Fauna urbana

Las garcillas, las nuevas palomas de Barcelona

Esta zancuda corretea cada vez más por bares y jardines buscando restos de comida

Una garcilla bueyera, en el Bar Diego del barrio del Gornal, en L'Hospitalet.

Una garcilla bueyera, en el Bar Diego del barrio del Gornal, en L'Hospitalet. / Jordi Cotrina

Ernest Alós

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¿Qué es ese pájaro blanco, con un largo pico amarillo y piernalargo que cada vez se ve más mendigando o rapiñando restos de comida en bares y pícnics de los parques de la ciudad? En los últimos meses se han ido sucediendo consultas e imágenes en las redes sociales, donde crece el interés por las aves. Y no es casualidad.

Se trata de la garcilla bueyera, hace un siglo un ave estrictamente africana que empezó a colonizar la península. Desde hace un tiempo, asoma la cabeza por áreas urbanas. Y en Barcelona parece que su colonia no solo crece sino que se está adaptando al medio urbano de una manera peculiar, pasando de márgenes de ríos, estanques y parterres a corretear entre las mesas de los bares y picotear restos de comida. Cada vez más adaptada al cemento, esta zancuda se está convirtiendo en el nuevo competidor de las palomas, avistado de Sarrià al Gornal, del Llobregat al Raval o el Teatre Nacional. No se las comerá, pero su pico en forma de arpón basta para ponerlas en fuga.

No es la primera ave que se urbaniza, por supuesto. Las gaviotas patiamarillas pasaron de depredar pescado desde roca marinas a los puertos, y de allí a los tejados urbanos, convirtiéndose en el terror de las palomas. Las cotorras emigraron de su jungla originaria a las palmeras de Barcelona, y de estas a cualquier árbol que tuvieran a mano. La tórtola turca prefiere los parques con arena, la forestal paloma torcaz, los que tengan pinos y césped. Golondrinas y vencejos supieron sustituir los acantilados donde deberían anidar en la naturaleza por huecos en edificios, y los últimos en hacerlo han sido los aviones roqueros, que han colonizado el Camp Nou y la Sagrada Família.

Cada una tiene su nicho. Pero la gran novedad es que una zancuda que debería ser propia de zonas húmedas o prados empiece a comportarse como una vulgar paloma urbana (sumándose a la competición desigual por las migajas humanas que tiene como damnificado, entre otras causas, al pobre gorrión).

Oportunistas, en la naturaleza y en la ciudad

Con todo, advierte el naturalista Sergi García, de la asociación Galanthus, este comportamiento no es tan extraño para una garcilla bueyera. "En su medio natural ya es un ave oportunista, que come parásitos de los mamíferos (de allí viene su nombre en castellano, en catalán, 'esplugabous', y en inglés, 'cattle egrett') o sigue a los tractores cuando labran para comer gusanos e insectos, y devora anfibios o lagartijas".

De hecho, que sea un ave acostumbrada a acercarse a bueyes o caballos para comer explica, cree García, que tampoco tenga mayor problema para acercarse a otro mamífero como nosotros para ver qué pilla. Juli Mauri, jefe de Conservación del Zoo de Barcelona, confirma que probablemente por esta razón, de los tres ardeidos presentes en la Ciutadella este sea con mucho el más atrevido a la hora de acercarse a los bípedos (y a su pitanza).

¿Por dónde deambula en Barcelona?

Al igual que otras ardeidas, como la garza real, la garcilla bueyera tiene una próspera colonia de cría en los árboles del Zoo de Barcelona. "Necesitan árboles grandes, tranquilidad y comida, y esto es un Carrefour", añade Mauri. Y desde allí se dispersa por la ciudad y los espacios naturales del Besòs y el Llobregat para alimentarse. Hace un tiempo ya explicamos el caso de la garcilla Lola, un ejemplar que se convirtió en la mascota de un bar frente al Campus Nord de la UPC y en una adicta a la tortilla de patatas, cuando no estaba persiguiendo los bocadillos de los estudiantes tendidos en la hierba.

Lola, la garza que se pasa todo el día en el bar con barra libre

Lola, la garza que se pasa todo el día en el bar con barra libre. / Carlos de Diego/ZML

El caso se ha repetido en otros sitios, como el bar Diego del barrio del Gornal de L'Hospitalet, frecuentado por una garcilla (y por la plantillla de EL PERIÓDICO) durante unas semanas hasta que decidió alzar el vuelo, sin llegar a establecer una relación tan intensa como la de Lola. No llegó a tener mote reconocido públicamente. También frecuentan las garcillas pedigüeñas la terraza del bar del Museu Marítim, en las Drassanes, y algún bar cercano del Raval.

Una garcilla bueyera, en el Bar Diego del barrio del Gornal, en L'Hospitalet.

Una garcilla bueyera, en el Bar Diego del barrio del Gornal, en L'Hospitalet. / Jordi Cotrina

Los avistamientos se han ido sucediendo, con algunos que han llamado especialmente la atención, como la bandada que reposa cada mañana en la zona ajardinada del Teatre Nacional (seguramente una parada en su puente aéreo diario entre los dormideros del Zoo y los recodos del Besòs en Montcada). En esta ruta diagonal se les puede ver a menudo volando sobre Glòries y al menos una pareja ha encontrado un recurso alimentario extra por el camino. Pisparles el pienso a los gatos de la colonia protegida en la zona de las vías de la Sagrera y Onze de Setembre.

Aunque lo suyo sería comer batracios y pececillos en los estanques de la ciudad y picotear invertebrados en los parterres. O rotondas, otro de sus posaderos favoritos.

Sergi García tiene identificado otro pareja en que su comportamiento "aparte de esta parte inocente y divertida, supone una amenaza en espacios con un equilibrio delicado". Los picnics en los jardines de Mossèn Cinto de Montjuïc son un imán, pero las garcillas, cuando no hay sandwich a mano, tiran de las ranas del estanque con una eficacia notable. "El censo de anfibios en esa balsa ha pasado de un millar en 2019 a unas 400", lamenta el naturalista.

La garcilla va a más. Crio en Barcelona por primera vez en 1994. En 2016 se calculaba su población en solo unas 40 parejas. En el 2018, según el 'Atles d'ocells nidificants de Catalunya' ya eran 59. E irán a más. En toda Catalunya, 2.000 parejas. El cambio climático las empuja hacia el norte y la 'palomización' de su comportamiento puede hacer que las veamos cada vez más en nuestras calles, con carilla de refugiadas climáticas.

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