Cosmocaixa dedica una radiante exposición a la estrella que hace posible la vida en la Tierra y, llegado el caso, la muerte

Cuando amainó la tormenta, los marineros del ‘Southern Cross’, un velero de tres mástiles, creyeron que navegaban sobre un mar de sangre. Ocurrió el 2 de septiembre de 1859 frente a las costas de Chile, pero en los cuadernos de bitácora de medio mundo se anotaron en aquellas fechas sucesos tanto o más intimidantes, auroras boreales en pleno Caribe y apocalípticos cielos cobrizos en latitudes septentrionales y meridionales. A finales de agosto de aquel año y durante los primeros días de septiembre tuvo lugar la más violenta tormenta solar conocida hasta la fecha. Aplastó el campo magnético de la Tierra con la misma facilidad que un niño aprieta con los dedos una gominola. Las consecuencias, no se las pierdan en el siguiente párrafo, fueron una advertencia para las generaciones venideras, o sea, nosotros, un aviso que, como es común en nuestra especie, ha caído en el olvido. Aquel episodio literalmente estelar forma parte de la radiante exposición que CosmoCaixa le dedica esta temporada al Sol.

Sale el Sol por poniente, pues por ahí cae, desde cierta perspectiva geográfica barcelonesa, el museo de la ciencia de la ciudad. Es más que una biografía sobre una estrella conocida por todos, pues cada día tiene su amanecer y su ocaso, lo cual, por la reiteración, puede parecer insustancial, pero, si así se desea, la exposición es casi el retrato de un una deidad tal y como en el mundo clásico se consideraba a las divinidades, seres capaces de propiciar la vida, y eso es indudable en el caso del Sol, pero también de quitarla. La energía, la salud, la fascinación que ha causado entre creyentes y entre científicos..., todo eso y más es lo que hasta el 16 de octubre mostrarà CosmoCaixa, mucho y variado y, lo dicho, dedica un apartado, cómo no, a lo ocurrio en 1859, el llamado ‘Suceso Carrington’, una tormenta solar de proporciones tan colosales que enmudeció los telégrafos de medio mundo y causó incendios simultáneamente, como mínimo, en Norteamérica y Europa. Una antiquísima tablilla babilónica, fechada más de 600 años de nuestra era y cuya réplica se exhibe en CosmoCaixa, revela que las tormentas solares son conocidas en realidad desde tiempos remotos. "Si sale el Sol y hay una mancha blanca, pasaremos hambre", reza la tabla. Si hoy se repitiera una tormenta como la de 1859 (ese es el aviso) podríamos regresar de la noche a la mañana a una suerte de prehistoria digital de consecuencias impredecibles.

Aquel enfado del Sol de hace 163 años fue bautizado con el apellido de un astrónomo inglés que fijo su curiosidad científica en las manchas solares, Richard Christopher Carrington, y que fue suficientemente intuitivo como para relacionar lo visto aquel verano a través del telescopio en la superficie del Sol con lo ocurrido en la Tierra. El viento solar bandeó la atmósfera terrestre con tanta intensidad que las auroras boreales iluminaron la noche y, eso cuentan, un equipo de mineros de las montañas Rocosas se levantó de madrugada, desayunó y se puso manos a la obra sin darse cuenta de su error.

‘El Sol, viviendo con nuestra estrella’, llega a Barcelona tras una alianza con el Museo de la Ciencia de Londres, feliz decisión, sin duda, porque la tradición científica del Reino Unido, a veces por insondables razones, es incuestionable. La institución inglesa, de hecho, aporta buena parte de los 100 instrumentos históricos que ilustran la historia del Sol y que, de hecho, protagonizan los momentos más radiantes de la exposición. Harry Cliff, comisario de la muestra, no ha podido evitar subrayar lo insólito de que un país tan nuboso como el Reino Unido haya sido la cuna de astrónomo de renombre, pero, efectivamente, así es.

En el segundo capítulo de ‘En casa’, la obra más celebrada del divulgador Bill Bryson, se relatan con gran gracia las aportaciones que al conocimiento científico realizaron, sobre todo en los siglos XVIII y XIX, los vicarios rurales ingleses, gentes realmente muy poco beatas, que compraban libros de sermones por si tenían que subirse al púlpito, y que a la hora de la verdad se volcaban más y mejor en la comprensión del mundo real, no del espiritual, como John Mitchell, que su faceta de astrónomo y especialista en campos gravitacionales hay que añadir la de talentoso óptico, pues sin su aportación William Herschel no lo habría tenido tan fácil para dar con Urano desde el jardín de su casa

Onda de radiación y viento solar desprendida por el Sol durante un periodo de máxima actividad solar.

