Cata Menor

La ostra aburre porque han hecho que la aborrezcamos

Quien lea las cartas con curiosidad verá tres repeticiones habituales como un tridente de la trivialidad: ostra, croqueta y anchoa

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La croqueta con corona y su abuela, la bomba de la Barceloneta

Un plato con ostras.

Un plato con ostras.

Pau Arenós

Pau Arenós

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Las ostras son un comodín. Barcelona tiene una gran tradición: los romanos de Barcino las jalaban a gogó. En los yacimientos han encontrado cientos de conchas. Gracias a que no gestionaban los residuos sabemos de sus gustos alimenticios.

Podríamos concluir que la ostra es típicamente barcelonesa, sino fuera porque en este frente marítimo hay más gambones al achicharre playero que extracciones perlíferas.

Los romanos depredaron y ya solo quedan las columnas del templo de Augusto y una ostrización sin memoria. En cambio, Barcelona da gambas como bumeranes rojos, pero el prestigio se lo llevan las del norte, de Blanes a Palamós. El sur es del langostino.

Quien lea las cartas con curiosidad verá tres repeticiones habituales en el apartado de aperitivos, como un tridente de la trivialidad: ostra, croqueta y anchoa. Últimamente, apuntan a cuarteto con la gilda. Con el trío, el cliente ya ha soltado casi 15 euros y el estómago sigue en el aire.

Los restauradores deleitan al comensal con un fraseo que incluye un nombre de prestigio, Francia (menos, Galicia; apenas, el Delta, y qué pena), y un número que al cliente le dice poco pero que parece entusiasmar al vendedor. Por ejemplo: “Ostra ‘fine de claire’ de Marennes-Oléron nº 1”. Incomprensible.

Momento del campeonato nacional de abridores de ostras.

Un momento del campeonato nacional de abridores de ostras. / EP

El comensal asiente con complicidad para no pasar por ignorante, sin entender ni una palabra ni el porqué del número, descartando una dirección postal. También le han dicho que la anchoa es 000 y la croqueta XL, y ya no sabe si tiene que ir al probador.

Después intenta, con inútil elegancia, meterse el cuerpo entero en la boca, evitando el ahogo, o el ridículo y que el molusco resbale labio abajo. La tercera parte es rezar para que aquello no vuelva a salir por donde entró y con estrépito.

Pasó el tiempo de la desnudez y el bivalvo aparece con cualquier aliño, frío o caliente y sin patria, a la japonesa, a la gallega o al estilo de Liechtenstein, si es que eso existe. La creatividad es ponerle bañador a la carne babosa.

La ostra aburre porque han hecho que la aborrezcamos. Qué tiempos en los que una bandeja con hielos, y con esa geología en grises encima, anunciaba lo excepcional.

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