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La Barcelona que el turista no ve (III): El banco del barrio Gòtic que no es lo que parece
Un cabalgador en la fachada lateral del ayuntamiento ofrece hoy reposo a los peatones cansados
La BCN que el turista no ve (I): La muralla oculta de la Rambla
La BCN que el turista no ve (II): Personajes reales tras las esculturas de la Sagrada Família
David Martínez Herrada (@Historiesdebcn)
La calle de la Ciutat es una de esas que pasan desapercibidas a ojos de los turistas. La mayoría la transitan casi como un trámite, en su camino hacia al Born o la Barceloneta. Algunos reponen fuerzas en el banco de piedra adosado la fachada lateral del ayuntamiento, aprovechando la calma de aquel rincón.
Lo que seguramente desconocen es que ese banco no fue concebido como un mero asiento. De hecho, si nos fijamos con atención, podemos ver unos escalones en cada extremo, que permiten subir a la parte superior. Y es que este banco era, en realidad, un cabalgador o marchapie que usaban los consellers para montar y desmontar del caballo.
Debe tenerse en cuenta que, hasta el siglo XIX, la fachada principal del ayuntamiento era la de la calle de la Ciutat. De ahí, precisamente, el nombre de la vía, que anteriormente se llamó Regomir, denominación que todavía conserva en su tramo final.
Constituido en 1249, en sus primeros años el Consell de Cent no tuvo una sede propia. Los consellers se reunieron en distintos lugares hasta que finalmente se establecieron en la casa del escribano, en la citada calle de Regomir. La primera obra completada en la nueva Casa de la Ciutat fue el Saló dels Cent Jurats o Saló de Cent, terminado en 1373.
El siguiente paso fue encargar una nueva fachada, realizada entre el 1399 y 1402 por el maestro de obras Arnau Bargués, en estilo gótico. Para darle mayor notoriedad y visibilidad, se construyó algo retrasada, abriendo una placita enfrente, que permitía llegar a caballo hasta la puerta principal.
El cabalgador actual, no obstante, no es el original de aquella época, sino una réplica. El poyo medieval fue retirado, posiblemente cuando la placita fue convertida en un jardín cerrado por una verja. En 1928, de cara a la Exposición Universal, el espacio fue remodelado y se reconstruyó el montador, basándose en grabados antiguos.
No es la única alteración sufrida por la fachada gótica. Originalmente era más larga, pero fue drásticamente recortada en el siglo XIX. Tras el derribo de la iglesia de Sant Jaume, en 1823, se proyectó la nueva fachada neoclásica, encarada a la plaza homónima. Esta reforma, dirigida por Josep Mas i Vila, estuvo a punto de derribar la fachada gótica, salvada por las protestas de la Acadèmia de Bones Lletres.
Aun así, una parte quedó mutilada con la construcción del nuevo cuerpo del edificio. La intervención hizo desaparecer una ventana gótica, que estaba situada a la derecha de la puerta principal de la calle de la Ciutat. Sobre la misma entrada puede verse un escudo de Barcelona cercenado por la nueva fachada. Más esperpéntica fue la solución para conservar el guardapolvo de la puerta, que quedó doblado en una esquina.
Debajo de esa moldura, por cierto, hay pintado un vítor universitario, una suerte de grafiti que hacían los antiguos estudiantes para celebrar los éxitos académicos. Hay que fijarse con atención para descubrir las letras rojizas, ya casi desaparecidas. Un detalle que, a buen seguro, los turistas no ven.
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