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El Samoa se despide de Barcelona

Nació con la nevada del 62, muy pronto fue un referente de la gastronomía local y se despide como Vinçon, porque cree que esta ya no es su ciudad

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Carles Cols

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Esta es, tristemente, la edad de oro del periodismo de los obituarios comerciales, cinco años, aproximadamente, en que la prensa barcelonesa ha despedido con merecidas crónicas a las tiendas y otros negocios cara al público que han dibujado la personalidad de la ciudad, lo cual no es poco. Han sido decenas de decesos, muchos precipitados por la inclemente ley de arrendamientos urbanos. El que viene ahora es por otras razones, más preocupantes, si cabe. Cierra el Samoa, esquina referencial del paseo de Gràcia. Se puede decir, sin exagerar, que termina una era. Nació en el Año de la Nevada, 1962, una época que se recuerda en blanco y negro pero, repasada la biografía de Conceso González, su fundador, hay que corregir esa percepción y reconocer que fue deliciosamente colorida.

El cierre del Samoa es el punto final de la memorable época de los establecimientos de Conceso González, que alegraron esta ciudad

Paseo Desgracia. Así lo llaman en ocasiones. Esta es una de ellas. Ha habido otras. Vinçon se despidió de su público en mayo del 2015. Lo que entonces dijeron los dueños de aquel faro comercial sirve perfectamente ahora para el Samoa. Lamentaron que su modelo de negocio, algo así como un colmado del diseño, ya no tuviera cabida en la nueva Barcelona, donde, como en un Stalingrado, las grandes corporaciones comerciales luchan casa por casa para conquistar el lugar. Lo que un día fue Vinçon es hoy una más de las tiendas del imperio de Amancio Ortega. Furest, por si los más despistados no lo saben, acaba de colgar tras 100 años de historia el cartel de liquidación total en el número 12 de esa misma avenida. El local lo engullirá, podría decirse que literalmente, la adyacente tienda Zara de la esquina, que pasará de enorme a gigantesca. No se pierdan las cifras del final de este obituario. Paseo Inditex. Así terminarán llamándolo al paso que avanza.

Lo que cuenta Laura González, hija de Conceso, es, con matices, un eco de lo que hace cinco años dijeron los hermanos Amat, herederos de Vinçon, que el brillo esmeralda del turismo es solo una ilusión de prestidigitador de feria, como en el Mago de Oz. Entran los clientes y comparten una pizza entre dos, explica la que durante 25 años (lo cual da una cierta perspectiva para hablar) ha sido la responsable del Samoa. Sucede eso en la calle del lujo por excelencia.

La memoria es miope cuando mira hacia atrás, pero hubo unos años en que el paseo de Gràcia era un muermo con muy pocas excepciones

Ha habido más factores, por supuesto, algunos endémicos, como la creciente falta de oficio de muchos de los que buscan trabajo en este sector, incapaces de establecer aquella relación de confianza que antaño había entre clientes y camareros. Pero el clic que ha desencadenado el cierre del Samoa es la concatenación de disgustos del 2019. El más evidente, el otoño caliente, en que el paseo de Gràcia fue uno de los platós de los enfrentamientos con la policía, con barricadas en llamas. Hizo perder muchas cenas. Luego está la queja coincidente del sector comercial de la ciudad, que está hasta los rótulos de lo que definen como un casi calvinista celo del funcionariado municipal, inflexible en el cumplimiento de las normas incluso en aquellos casos en que las dudas son razonables. González no se queja solo del encarecimiento de las terrazas (cuestión discutible si en lugar de porcentajes se analizan las cifras absolutas), sino también de que sea motivo de sanción una planta parece que mal puesta y no, en cambio, la batería de motos estacionadas en la acera y pegadas a la terraza que dificultan el paso a los peatones.

Esto, como se apuntó al principio, es un obituario y el Samoa se merece, pues, un buen responso antes de proseguir con el maldecir sobre el paseo de Gràcia.

Conceso González encendió en los 60 varias bombillas en la ciudad. Suya era la paternidad del Picadilly, el Tropeziens, el Plaza y el New Kansas, un póquer de locales que redefinieron una parte del ocio en Barcelona. La inspiración, claro, la buscaba al otro lado de la frontera. Viajaba a Londres, Nueva York y Roma, pero nunca solo. Iba en compañía del equipo de decoradores que luego darían forma a sus locales de Barcelona.

