Cata Menor
El comensal solitario molesta, por Pau Arenós
El bar y el restaurante de diario dan un servicio que es social
¿Qué hacen las guías por la cocina?
Ese racismo que dicen que no existe
![Una camarera atiende a una joven en un restaurante.](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/3d945f90-d8c6-4611-b20e-30d8ed1dabc7_16-9-discover-aspect-ratio_default_0.jpg)
Una camarera atiende a una joven en un restaurante. / Shutterstock
![Pau Arenós](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/6dede594-7397-42ce-887e-130f3934f4ee_source-aspect-ratio_default_0.jpg)
![Pau Arenós](https://estaticos-cdn.prensaiberica.es/clip/6dede594-7397-42ce-887e-130f3934f4ee_source-aspect-ratio_default_0.jpg)
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con 18 libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona' y ha dirigido series de vídeorecetas y 'vídeopodcast'. El último libro es 'Las pequeñas alegrías'.
Las razones por las que la gente come sola son diversas, entre ellas, por supuesto, la solitud.
Solo hay que dar una vuelta un mediodía cualquiera por los bares de menú para contar las unidades de tristeza.
El bar y el restaurante de diario dan un servicio que es social, aunque su existencia se base en proporcionar ganancias al dueño. Y, sin embargo, es un lugar cuya desaparición afectaría, entre otros colectivos, a las personas mayores, pues allí encuentran sustento a un precio posible, rompen con la rutina y socializan, aunque sea con el camarero.
Otros comen en soledad por gusto, para dedicar un tiempo a sí mismos, interrumpir por unos instantes las fatigas del trabajo y leer, no sé, el periódico, o un libro o el móvil, y sus destellos: todos somos ya conejos deslumbrados por los faros de un coche.
Algunos están de viaje en ciudades desconocidas y la silla sin compañía es obligatoria.
En general, el comensal solitario es un incordio. Tal vez por eso inventaron la barra.
Ocupa una sola plaza, cuando en el mismo sitio cabrían dos o tres o cuatro, según cómo el establecimiento maneje el espacio.
Escribí en 'La tapa como engaño’ que muchos restauradores prefieren el plato compartido porque por la misma ración cobran un precio más alto. Quien reserva sin aliados se expone a pagar de forma excesiva.
En algunos sitios, para amortizar espacio y tiempo, invitan a desconocidos a compartir mesas, lo que me parece una agresión a la intimidad. Aunque para otros sea un antídoto contra el desamparo.
Estas semanas hemos publicado en ‘Cata Mayor’, de la mano de Javier Sánchez, diferentes reportajes que cuestionan o difieren de la ‘normalidad’: sobre comer solo, sobre comer con niños en restaurantes gastronómicos, sobre los percances de los comensales ciegos.
Quedan muchos otros, que iremos contando, cómo la accesibilidad de las personas con movilidad reducida o la comunicación con las personas sordas.
El restaurante es, debería ser, un lugar para todos.
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