Import & Export (II)

Barcelona y Estambul: el transporte público marítimo que podríamos copiar versus urbanismo asfixiante

La capital catalana ha estrenado un exitoso bus náutico en el Port Vell que podría inspirarse en el modelo turco para crecer

Capítulo I - Barcelona y Berlín: el abono de piscinas que podríamos copiar versus cómo combatir violencias machistas

Estambul, la ciudad del Bósforo

Estambul, la ciudad del Bósforo / HUSSEIN HIMMATI

Adrià Rocha Cutiller

Adrià Rocha Cutiller

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Las ciudades globales comparten muchos retos y preocupaciones. Barcelona se ha inspirado en numerosas ocasiones en las soluciones ideadas por otras urbes y también ha servido de modelo para consistorios que buscaban buenas prácticas. EL PERIÓDICO radiografía este verano políticas públicas y experiencias locales que podrían alimentar los próximos años este flujo de importación y exportación, de la mano de la red de corresponsales y periodistas de esta redacción.

Tras la primera entrega sobre Berlín, le toca el turno a Estambul por sus ferris y su urbanismo.

IMPORT

Barcelona no está repartida entre dos continentes, ni está partida por la mitad por una vía marítima internacional de las más transcurridas del mundo, pero esto no significa que no pueda aprender de uno de los rasgos más característicos de Estambul: su sistema de ferris. Una red con aún más interés tras el éxito del nuevo bus náutico del Port Vell.

Como hormigas que siguen cada día su camino marcado, el estrecho del Bósforo está siempre poblado por líneas de ferris que conectan a toda la ciudad de norte a sur y —sobre todo— de este a oeste. Por el mismo coste que vale un billete de metro o autobús, cualquier habitante de la gran metrópolis turca puede desplazarse en barco y de paso disfrutar de uno de los paisajes más icónicos del mundo.

Y vale la pena. Al atardecer, visto desde el Bósforo y el Cuerno de Oro, el sol se esconde detrás de las mezquitas históricas del distrito de Fatih y permite un descanso dentro de una ciudad que, con 17 millones de habitantes, nunca lo hace. En Barcelona ocurriría lo mismo: un hipotético ferri que conectase la Zona Franca y el Fòrum vería como el sol se pone detrás del Tibidabo y Montjuïc. Y, mejor aún, contemplaría el amanecer en la línea del horizonte que separa cielo y mar.

En transporte público marítimo, sin embargo, Estambul no es única: en Turquía hay otras ciudades que también han adoptado los ferris como herramienta destacada para su movilidad. Esmirna es un buen ejemplo de ello: la ciudad tiene varios puertos en sus barrios costeros y entre ellos viajan varias líneas de barcos, con o sin coches, que sirven para facilitar la movilidad de los trabajadores y —también— descongestionar las carreteras y autopistas.

Amanecer en Barcelona

Amanecer en Barcelona / Alfons Puertas

En Estambul y Esmirna es una necesidad imperiosa: las dos ciudades multiplicaron su población a finales del siglo pasado y la infraestructura sobre terreno sólido se quedó corta. Así que, desde entonces, ambas ciudades han desarrollado y optimizado su transporte por mar, además de subterráneo.

EXPORT

Este enorme crecimiento en poco tiempo, no obstante, ha sido también la cruz de Estambul. La metrópoli, si se le descuenta el Bósforo, es un desierto de cemento, sin espacios verdes ni zonas de paseo o destinadas a actividades al aire libre.

A diferencia de Barcelona y otras ciudades europeas, da prioridad en su espacio público a los coches y al crecimiento urbano que caracteriza a los países en vías de desarrollo: cualquier metro cuadrado de suelo disponible es destinado a sacar el máximo rédito económico posible. Poco —o nada— queda para la vegetación, para calles peatonales y zonas de recreo para niños y vecinos. Mientras que Barcelona pacifica parte de sus calles más céntricas, Estambul las congestiona de coches y gente y tiendas y cafés y autobuses. En esto, es Estambul la que debe aprender de Barcelona.

Estrechas aceras en calles de Estambul, caracterizada por su densidad urbana

Estrechas aceras en calles de Estambul, caracterizada por su densidad urbana / Adrià Rocha

Pero siempre queda como refugio el Bósforo y su orilla, gran parte de la cual es pública. Y desde ahí es increíblemente fácil perderse entre los ferris que van de Kadiköy a Besiktas, y que luego escalan estrecho arriba hasta el mar Negro y los barrios de pescadores de Rumeli Feneri y Beykoz.

Las opciones no acaban ahí: al sur, el transporte público lleva a las islas Príncipe de Estambul, famosas por haber albergado durante unos meses, hace cien años, al comunista León Trotski. E incluso hacia otras ciudades costeras del mar de Mármara, como Bursa y Bandirma.

Estambul vive por y para el mar, y su existencia, tanto ahora como en el pasado, sería imposible de entender sin él. Antes de que Estambul tuviese puentes y metros y coches, la única forma de cruzar el Bósforo era en barco, y eran miles las personas que se ganaban la vida en el pasado realizando el trayecto de Europa a Asia diariamente para transportar a pasajeros de un lado al otro. Ahora, este transporte es completamente público y también uno de los rasgos más característicos de la ciudad entre continentes.

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