BARCELONEANDO

Mark Madness, el fotógrafo de los grafiteros del metro

La Fundación Contorno Urbano acoge una exposición que retrata su trabajo, a lo Martha Cooper, en el subterráneo barcelonés

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Mauricio Bernal

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Hay una pose en el mundo de la fotografía conocida como la 'pose Dondi', que debe su nombre a una foto célebre en la que el grafitero neoyorquino Donald Joseph White, 'Dondi', aparece pintando entre dos convoyes, con las piernas casi en ele, una apoyada en un tren y la otra en otro. Se la hizo Martha Cooper, la fotógrafa conocida por documentar, entre otras cosas, la escena grafitera neoyorquina de los años 70 y 80, y la foto se hizo tan famosa que desde entonces todos los grafiteros que bajan al subsuelo a pintar vagones quieren tener su propia foto con la pose de marras. A resultas, hacer fotos en 'pose Dondi' forma parte de la rutina de cualquier fotógrafo de los que documentan la subversiva, polémica y perseguida práctica de pintar vagones de metro, y el barcelonés Mark Madness no es la excepción. Hela allí, una 'Dondi', en la muestra que la Fundación Contorno Urbano acoge sobre su obra desde este viernes, en su local de L'Hospitalet que vuelve a abrir tras el parón de la pandemia.

Madness es un ejemplo de tránsito artístico. Primero bajó a los túneles a escribir grafitis. Luego, un día, empezó a hacerlo con una cámara al hombro –además de los esprays–. Finalmente, dejó los esprays y bajó solo con la cámara. De eso hace tres años. Gracias a su pasado como grafitero puede incorporarse sin problemas a las incursiones en el metro, que no son precisamente una atracción turística: al fin y al cabo es uno de ellos. "Me llevo bien con la comunidad", dice. Sus fotos, explica, están hechas para describir la atmósfera que reina en las "misiones" subterráneas: la tensión, la adrenalina, la oscuridad, la espera; la liberación cuando hay luz verde para pintar. "Muestro el estilo de vida de los escritores de grafitis del metro, del metro de mi ciudad". La exposición, 'Next Stop Last Call Barcelona Showdown', es el aperitivo de cara a la publicación de un libro sobre el tema, el primero en su género sobre el metro de Barcelona, 'Barcelona Showdown', editado por el colectivo bautizado como Blood Madness. Toda vez que su ambición es documentar décadas de trabajo grafitero en el metro, incluye imágenes tomadas por otros fotógrafos desde 1983.

Algo sanguíneo

Tal y como lo describe Madness, pintar el metro es algo que sencillamente un escritor de grafitis no puede dejar de hacer. Algo sanguíneo. Acceder en secreto, muchas veces por los conductos de ventilación. Esconderse en un rincón. Esperar. Pintar, siempre bajo el riesgo de que aparezca un agente de seguridad. Aguantar al agente, si es que aparece: procurar que no llame refuerzos diciéndole que total para qué, si ya están acabando. Salir corriendo si la estrategia no funciona. A veces, salirse con la suya. A veces, ser detenidos. "La gente piensa que no, pero se pinta más cuando el metro está en servicio que cuando no", dice Madness. A veces ocurre en un final de línea. A veces, cuando un convoy queda aparcado en las vías de servicio. "La mayor parte de las misiones se planean con semanas, a veces meses de antelación, y la razón es que lo que más desea un escritor de grafitis es pintar con tranquilidad. Todo tiene un estudio previo: los accesos, las horas muertas… Todo. Yo creo que es lo más parecido a planear un atraco". Sobre la violencia de que se acusa con frecuencia a los grafiteros del metro, dice lo que está obligado a decir: que una parte no es el todo; y que, en cualquier caso, las redes sociales son especialistas en magnificar.

Para trabajar, Madness dispone de dos cámaras analógicas y una digital. La digital es una Canon 6D. Las analógicas, una Minolta X300 y una Olympus MJU1, la cámara ideal para tomar fotos en un túnel de metro. "Automática y con un flash muy potente", dice. La exposición y el libro, explica, son el resultado de seguir misiones grafiteras en la red del suburbano durante tres años a razón de "dos o tres por semana". "Como me llevan a sitios que yo ya sé cómo son, por lo general me puedo hacer un guion previo". Naturalmente, si hay que correr, él corre con el grupo. "Soy uno más", subraya. En las imágenes escogidas para la muestra se ve a grafiteros encajonados entre dos trenes, esperando; a un grupo avanzando en fila india, todos pegados a la pared, en dirección a dos convoyes relucientes; a un grafitero acuclillado tras la cola de un tren, vigilando. En una aparece uno de ellos pintando un vagón mientras una cámara apoyada en una escalerilla graba la escena. "Les gusta mucho grabar la acción, como recuerdo".

El metro sí, el tren menos

Se podría pensar que sí, pero no hay comparación entre pintar un metro y un tren de cercanías. Para empezar, pintar un cercanías es fácil: están ahí. No hay que bajar a ninguna parte, prácticamente no hay que planear nada. "En el metro hay que tener bien presentes las salidas, las entradas… El tren no tiene desafío". El valor de una exposición y de un libro de esta naturaleza, dice Esteban Marín, el curador de la muestra, "es que nadie está bajando a hacer este tipo de fotografías". "Es la documentación gráfica de algo que está ocurriendo en la ciudad desde hace décadas. Además, la gente está acostumbrada a ver trenes pintados, pero rara vez metros pintados, puesto que la orden es que no circulen hasta que no estén limpios". En realidad, salvo los grafiteros y los vigilantes, nadie sabe realmente qué ocurre allá abajo. Mark Madness, literalmente, lo saca a la luz.