Infracciones habituales

Vecinos de Ciutat Vella piden que la Guardia Urbana priorice las quejas por ruido en Barcelona

Entidades y habitantes del distrito afirman que los avisos a la policía no son efectivos para sofocar la molestia por las noches

Ciutat Vella concentra un tercio de los afectados por ruido del ocio nocturno en Barcelona: "El barrio es invivible"

Un grupo de jóvenes fuera de un local de ocio nocturno en Ciutat Vella, en Barcelona.

Un grupo de jóvenes fuera de un local de ocio nocturno en Ciutat Vella, en Barcelona. / ZOWY VOETEN

Jordi Ribalaygue

Jordi Ribalaygue

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La muestra no es exhaustiva, pero el ejemplo da buena cuenta de que los límites que el Ayuntamiento de Barcelona pretende poner al ruido se superan con frecuencia allí donde el estrépito a deshoras incordia a vecinos de Ciutat Vella. El sonómetro de la calle Arc del Teatre, al final de la Rambla, rebasó el umbral de contaminación acústica durante buena parte de la madrugada del domingo al lunes de esta semana.

A tenor de los datos de la red municipal, el sensor situado donde el sur del Raval concentra locales de ocio registró resultados por encima de 55 decibelios minuto a minuto desde las 00.30 a las 05.05 horas casi sin excepción, pese a que este tope no se puede sobrepasar entre las 23.00 y las 07.00 horas. Las mediciones llegaron a alcanzar cotas de más de 70 decibelios a lo largo de la noche. La infracción es más grave si cabe porque la vía está declarada zona acústica de régimen especial, en que los valores límite de inmisión son de obligado cumplimiento.   

El informe con que el Ayuntamiento justifica la redacción de un plan de reducción contra el ruido en el distrito identifica el tramo de las calles Lancaster y Arc del Teatre como uno de los puntos que acredita más quejas a la Guardia Urbana por ruido, sobre todo por la noche. También sucede en torno a la plaza George Orwell y la plaza Reial, en el Gòtic, y en el paseo del Born y su contorno, en la Ribera. De los 10.438 incidentes por la molestia que los agentes documentaron en el distrito en 2023, 5.365 se atribuyeron a la presencia de personas en el espacio público, 3.207 a música y otros focos de sonido y 1.441 a locales, que centralizaron el 68% de las quejas por la noche. De las 21.00 a las 07.00 horas, se produjeron 6.563 denuncias.

Jordi Callejo reside en la parte baja del Raval. “Es un punto negro, se aglutinan muchas discotecas en poca distancia. Nos hemos acostumbrado a vivir con un ruido que hemos normalizado y a usar tapones porque a veces es imposible dormir. Es un despropósito”, resuelve. Atestigua que los avisos a la policía por incomodidades debidas al ruido son estériles: “Llevo 36 años en el Raval y llamar a la Urbana es inútil. Priorizan los delitos y el ruido lo dejan de lado. Si llamamos es por los pisos turísticos que montan fiestas. Aún así, hay que insistir tres o cuatro veces”.

“He dejado de llamar”

Las asociaciones de vecinos de Casc Antic, del Gòtic y la Xarxa Veïnal del Raval solicitaron meses atrás al distrito que los agentes den prioridad a las llamadas a causa del ruido, entre otras peticiones para sofocarlo. “Este año he dejado de llamarlos, porque no lo solucionan”, reconoce Asun Justo, miembro de la Asociación de Vecinos y Vecinas de Casc Antic. “Me ha pasado llamar porque en el bar de abajo se acumulaban clientes, dejaban la puerta abierta, se servía en la calle y no se cumplía el permiso de terraza, y que la policía me llamara una hora más tarde y me despertara, cuando la gente ya se había ido”, relata.

“Mientras el Ayuntamiento acaba de definir sus medidas, algunas ya pueden ser inmediatas, como controlar los incumplimientos y que la Guardia Urbana haga su trabajo”, plantea Ana Menéndez (FAVB). La federación vecinal, que recoge adhesiones para modificar la ordenanza de terrazas, es partidaria de retirar permisos a las mesas exteriores durante un año cuando un local encadene tres faltas graves.

Una terraza en un bar de Ciutat Vella, en Barcelona.

Una terraza en un bar de Ciutat Vella, en Barcelona. / ZOWY VOETEN

Eva Vila (Fem Gòtic) tampoco ve efectivo reclamar a la Urbana: “De 10 veces que llamas, quizá vienen una. Pero no es culpa suya, sino del código de prioridades que les ponen”. Opina que una campaña sostenida de multas resultaría más práctica. “La primera podrían pagarla, pero a la cuarta o la quinta seguida se acabaría”, piensa.

Fernando Martínez (Fecalon) aboga por la mediación. Destaca que, a raíz de un acuerdo con la FAVB, se ha creado un Observatorio del Ocio para interceder con establecimientos que generen quejas. “En ciertos locales de restauración y ocio nocturno, hay muchos problemas con las colas y una solución es evitarlas con citas telemáticas. También hemos pedido más presencia policial por el ruido en la calle, sobre todo a la hora del cierre”, indica.

Fiestas en la azotea

José nació al sur del Raval. Sigue viviendo en una calle repleta de pisos turísticos y ‘expats’. “Antes no se veía a nadie en los patios y las azoteas, pero ahora hacen fiesta tras fiesta y barbacoas -asegura-. A veces vuelven a las cuatro o las cinco de la mañana y siguen con la música en el piso. Puedes llamar a la Urbana, pero la mayoría de las veces dicen que no tienen efectivos”.

Núria vive cerca de la plaza del MACBA, donde el rumor de las terrazas se mezcla con el de los botellones y los ‘skaters’. “Los desalojos de la plaza eran más efectivos antes y cuadraba con el cierre obligado de las terrazas a las 11 de la noche. Eso se acabó. Los desalojos se hacen muy tarde y, al suspenderse la restricción horaria, hemos vuelto atrás y hemos dejado perder todo un curso”, protesta.

Una pareja que guarda el anonimato y vive encima de una discoteca del Raval opina que existe demasiada “permisividad” con los locales. “Se tiene que garantizar que alguien que viva encima de un bar no sea consciente de la hora en que abre y cierra porque deja de oírlo dentro de casa”, sugiere el matrimonio, que avisa que el ruido expulsa a vecinos del centro de Barcelona. “Es inviable vivir en un lugar donde no te dejan dormir ninguna noche”, esgrimen.

“Quedamos muy pocos que seamos del barrio”, observa José, que no ve solución en el Raval: “Si no quiere morir, el que tiene una discoteca debajo se tiene que ir. Y no se puede vivir si se tiene la mala suerte de tener apartamentos turísticos arriba, abajo y a los lados". Sostiene que el vecindario solo quiere "vivir normal, como en cualquier otro sitio". Pero confiesa que para él ya es tarde: "Ya no quiero vivir aquí. Cuando pueda, me largo y haré lo que todo el mundo: sacarle partido al piso y el que venga detrás que apechugue”.