Despedida en el Gòtic
La calle de Comtal pierde una herboristería con solera y sigue su sangría de comercio tradicional
La carismática calle apenas mantiene negocios de proximidad porque no pueden sobrevivir a los altos alquileres, y los relevos son solo turísticos
Patricia Castán
Periodista
Periodista en El Periódico de Catalunya desde 1996. Ha ejercido de redactora y jefa de sección en Gran Barcelona. Especializada en los ámbitos de economía local, comercio, turismo, vivienda, ocio, gastronomía y tendencias urbanas.
Patricia Castán
No está en la lista de emblemáticos ni protegidos, pero el cierre de Agricolia este martes abre otro luto en el barrio Gòtic, cada vez más marcado por el menguante comercio tradicional que sobrevive a sus altos alquileres. El herbolario, que se ha despedido con tristeza de la clientela, deja un nuevo agujero en la calle de Comtal en cuanto a oferta de proximidad, aunque no físico, ya que al parecer ya tiene relevo con una propuesta de alimentación, a falta de más detalles hasta el momento.
La nueva víctima del epicentro comercial de Barcelona no tenía tesoros arquitectónicos que la salven estéticamente, porque había sufrido diversas reformas. Pero no le faltaba encanto y unas bonitas vidrieras que el anterior titular (de 1976 a 2019) había instalado cuando centró la actividad en las hierbas tradicionales y los complementos alimenticios. Cuando Joan Martínez se jubiló, hace poco más de tres años, llegó Jesús García dispuesto a no tocar ni un centímetro y mantener aquella propuesta comercial que no solo había arraigado en el vecindario, sino también en compradores de cierta edad del resto de la ciudad que preferían acudir a la tiendecita en busca de sus productos de siempre que buscar opciones online.
Se estima que el establecimiento nació en los años 30 y que tras una etapa de graneles y legumbres pasó a centrarse en productos de dietética, hasta que en los 70 cambió de manos. Pero Jesús no contaba con la pandemia cuando inició su reciente aventura en el Gòtic, con la experiencia que ya atesoraba de otro establecimiento que mantiene en Santa Coloma. El alquiler que firmó "era de mercado", aunque la grave crisis que vivió el barrio con el covid pronto lo convirtió en inasumible. "El propietario se portó muy bien y durante dos años me lo rebajó", admite García, hasta que este junio llegaba el momento de normalizar la renta, sin que las ventas permitiesen cubrirla.
Buscando emplazamiento
El pequeño empresario, que ha vivido una jornada de adioses con sus clientes, no se rinde ante la idea de encontrar un local más asequible que le permita retener a su público. "El problema es que muchos son personas mayores que no miran las redes sociales y a las que no sabré como informar, muchos clientes se perderán", lamenta.
Esa situación se ha ido reproduciendo sin pausa en los últimos años en la emblemática calle de Comtal, de donde han desaparecido una charcutería, una quesería, una sombrerería, tres joyerías, tres joyerías, restaurantes tradicionales, una óptica... En su lugar, lo más recurrente son tiendas de regalos, carcasas de móvil y suvenires para turistas, dado que el tamaño de las tiendas no permite el desembarco de franquicias.
Los negocios con solera que resisten apenas se cuentan con los dedos de una mano, la mayoría gracias a ser de propiedad. La Casa del Bacallà se trasladó hace un par de años y dejó vacío el local, junto a la herboristería, se reforma estos días para ser un local de manicuras. Algunas siguen cerradas esperando al mejor postor, como la que fuera Natura, de mayor tamaño, y por la que se piden 28.000 euros al mes, ilustran los comerciantes de la zona.
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