Onda de radiación y viento solar desprendida por el Sol durante un periodo de máxima actividad solar.

La colección de instrumentos que se exhibe en la exposición ya es, por si sola, un motivo para visitar CosmoCaixa. Pero hay más motivos, por supuesto, entre ellos gozar a gran tamaño de unos primeros planos del Sol, un astro inobservable a simple vista, lo que son las cosas, por su cercanía. El video que despide a los visitantes es sencillamente sobrecogedor. Es poco menos que mirar de frente y a los ojos a un Dios. Es una visión tan hermosa que, en otro detalle que no debería ser pasado por alto, CosmoCaixa y el Museo de la Ciencia de Londres han tenido una feliz ocurrencia. En 2019, el telescopio hawaiano Inouye retrató una pequeña porción del Sol con una resolución de imagen sin precedentes. Tan pictórica resultó aquella grabación que le han puesto un marco rococó dorado, casi como si fuera un Velázquez. Se lo merece.

Si la historia de la tormenta solar de 1859, por lo que tuvo de advertencia, no es motivo suficiente para acercarse al museo, estas son tres razones más para visitar la exposición:


El afán por capturar el sol

Instrumentos históricos para medir el movimiento celeste

Desde los albores de la vida en la Tierra, los animales primero y los humanos después hemos organizado todo nuestro ritmo vital alrededor del movimiento del sol y las estrellas. Por eso mismo, no es de sorprender que innumerables culturas antiguas se esmeraran en crear instrumentos para medir el recorrido de estos puntos celestes. La exposición de Cosmocaixa recoge este legado y expone cerca de 25 piezas históricas como, por ejemplo, un astrolabio islámico de 1650; un instrumento astronómico antiguo utilizado para determinar la posición de las estrellas y orientar a los viajeros.

La otra joya de la corona de la exposición es una esfera armilar del siglo XVI, que en su intrincada sencillez muestra cómo los clásicos imaginaban la estructura del cosmos vista desde la Tierra. Y hablando de historias solares vistas desde la perspectiva terrestre, cómo no mencionar el enigmático monumento de Stonehenge y los espectaculares amaneceres y atardeceres que recoge durante los equinoccios y solsticios. Las estampas, cómo no, también tendrán su momento de gloria en la exposición solar.

Ni tanto ni tan poco

Los beneficios (y daños) del sol para nuestra salud

La fascinación humana por el sol también ha tenido su deriva salubrista. En el siglo XIX, por ejemplo, la luz solar era utilizada en el tratamiento de enfermedades como la tuberculosis y el raquitismo. Ya entrados en el siglo XX, la comunidad científica se percató que el mismo sol que durante siglos se había utilizado para curar también podía desencadenar problemas de salud. Solo hay que ver, por ejemplo, el abanico de problemas dermatológicos que puede desatar la excesiva exposición al sol. En el sentido contrario, también es bien sabido, sobre todo en los países nórdicos, que la falta de sol puede desencadenar graves problemas de salud, como la ausencia de vitamina D.

Una vez más, un recorrido histórico a través de 35 objetos solares es la mejor muestra de cómo la humanidad ha definido (y redefinido) el vínculo entre el sol y la salud. Muestra de ello, un aparato de 1891 ideado para tomar baños de sol (y disfrutar de los beneficios de los rayos solares) y una cama centenaria creada para tratar los casos de insolación de peregrinos que viajaban a la Meca.

¿Y si creamos nuestro sol?

La búsqueda de herramientas para captar energía solar

No hay mayor prueba de la fascinación humana por el sol que las múltiples argucias que hemos ideado a lo largo de la historia para sacarle partido. Como si cualquier recurso natural que se precie necesitara ser explotado por nuestra especie. Allá por el año 1700, por ejemplo, los estrategas militares idearon unos enormes aparatos, conocidos como espejos ustorios, para concentrar los rayos solares en un solo punto y poder atacar al enemigo "con rayos de fuego".

