HECHO EN CASA
Una receta en 15 minutos: gambas jugosas al ajillo
Platos fáciles y resultones con los que triunfar y perder poco tiempo
Pau Arenós
Coordinador del canal Cata Mayor
Periodista y escritor, con 18 libros publicados, entre ellos, novelas y cuentos, y media docena de premios, como el Nacional de Gastronomía. Ha estado al cargo de las revistas 'Dominical' y 'On Barcelona' y ha dirigido series de vídeorecetas y 'vídeopodcast'. El último libro es 'Las pequeñas alegrías'.
PAU ARENÓS
QUÉ
Gambas rojas
Ajos
Aceite
Sal fina
Cristales de sal
Pimienta
CÓMO
Para las gambas: es una receta tan rápida que si no inviertes un rato pelando gambas la resolverás en cinco minutos. Puedes comprarlas ya limpias, incluso asumir la temeridad de que sean congeladas, pero lo óptimo es adquirirlas frescas, locales y de un tamaño importante.
Venga, sé animoso, vence la pereza y desviste al crustáceo de su coraza: reserva cabeza y cáscaras para un caldo y prepara el mejor arroz del mundo, pero esa es otra fórmula, más laboriosa.
Salpimienta los cuerpos rosáceos. Colócalos en una fuente para horno, de cristal resistente y con los laterales altos.
Para los ajos: corta un buen número de láminas y fríelas en una sartén con aceite abundante a fuego lento hasta que queden crocantes. Retira los ajos. Atención: ¡la receta está a punto de acabar! Sube la llama y, con el aceite bien caliente, rocía las gambas que están dentro del recipiente de cristal. Haz ese ardiente movimiento varias veces hasta cubrirlas por completo.
Emplatado: con unas pinzas traslada los preciados mariscos a un plato, añade el aceite y termina con unas escamas de sal y los ajos fritos sobre las víctimas.
POR QUÉ
Las gambas al ajillo forman parte de las tapas sagradas del bar y la terraza y, demasiadas veces, son un atentado contra el sentido común.
¿Por qué destruyen la delicada materia que apenas tiene que ser cocinada?
Pides la cazuelita de barro y, además de horrorizarte por el estado de la pieza, desportillada, y con olores extraños por culpa de la mala conservación, lo que llegan son unas gambitas del tamaño de uñas, pero no de extensiones a lo Rosalía, sino de uñitas resecas de gnomo. Los maltratadores de producto deberían sentarse ante el juez.
La intención de estas líneas es que la gamba aparezca en la mesa en las mejores condiciones: tersa, jugosa, entera, lo menos afectada posible por la micro cocción, pero, al mismo tiempo, bien empapada en grasa.
El aceite resultante es magnífico porque no solo ha adquirido el sabor del ajo sino que, además, el crustáceo ha liberado su sustancia.
Ármate con un buen pan y moja sin remordimientos. Nadie mira: acábate la barra.
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