Llega el sándwich

Lo que hacía González tenía su osadía. En los años 60, salvo por los cines y por algún negocio superviviente, el paseo de Gràcia era tedioso. Los bancos lo eligieron para colocar allí sus oficinas de prestigio. La acera de poniente aún llegó a tener su qué, sobre todo cuando en 1967, en el número 71, se inauguró el Drugstore. Cortaron la cinta el día del estreno Salvador Dalí y George Harrison, menuda extraña pareja. Pero la acera de levante, aunque soleada por las tardes, era un auténtico muermo.

La familia González llegó antes que el Drugstore. Conceso trajo a Barcelona el sándwich, lo cual parecerá hoy una hazaña menor, pero es que entonces todo estaba por conocer. Solo por contextualizar, que sepa el lector que en 1959 causó admiración en la Feria de Muestras la reproducción a escala real de lo que en Estados Unidos era ya habitual, un simple supermercado. Los barceloneses hacían cola para pasear un carrito y llenarlo con los productos de las estanterías. El sándwich, dicho esto, ya sabe de otro modo, ¿verdad? En el Tropeziens, número 83 del paseo de Gràcia, se podía comer rápido y ligero, pero con estilo, con un barman cuyos clientes aún recuerdan, Hilario Garanacha.

La familia del Samoa era el Tropeziens, el Picadilly, el New Kansas y, que no olvide nadie, hasta el Network, un local sin un antes ni un después

El Samoa, en esa constelación de negocios, tenía su perfil propio. La cocina italiana era poco o nada conocida en la ciudad. De la pasta solo se conocía el macarrón excesivamente hervido. La pizza aún era un ovni. El Samoa fue una de los puertos por los que arribó esa gastronomía a la ciudad. Desde entonces fue un clásico, para el cliente local, por supuesto, pero también para el visitante ocasional. Harrison Ford almorzó en una de sus mesas.

Es por ese pasado que, ahora, a la vista del adiós de este establecimiento puede hablarse, con fundamento, de que ha terminado una era, pero antes de continuar y maldecir de nuevo la nueva etapa, merece la pena hacer un último apunte sobre los González, sobre su más singular aventura comercial, el Network Café. A los más veteranos tal vez se les abra en este punto una ventana entrecerrada de su memoria. Aquel restaurante trasnochador y futurista, como un Blade Runner con mesas, donde un pequeño televisor de tubo alumbraba los platos de cada pareja de comensales, abrió sus puertas en en 1987 en la zona discotequera de la Diagonal. Fue, junto al Nick Havanna, el Otto Zutz y otros arietes de la modernidad, un anticipo de lo que iba a ser la Barcelona olímpica, un despiporre.

Las ciudades cambian, dirán con desapego algunos. Es cierto. La mutación es permanente, pero a veces es necesaria una mirada profesional sobre el asunto, como la del sociólogo Rodolphe Cristin, autor de uno de los ensayos más sobrecogedores sobre las consecuencias de convertir el mundo en un destino turístico. Publicó ‘El mundo en venta’ a finales del 2018, algo tarde para Barcelona. Una de sus tesis es que de forma irremisible el espacio público (subráyese con bolígrafo lo de público) “se ha convertido en un lugar por y para compra”.

El paseo Inditex

Casi una de cada 10 tiendas del paseo de Gràcia (9 de 102) son del grupo Inditex. En Portal de l’Àngel, continuación natural de la anterior avenida y la calle con los alquileres más caros de España, la desproporción es mayor, 7 de las 39 tiendas son de alguna de las marcas de ese gigante de la moda, casi un 20%. Este es un ecosistema con una escasa biodiversidad, dirían los biólogos. La selección de las especies parece forzada. Cierto. La última reurbanización del paseo de Gràcia y, posteriormente, de la avenida de la Diagonal hasta Francesc Macià fue concebida como un recorrido único por y para la compra, con un acento especial en el tramo que va desde València al obelisco de la plaza Cinc d’Oros, consagrado al lujo inaccesible. Son tiendas, las de allí, a las que les bastan unas pocas buenas ventas a la semana para que los números cuadren. Allí, el Samoa, ha perdido su razón de ser. Adiós.