la batalla de los HUT

Cómo cerrar un piso turístico, paso a paso

Carles Cols

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El summum del periodismo bélico es viajar empotrado (sí, ese nombre le han puesto a la cosa) con las tropas de combate, y, como en junio del 2016 el Ayuntamiento de Barcelona le declaró la guerra a los pisos turísticos ilegales, con un poco de generosidad puede considerarse que esta era una ocasión para participar, en calidad de periodista empotrado, en la clausura de un piso turístico del número 138 de la calle de Sants. La tropa aquí es una unidad del DSI. Es la Dirección de Servicios de Inspección. Acompañan al equipo de tres inspectores, dos agentes de la Guardia Urbana, un equipo de televisión, un fotógrafo y aquí el que firma. Total, nueve personas. Menudo susto se van a llevar cuando abran la puerta.

Tres inspectores y dos agentes llaman a la puerta. Abre una turista rusa. Hoy será su 'Barcelona experience'

Primera observación. Nada indica en la calle que haya ahí un hotel, pensión o cualquier sucedáneo similar. De hecho, esa es la ilegalidad que persigue esta vez el DSI. El dueño del piso tiene licencia de piso turístico, o sea, un tesoro en esta ciudad, pero como rentarlo como tal le parece poco, lo ha subdividido en seis habitaciones que suman 18 camas. Cada cuarto tiene su candado. En los comentarios que los usuarios dejan en internet ya se extrañan de que en la calle nada indique que hay ahí un alojamiento turístico. Más de uno habrá entrado con canguelo.

Abre la puerta de la calle un vecino de la finca. Sube la tropa. A la altura del primer piso hay un cartel pegado a la pared. Dice que el hostal está más arriba, que nadie toque el timbre, que ya basta de molestar. Aquel papel crea una confusión temporal. La comitiva se detiene en el segundo piso. Abre la puerta una joven. Dice que sí, que efectivamente eso es un piso turístico. Muestra su licencia. Asegura que de pensión, nada de nada. Quince minutos de comprobaciones documentales aclaran el embrollo. El piso en el punto de mira del DSI es el que está justo encima. Los nueve suben las escaleras. La del segundo suspira aliviada.

Tras no menos de tres minutos de golpear a la puerta con los nudillos y tocar el timbre, cuando parece que hoy no habrá combates, se oye una voz tras la puerta. Son más de las 11 de la mañana. Aparece recién levantada de la cama una turista rusa. La visión de los dos agentes con sus chalecos reflectantes la despierta del todo. Cuando vuelva a casa, tendrá una anécdota estupenda para contar. Barcelona experience. Habla suficiente inglés como para comprender, porque así se lo aclaran los inspectores, que ella y tres amigas le han alquilado una habitación a un pillo. Han pagado 38 euros por noche. O sea, que el dueño, si tiene las 18 camas llenas, se levanta 684 euros cada día. Pretende que la falsa pensión sea su verdadera pensión.

Como los Marx

Un dsi va colocando pegatinas en las puertas. Arrancarlas agravaría la sanción. A las chicas rusas les explican que pueden quedarse ahí hasta el sábado, cuando expira la reserva. Ellas, amablemente, cuentan qué otros clientes han visto pasar por el piso desde que llegaron.

¡Oh!, se abre la puerta. Aparecen dos paquistanís. Inspectores, agentes, empotrados, turistas y empleados de la pensión ilegal ya suman 15 personas en el recibidor. Casualidades de la vida, el mismo número que se metieron en el camarote de los hermanos Marx.

El dueño es Salman, paquistaní, que ahora se arriesga a perder la valiosa licencia turística

A los empleados, claro, aquello les pilla con la guardia baja. Cantan. El dueño es Salman, otro paquistaní. No solo es dueño de ese minifundio de camas turísticas del tercer piso. Tiene otro apartamento en el piso de abajo, confiesan, justo enfrente de la puerta a la que por error se llamó la primera vez. Menos las cuatro rusas, la comitiva traslada el frente de batalla a esa planta. Allí son cinco las habitaciones. Son más de las 12 de mediodía. Se abre la puerta de una de ellas. Es otra turista con cara de sueño.

Salman lo tiene crudo. La de esta mañana de jueves no es la primera ocasión en que el DSI se presenta en la finca. Es la quinta. Cuando las rusas del tercer piso se vayan el próximo sábado, los inspectores volverán para comprobar si los precintos se han respetado. La sanción de 30.000 euros ya le fue enviada días atrás. Ahora se enfrenta además a perder las licencias de piso turístico. Es como que te corten una mano. No vuelve a crecer. En abril del 2014 se cerró con candado la ventanilla para tramitarlas.

Visitar el 138 de la calle de Sants tenía un propósito más allá de despertar turistas noctámbulas. Era constatar que la guerra continúa. Antes de que en el 2016 se anunciara el plan de choque, el equipo de inspectores municipales lo formaban 20 personas. Actualmente ya son 103. Es una guerra sorda. Se ha iniciado en dos años 12.284 expedientes. Se han tramitado 6.081 sanciones. Los miembros del DSI han logrado que 2.528 pisos turísticos (la inmensa mayoría, sin licencia) hayan cesado en su actividad, lo cual no les ahorra la multa. Han precintado físicamente 248 apartamentos. Dicho así parece fácil. Pim, pam. Pero vista por dentro una misión, la perspectiva cambia. Es, como dicen en el cine bélico, una batalla casa por casa.