Patrimonio
El claustro barroco que esconde Capitanía General
El palacio que acoge el mando militar en Barcelona se levanta sobre el antiguo convento de la Mercè
Natàlia Farré
Periodista
El claustro de la Mercè, o lo que queda de él tras múltiples intervenciones arquitectónicas, es una de las pequeñas joyas patrimoniales de la ciudad caras de ver. No se trata de un tema pecuniario (no hay entrada de acceso que comprar) sino de seguridad: lo que en su día fue punto central de la vida monástica de los frailes mercedarios es actualmente el patio del palacio que alberga la sede de Capitanía General de Barcelona. El inmueble es uno de los 5 activos estratégicos del Ejército en Barcelona. Difícil franquear el paso pero no imposible. El espacio organiza visitas guiadas a grupos previa petición y el día de la patrona de Barcelona celebra jornada de puertas abiertas.
Grisallas, fuente y escalera de honor
La visita tiene su qué, pues no solo permite gozar del claustro sino que también es posible fijar la mirada sobre otros espacios normalmente ocultos al público, entre ellos, el conjunto de grisallas de tema mitológico ejecutadas por el pintor Lluís Rigalt, la majestuosa escalera de honor y la fuente de cuatro caños con obelisco incluido que diseñó Adolf Florensa. El primero es fruto de la adaptación del edificio, entre 1844 y 1846, para convertirlo en sede de la Capitanía General; y los dos últimos, consecuencia de la decoración salida de la última gran reforma que ha sufrido el antaño convento. Esta data de justo antes de la Exposición Internacional de 1929. Por entonces, Barcelona estaba metida en un proceso de transformación similar al que vivió antes de los Juegos Olímpicos de 1992, y la ciudad quería mostrar su mejor cara a los visitantes.
"Una joya arquitectónica"
La vieja construcción no parecía estar a la altura: “La alta autoridad de que está revestido el capitán general exigía que el edificio que ocupa correspondiese a lo elevado de sus funciones y al prestigio de que está rodeado tal cargo”, escribía en 1930 Mariano Rubió i Bellvé en la revista de la Sociedad de Atracción de Forasteros, algo así como la actual Turisme de Barcelona de principios del siglo XX. Así, en 1928 se le lavó la cara y se le dio todo el lustre posible manteniendo el claustro: “Conservado, afortunadamente, es una joya arquitectónica”, afirmaba Florensa, arquitecto a cargo de la transformación además de autor de la fuente. No en vano, con autoría de Jaume Granger, es una de las obras más destacadas de la arquitectura barroca catalana.
Arrimadero desaparecido
El claustro es cuadrado y construido con piedra de Montjuïc y mármol de tres clases: blanco, oscuro (de Santa Creu d'Olorda) y el llamado brocatel de Tortosa. Se restauró, no así el arrimadero de azulejos que rodeaba la planta baja firmado por Llorenç Passoles, el mismo autor del que todavía puede verse en la Casa de Convalescència del antiguo Hospital de la Santa Creu (hoy Biblioteca de Catalunya). Del desaparecido solo queda un plafón en el Museu Vicenç Ros de Martorell.
Llegados a este punto, lo suyo es explicar como el convento, levantado a principios del XVII, pasó a manos militares: la primera causa fue la Guerra de la Independencia y el saqueo realizado por las tropas francesas; la segunda, la desamortización y su confiscación por parte del Estado en 1835. A partir de aquí fue cuartel, casino militar y desde 1846 es sede de la Capitanía General.
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