Comercio centenario

Una histórica bodega de Gràcia, amenazada de cierre

La responsable de Cal Pep pide una salida después de que el ayuntamiento detectara a raíz de una denuncia que parte del local solo puede ser almacén

El consistorio ha limitado el aforo a 18 personas, una cifra con la que el negocio no puede seguir funcionando, según Griselda López, que lo dirige

Toni Sust

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Griselda López lleva 13 años en la Bodega Cal Pep, en la calle de Verdi, un bar casi centenario -fue fundado en 1937- que ahora está amenazado de cierre porque una parte del local no está contemplado legalmente para su funcionamiento.

Griselda, que advirtió de su caso mediante una carta enviada a EL PERIÓDICO, nació en Valladolid y tiene 43 años, de los que lleva 16 en Barcelona y cinco en Gràcia. Cuenta que es común que la gente pare a mirar la bodega y le diga lo bonita que es. Y es cierto que basta con pasar un rato allí para ver cómo pasa alguien y se detiene a mirar el comercio.

El séptimo sello, sin censura

En las paredes, una decoración muy mezclada: una colección de ceniceros, fotos del Barça, y también del Espanyol, una placa en recuerdo de la victoria en la liga de la temporada 73-74, la del Cruyff jugador, imágenes de corridas de toros y también carteles de películas de culto, como la de El séptimo sello, de Ingmar Bergman, que lleva impreso como reclamo publicitario: “Ahora en versión original íntegra sin manipulación censorial ni religiosa de los diálogos”.

Griselda López llenando una botella, este jueves.

Griselda López llenando una botella, este jueves. / FERRAN NADEU

La mujer explica que no podrá mantener el local en funcionamiento si pierde la parte amenazada, que viene a ser la mitad del establecimiento y que, recalca, ha funcionado como bar durante cuatro décadas. El problema es que la consecuencia de la limitación es que el aforo es ahora, según determinó el ayuntamiento, de solo 18 personas. Una cifra, dice, insostenible para que el negocio siga abierto.

El origen

Todo empezó durante la pandemia. Griselda tiene una licencia C1, que, subraya, le permite bocadillos frios y tapas. En el contexto de la reducción de la actividad por las restricciones de la crisis sanitaria, se puso a cocinar comida caliente. No tardó mucho en denunciarla una vecina por el olor de la comida, lo que llevó a una inspección municipal. Para cuando llegó la inspección, la cocina había sido retirada, y ella admite que no tenía otra opción, pero los ojos del consistorio ya se habían posado sobre el local.

Retornada de nuevo a la actividad habitual, los técnicos advirtieron una circunstancia anómala: de la mitad del local para adentro, aquello está previsto legalmente como un almacén, no como parte del bar. Y que durante 40 años haya sido también parte ocupada por la clientela no ha variado nada.

Griselda, el pasado jueves, en la parte amenazada por la falta de licencia.

Griselda, el pasado jueves, en la parte amenazada por la falta de licencia. / FERRAN NADEU

Contar a la gente

La vía para normalizar ese incumplimiento sería ampliar la licencia, pero en el ayuntamiento le han dicho que esa posibilidad no existe. Si bien no la han obligado a prescindir de esa parte de la bodega, sí le acotaron el aforo a la cifra citada. “Es una agonía para mi decir a la gente que no puede entrar”, afirma. No solo porque ponerse a contar es complejo, sino porque con ese número de gente no salen las cuentas: “Si me obligan a hacer eso lo dejaria, muy a mi pesar”.

Griselda lleva la bodega desde hace siete meses, y está previsto que en breve sea la titular del negocio. Lo fundó Pep, el que da nombre al local. Luego lo asumió su hijo, Sergio. Después, el padre de Griselda, que ahora está a punto de retirarse.

Dos expedientes

La vecina que la denunció por el olor de lo que cocinaba también lo ha hecho por ruido, y en este punto López tiene claro que debe insonorizar el local, y calcula que la inversión será de 11.000 euros. Está dispuesta a hacerla, pero insiste en reclamar una solución del ayuntamiento apelando a las décadas que hace que la bodega funciona como está. Dice que ahora lleva mejor la tensión que le genera la situación. Desde que empezó el conflicto con el consistorio ha perdido 11 kilos.

Preguntado por el caso, el ayuntamiento informa de que constan dos expedientes sobre el local a raíz de quejas vecinales causadas por ruido, habiéndose constatado que ha incumplido la normativa acústica. Y que se instó a la bodega a hacer mejoras. El segundo expediente es por “deficiencias en la instalación”, sin precisar, que todavía están por reparar.

Griselda vive cerca de la bodega, que abre cada día de 7.30 a 15.30 y de 18.00 a medianoche. “Tenemos clientela de todo tipo. El abuelete del carajillo, paletas, profesores, empleados del ayuntamiento”, repasa. Por la tarde y por la noche, una clientela más joven, que suele sentarse en la parte afectada por la falta de licencia. “Me parece muy injusto que quieran que quite media bodega porque no se legalizó hace décadas. Lo que quiero es que un sitio centenario siga adelante”, concluye. 

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