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600 € si quieres salir en mi Instagram, por Pau Arenós
Algunos ‘influencers’ cobran a los establecimientos por hacer ‘reels’ y colgar la promoción en su cuenta
La publicidad encubierta está prohibida en España
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con 18 libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona' y ha dirigido series de vídeorecetas y 'vídeopodcast'. El último libro es 'Las pequeñas alegrías'.
Muy recientemente tuve una cena reveladora con alguien que suma miles (y miles) de seguidores en Instagram, al que pregunté ansioso por la parte oscura de la red de colorines.
Hace tiempo que escuchaba un rumor en torno a algunos ‘influencers’: cobran a los establecimientos por hacer ‘reels’ y colgar la promoción en su cuenta. Tampoco es que sea el Watergate, ni mi informante Garganta Profunda, pero el asunto tienen miga.
Eso es publicidad y no presentaría ningún problema si se anunciara como tal, y a la alerta obliga el propio Instagram, sin que haya ningún esfuerzo por parte de los administradores por cumplir con la norma. Y hay más: la publicidad encubierta está prohibida en España. Hablamos, pues, de un engaño.
En el galimatías hay tres incautos: el propietario del bar o restaurante, los seguidores y Hacienda.
El propietario: me enseñó mi Garganta Profunda, Gargantilla, más bien, una comunicación con el dueño de un bar de menú, que le contaba el caso: se habían dirigido a él dos personas con miles (y miles) de seguidores. Uno le pedía 150 euros por ir, grabar y repartir elogios; el otro, 600.
¿Cuántos menús de mediodía tenía que vender el primo para que la operación de 600 euros saliera rentable?
¿Qué garantía había de que eso le iba a reportar un solo cliente, atraído por el carrusel de tortillas y croquetas?
Un vistazo a los dos ‘instagramers’ da una foto preocupante: se atreven con el desesperado.
Como suman miles (miles) de seguidores, también hay restauradores que los buscan y confían en su reclamo.
Los seguidores: se enganchan a los vídeos cortos, que parecen elaborados de buena fe; vídeos blancos en los que todo es exquisito, sin aportación crítica ni opinión.
¿Continuarían mirando si supieran del lucro y que ellos son la materia prima, puesto que sin miles (miles) de seguidores no habría nada que mostrar? Los usan, se aprovechan de los mirones, el meollo de los ingresos.
Hacienda: ¿hay facturas?, ¿se declaran esos pagos?, ¿cuántos montajes de 600 euros consiguen al mes?, ¿a qué esperan los inspectores para investigar el asunto y pasar el correspondiente cazo?
¿Esta es una arremetida contra los ‘influencers’?
De ninguna manera. Es una alerta para propietarios y seguidores crédulos y para la despistada Hacienda.
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