A lo largo de los siglos, el afán por capturar la luz de nuestra estrella ha dado lugar a grandes inventos como las placas solares (que, por cierto, inicialmente fueron desarrolladas para alimentar a las misiones espaciales y años más tarde se aplicaron para generar energía desde y para la superficie terrestre). Yendo un paso más allá, uno de los grandes proyectos científicos de la actualidad tiene que ver con emular la potencia del sol. Desde hace años, instalaciones pioneras de todo el mundo intentan (todavía sin demasiado éxito) recrear el proceso de fusión nuclear que se produce en el sol. De conseguirse, esta herramienta podría proporcionar una fuente de energía limpia y prácticamente inagotable para la humanidad.

Tesoros de la ciencia solar

Sistema planetario del siglo XIX, con el Sol por fin en el centro del universo.

Sistema planetario del siglo XIX, con el Sol por fin en el centro del universo.

La historia de la ciencia, en este caso la solar, suele tener nombres y apellidos, sin duda con Galileo Galilei en primer lugar, un hombre realmente muy osado, pues tuvo los arrestos suficientes como para sacar la Tierra del centro de universo, una idea en su tiempo no solo revolucionaria, sino también pecaminosa. La exposición de CosmoCaixa, no obstante, resulta llamativa porque, más que a través de las personas, realiza una historia cronológica sobre el conocimiento del Sol a través de los instrumentos que han permitido su conocimiento.

Comienza el recorrido con, por supuesto, un error, una esfera armilar del siglo XVI que se limitaba a repetir la equivocación que ya desde el mundo clásico se había cometido de situar la Tierra como eje alrededor del acual giraban todos los demás planetas y, por supuesto, el Sol. A su lado, corrige ese error un precioso sistema planetario del siglo XIX, ya con el Sol como centro del universo hasta entonces conocido.

Con todo, los verdaderos instrumentos de observación son otros. El preferido por el comisario de la exposición, Harry Cliff, es una filigrana, un espectroscopio de siete prismas construido en 1868. Su nombre resume su mecànica. Siete prismas descomponen la luz solar igual que en la escuela con un único prisma los estudiantes la luz blanca en los colores del arco iris. Con siete, el resultado es más completo, suficiente como para determinar de qué está hecho realmente el Sol. Con ese espectroscopio Norman Lockyer hizo algo excepcional. Descubrió una línea en los espectrogramas que no se correspondía con ningún elemento químico hasta entonces conocido en la Tierra. Le puso un nombre, helio, en honor, claro, a Helios, el dios Sol. Fue el primer elemento químico descubierto antes fuera de la Tierra que en la propia Tierra.

Hasta un centenar de piezas presenta la exposición al público. Son, la mayoría, tesoros que se exhiben en el Museo de la Ciencia de Londres, poco dados a los viajes, así que su contemplación es un lujo. Hay una de las piezas, sin embargo, que es la segunda ocasión que visita España. La primera vez lo hizo en 1860. Es un fotoheliógrafo, un telescopio especialmente concebido para fotografiar el Sol a través de la imagen que se proyectaba sobre una placa fotogràfica. Es un invento del astrónomo Warren de la Rue. Salió de su taller en 1857 y, tres años más tarde, fue llevado con gran cuidado (es más alto que un jugador de baloncesto) al País Vasco para retratar desde ahí un eclipse solar.

Reloj planetario de 1839, con un Sol y una Tierra en rotación en su cúpula.

Reloj planetario de 1839, con un Sol y una Tierra en rotación en su cúpula.

Esfera armilar geocéntrica del siglo XVI.

Esfera armilar geocéntrica del siglo XVI.

Réplica de la máscara de oro del Dios Sol, de la cultura precolombina La Tolita.

Réplica de la máscara de oro del Dios Sol, de la cultura precolombina La Tolita.

Reloj de 1688, que retrotrae a la polémica que desencadenó el uso horario de Greewich.

Reloj de 1688, que retrotrae a la polémica que desencadenó el uso horario de Greewich.

Astrolabio islámico de 1650, para conocer la hora y la orientación a La Meca.

Astrolabio islámico de 1650, para conocer la hora y la orientación a La Meca.

Este reportaje se ha publicado en EL PERIÓDICO el 22 de marzo de 2022

Textos: Carles Cols y Valentina Raffio
Diseño: Andrea Hermida-Carro y Ricard Gràcia
Coordinación: Rafa Julve

Imágenes: NASA Goddard