Historia de la capital catalana

Barcelona, 1940: los locales de juerga de los ganadores de la Guerra Civil en la ciudad de la miseria

Una conferencia del historiador Rafa Burgos recuerda los establecimientos que frecuentó la élite en una ciudad marcada por el hambre, la cárcel y los fusilamientos

Cuando Barcelona era Casablanca

Imagen del Monterrey, que estaba junto al Turó Park.

Imagen del Monterrey, que estaba junto al Turó Park. / Gabriel Casas Galobardes / Arxiu Nacional de Catalunya

Toni Sust

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La Guerra Civil acabó en 1939 y dejó marcada a la sociedad española, la catalana y la barcelonesa para décadas. Millones de personas tardaron mucho en volver a una vida parecida a la que tenían antes del conflicto. En el Camp de la Bota, hubo fusilamientos de gente del bando republicano hasta 1952, y hasta ese mismo año en España funcionó la cartilla de racionamiento de alimentos.

Aunque el hambre afectó de forma general, los perdedores lo pasaron especialmente mal. La represión, implacable, se prolongó durante décadas: campos de concentración, cárcel, tortura. En el mejor de los casos, silencio. Una sociedad controlada hasta el último detalle por el franquismo.

En ese contexto, una élite barcelonesa, la más adinerada, encontró espacios de ocio y lujo en los que pasar noches memorables. Locales que han quedado en la historia de esa ciudad marcada por la miseria: La Parrilla del Ritz, Monterrey, el Rigat, la Rosaleda, el Cortijo. El contraste entre esas dos vidas se encarna en algunas personas, y entre ellas destaca la figura de Julio Muñoz Ramonet, cara del éxito empresarial de aquella Barcelona en ruinas, enriquecido de la mano del franquismo y protagonista de excesos que se cuidaba de publicitar.

Los jardines del preboste

Por eso no es casual que los jardines de la que fue casa de Muñoz Ramonet, en la calle de Muntaner, acogieran este miércoles la conferencia del periodista e historiador Rafa Burgos, uno de esos sabios que lo saben todo de la Barcelona de antes y de la de ahora, sobre los establecimientos en los que algunos de los habitantes de la capital catalana podían divertirse entre lujos. Manchas de luz en una urbe a oscuras.

Exlibris de Julio Muñoz Ramonet, obra de Enric Cluselles, 'Nyerra'.

Exlibris de Julio Muñoz Ramonet, obra de Enric Cluselles, 'Nyerra'. / Biblioteca de Catalunya

No era difícil imaginar al empresario vigilando de soslayo desde el interior de la mansión, hoy propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, a los asistentes a la charla de Burgos, organizada por la Fundación Julio Muñoz Ramonet, también municipal.

Ocio y posguerra

‘Don Julio Muñoz Ramonet sale de fiesta: espacios de ocio en la Barcelona de la posguerra’, se titula la conferencia, aplaudida con entusiasmo al final, después de que Burgos dejara detalles de todo tipo a disposición de los reunidos.

Empezó el historiador esbozando trazos de una ciudad que combinaba la obediencia nacionalcatólica con la prostitución generalizada y espacios tolerados donde podían desarrollar su labor, como las Habitaciones Cabré, de la hermana del torero y actor Mario Cabré.

El obispo

El relato de aquellos años no puede hacerse sin mencionar a Carmen Broto, prostituta y amante de Muñoz Ramonet, y asesinada –Burgos desligó al empresario de la funesta muerte de la meretriz- en un suceso que llenó páginas y suscitó todo tipo de teorías, por las actividades con las que la mujer proveía a las clases dominantes de los vicios más ocultos. Entre ellos, Burgos citó los espectáculos privados de menores que se exhibían y se tocaban ante un público a menudo inesperado.

El historiador recordó que Xavier Muñoz, empresario textil y exconcejal del PSC en Barcelona, ya fallecido, y sin parentesco con el empresario, contó en el libro ‘Muñoz Ramonet, societat il·limitada’ que uno de los espectadores de esas escenas con niños era un obispo. No precisó cuál en el texto, pero según Burgos sí lo hizo fuera de micro: se refería al arzobispo de Barcelona Gregorio Modrego.

La opulencia

Burgos recordó gestos de la opulencia de unos pocos, como la costumbre que se atribuía a Álvaro, el hermano de Muñoz Ramonet, de encender puros con billetes. O el hábito de Julio de comprar las entradas de tres filas del cine cuando iba a ver una película para evitar proximidades molestas.

Sobre los locales, a los que acudían políticos locales, militares, pero también ministros de visita en la ciudad, además de empresarios, recordó que el Ritz, hoy Palace, fue el primer hotel de gran lujo de la ciudad, abierto en 1919. A su lado, donde ahora está el Cotton House, se encontraba La Parrilla del Ritz, uno de esos lugares que propiciaban el solaz de los pudientes. Paradojas del momento: justo al final de la guerra había tantos presos en Barcelona que el Ritz albergó a algunos temporalmente.

Planos de La Rosaleda, situada en la Diagonal cuando se llamaba Avenida del General Franco.

Planos de La Rosaleda, situada en la Diagonal cuando se llamaba Avenida del General Franco. / .Col·legi d'Arquitectes de Catalunya

Coches a caballo

Otro de los locales era La Rosaleda, en la Diagonal -entonces avenida del General Franco- cerca de la Carretera de Sarrià, erigido sobre un solar de la familia Godó. La Rosaleda era la extensión veraniega del Ritz: pertenecían a la misma propiedad, que con los años pasó a ser de Muñoz Ramonet, y se abrió con la intención de lograr los ingresos que en verano dejaba de percibir el hotel. Ramón Tarragó, gerente de la empresa, llegó a facilitar a sus clientes coches de 12 plazas tirados por caballos para que fueran del hotel a La Rosaleda durante la verbena de 1941.

Al lado del Turó Park, estaba el Monterrey, y no lejos de allí, más cerca de donde está ahora Catalunya Ràdio, se erigió El Cortijo. No faltaban los artistas extranjeros: en La Rosaleda, una noche de concierto de Josephine Baker se hicieron 200.000 pesetas de caja, relató Burgos, que explicó que también cantaron allí en 1948 las Peters Sisters, tres intérpretes negras de peso considerable, lo que llevó a que apareciera en un periódico el titular: ‘500 kilos de canción ligera’.

El Rigat, en la plaza de Catalunya, ocupaba una parte de lo que hoy es El Corte Inglés. Abría a primera hora de la tarde y cerraba de madrugada. Dicen, dice Burgos, que mosén Borràs, sacerdote de gran papada que oficiaba en la iglesia de Santa Anna, era un asiduo, y que sus misas eran de lo más sucinto para no llegar tarde al Rigat: “Su récord fue una misa de 17 minutos”. También el Cactos de la Avenida Pearson y el Bolero de la Rambla de Catalunya están en la lista del historiador, que contó que muchas fortunas europeas venían entonces a Barcelona a gastar en esa ciudad de posguerra y contrastes: cubiertos de oro y salones privados, cartilla de racionamiento y fusilamientos.

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