambos Mundos (en la esquina de ronda de Sant Pere con Ausiàs March). Al poco conoció a su futura mujer, Catarina Ros, y, en asociación con un cocinero que conoció en el hotel llamado Antonio, abrieron el negocio entre finales del siglo XIX y princpios dla década del siglo XX.

Dicen que lo los menudillos de pollo que ofrecían para llevar a los que salían de misa los domingos de la cercana iglesia de Sant Jaume fue idea de Ros. Los freían con una salsa ideada por su marido y, recuerda el periodista Lluís Permanyer, venteaban el humo para que el aroma se esparciera por los alrededores a modo de reclamo. También servían croquetas. Fue un exitazo.

Dio de comer al rey Alfonso XIII

De modo que comenzaron a recibir encargos y acabaron convirtiendo aquel local, que también era un colmado que vendía alguna que otra 'delicatessen', en un espacio que albergó banquetes de la alta burguesía y sirvió al rey Alfonso XIII. Gente que se sentía como en casa con esos finos manteles de hilo tejidos en Lyón, esas copas de cristal de bacará...

Varias cartas rescatadas del Casa Pince del principios del siglo pasado.

Varias cartas rescatadas del Casa Pince del principios del siglo pasado. / Ferran Imedio

Les iba tan bien la cosa que compraron toda la casa. Los bajos y el entresuelo se destinaron al restaurante, que decoró el arquitecto Joan Alsina con tal elegancia que ganó en 1905 el premio del Ayuntamiento al mejor establecimiento proyectado aquel año. También recibió medallas de oro en Bruselas y París en 1906, y en Madrid y Budapest en 1907.

La inesperada visita del bisnieto del fundador

El primer Casa Pince cerró en 1919. El dueño, que se hacía llamar Juan según puede leerse en uno de los menús recuperados, se arruinó, cuentan que por su poca destreza al invertir en bolsa y por la quiebra del Banco de Barcelona. Más de un siglo después, uno de los bisnietos de Pince, Albert Claret, vecino de la zona, se asomó hace unos días por el nuevo restaurante con su madre, nonagenaria, para aportar algunas cartas de aquella época pintadas a mano, en las que mandaban los platos de raíz francesa, fotos y cubiertos.

Lo tenían todo en unas cajas de un altillo de casa y al saber de la apertura del actual Casa Pince no dudaron en desempolvar su contenido y llevarlo allí. "Es un orgullo que rememoren de alguna manera lo que había sido", ha comentado Claret a Betevé tras su inesperada visita. Esas cartas y esas fotos van a estar colgadas de las paredes en breve.

Antes de la pandemia fue un restaurante indio y el hotel se llamaba Adagio; desde el mes de abril vuelve a ser Casa Pince (como el hotel) y sirve cocina tradicional catalana. Al frente de la cocina está la talentosa Silma Ayres, una joven brasileña que fue 'stagier' en El Celler de Can Roca y Les Cols y que trabajó en Disfrutar, Moments y Direkte Boqueria.

Con ese bagaje se ha plantado en una calle tan turística como la de Ferran para defender unos platos, unas tapas y un menú de mediodía laborable (18,50 €) elaborados con productos de temporada y unos toques de genio que hacen disfrutar de cada bocado de manera bárbara.

A la ensaladilla rusa le añade gambas y una mayonesa con el jugo de las cabezas del crustáceo; la melosa croqueta de rabo de toro lleva mayonesa de berros de agua; su 'steak tartar', preparado con anchoa, cebolla y pepinillo, entre otros ingredientes, y servido con patata fritas con sabor a huevo frito, es de lo mejorcito de la ciudad; adereza el pulpo al grill, más tierno que un bebé, con un 'allioli' caliente; sirve la corvina fresca con un 'romescada' de vicio; hidrata los frutos secos del pollo a la catalana con vino especiado; convierte la crema catalana en una natilla avanillada...

Y para acompañar tanto bocado sublime, una bodega que en su mayoría cuenta con referencias catalanas seleccionadas con mucha sensibilidad. Buen ejemplo ese sobrio Blanc de Pacs de Parés Baltà, elaborado con las tres uvas icónicas de cualquier cava (xarel·lo, macabeu y parellada) para conseguir, en este caso, un vino tranquilo.

"Quiero traer calidad a esta calle tan llena de turistas que buscan bocadillos, paella y sangría. Cocino para los vecinos del barrio, para los trabajadores de la zona, para el público que va al Liceu", explica ilusionada Ayres. Quién sabe si logrará aquellos laureles del primer Casa Pince. Talento no le falta.

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