Realojo a punto de culminar

Barcelona honra a su periferia con un museo en las Casas Baratas del Bon Pastor

El nuevo Museo de la Vivienda abre las puertas de una decena de las minúsculas casitas del barrio, símbolo de los olvidados por la urbe

Jordi Ribalaygue

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En el Bon Pastor, extrarradio dentro de Barcelona, a Pedro todo el mundo lo conoce como El Pai. Modesto y cortés, se resta importancia mientras enhebra recuerdos. Sin embargo, como todos quienes habitaron aquellos habitáculos raquíticos en que el hacinamiento era pan de cada día, es fuente de primerísimo orden para dejar constancia del reverso de la capital que el centro siempre desdeñó y del barro sobre el que se ha cimentado la urbe. Justo ahora, cuando los últimos de las Casas Baratas siguen habitándolas a falta de que el realojo culmine en los próximos meses, Barcelona salda una de las muchas deudas que contrajo con sus márgenes. Honra a quienes allí fueron arrinconados preservando parte de su memoria, tras salvar y restaurar 16 de las casitas, de las que 10 alojan el nuevo Museo de la Vivienda de Barcelona. Se concibe en parte para poner relato al desvelo permanente que es el derecho a techo en la ciudad y, a su vez, mostrar de primera mano cómo se sobrevivía en un barrio que se ha resistido a ser olvidado.

“Eran unas casillas tan pequeñas que no cabíamos todos”, acomete El Pai. “Cuando nos juntábamos toda la familia, podíamos ser más de 40. ¡La mitad teníamos que estarnos en la calle! Estuve 40 años y nos realojaron hace 12. Ahora estoy mejor, pero aún añoro mi casilla, porque mi vida está allí y tuve a mi hija pequeña, que ahora tiene 36 años… Si me la dejaran bien arreglada y con un poco más de espacio, volvería a vivir aquí”, se sincera. 

Tras una procelosa puesta a punto, las casas baratas que abren al público son una delicia. Ahora que la mayoría que quedan en pie están tapiadas, cuatro de los domicilios indultados abren puertas para evocar con detalle cómo eran por dentro, cada uno ambientado al gusto de una época distinta, que abarca desde que se construyeron hace casi un siglo, coincidiendo con la Exposición Universal de 1929, hasta una decoración propia de la Transición

Aportaciones de los vecinos

Hay mobiliario de época, multitud de retratos antiguos, enseres que parecen extraídos de una película de los años de la posguerra, juegos, televisores y electrodomésticos ‘ochenteros’... Todo ha sido aportado por vecinos. 

“Nos han traído muebles y objetos para 16 casas. ¡Pero no tenemos tantas! Se irán cambiando para que todo se pueda ver”, aclara Salvador Angosto, el primer presidente de la Asociación de Vecinos del Bon Pastor. “Tuvimos que espabilarnos para crear barrio e incorporarnos a Barcelona, porque nadie nos acompañaba. Con la inauguración del museo, no solo hemos entrado en la ciudad, sino que podemos decir que ya somos ciudad”, ha proclamado este viernes.

El exdirigente vecinal habla con la serena autoridad de quien es uno más en las Casas Baratas. “En mi casa, éramos cuatro familias. Una habitación la compartíamos mi abuela, mis padres, mi hermana y yo. En total, éramos 13 personas y teníamos que hacer turnos con los demás para comer, para cenar… Para todo. En la posguerra, llegó a haber casas de 18 metros cuadrados con 12 personas y literas de cuatro pisos. Se generaban incomodidades y pobreza, sin que quedara ningún rincón libre. Y, en verano, estábamos en la calle para tener más espacio”, narra Angosto, que admite también su nostalgia por un tiempo que, aunque repleto de carencias, fue el de la infancia.

“Es normal que la sintamos. Es sentimiento de pertenencia”, resuelve Angosto, quien aprendió el oficio de pintor mientras iba a la escuela, acompañando los fines de semana y los días festivos a su padre para acicalar las casitas de los vecinos. Algunas tiras de papel de pintura aún siguen adheridas a las paredes de los domicilios que pueden visitarse. “Estas las puse yo… Se conservan como los murales de Pompeya”, compara el histórico líder vecinal, tomando el acertado símil del director del Museu d’Història de Barcelona (MUHBA), Joan Roca. 

“Desde aquí se puede explicar el conjunto de Barcelona y se explica Barcelona desde el Bon Pastor, no solo se explica el Bon Pastor. ¿O es que todos vivimos en Ciutat Vella o el Eixample?”, ha planteado el historiador. Roca ha resaltado que el Museo de la Vivienda es “excepcional”, sin parangón “en la Mediterránea occidental y el sur de Europa”. “Es un lugar que reverbera historia”, ha percibido el teniente de alcalde de Cultura, Jordi Martí, quien ha opinado que narrar el pasado de las Casas Baratas “con plafones en Ciutat Vella” solo hubiese sido materia al alcance de los estudiosos y hurtar conocimiento a la ciudadanía.

Dormir en el techo

El Pai ha sido testigo privilegiado de la remodelación de los domicilios. Estuvo un año haciendo de vigilante de las viviendas mientras se arreglaban para conservarlas. “Han hecho una obra de arte. Me recuerda algo lo que era mi casa, pero no es lo que era”, confiesa. “Las nuestras estaban anticuadas. Incluso había vecinos que no tenían váter, sino un agujero en el suelo para hacer sus necesidades”, señala, mientras sigue destapando vivencias: “Cuando hacía calor, mi hijo salía a dormir a la calle. A veces, subía el colchón al techo de casa y dormía ahí arriba. Le decía que se estuviera quieto, que le podía pasar algo pero, claro, no era como ahora… Vivíamos felices. Aún cuando paso por allí me acuerdo de mis niños jugando en la plazoleta. Todo eso me ha quedado grabado”.  

Pedro Rosa se marchó con su esposa de las Casas Baratas hace solo tres años, cuando el ayuntamiento les ofreció mudarse a uno de los bloques nuevos del Bon Pastor. La vivienda que abandonaron es una de las que se han restaurado, elevada a la categoría de espacio museístico. 

“Entré en esta casa en el 1963, cuando nos casamos. Era de mis suegros, y la tenían igual como la han dejado ahora”, aprecia Pedro. Enseña las minúsculas estancias donde criaron a los hijos para poner punto final al recorrido: “La cocina y el lavabo los teníamos en el patio. Y aquí dormía mi hija, aquí teníamos la cama de matrimonio, aquí la cama que abríamos cuando venían los nietos… Casi ningún mueble nos lo pudimos llevar, los regalamos a vecinos que se quedaron y tenían necesidad. El piso donde estamos ahora está tan mal organizado y es tan alargado que no cabía nada. Y cuando el suelo se moja se queda la mancha y han salido algunas grietas… Ya nos han tenido que arreglar una. ¿Que si añoro vivir aquí? Sí, mucho. Y mi mujer, que ha pasado días duros… Esta era la calle principal para ir al mercado. Cuando escuchábamos que pasaba alguien, nos asomábamos y nos poníamos a hablar. Ahora en el piso tenemos mucha claridad, pero añoramos convivir con la gente”.