EL CIERRE DE UN EDIFICIO CENTENARIO
La última cena en la Modelo: gazpacho, pizza congelada y helado
J. G. Albalat
Redactor
Ha trabajado en el Diario de Barcelona, El País y AVUI. Desde hace años en El Periódico cubriendo los acontecimientos judiciales. Premios Ortega y Gasset, Save the Children, Ramon Barnils y Josep Maria Planes por la investigación del 'caso Maristas' sobre abusos sexuales en los colegios. En el 2016, mención honorífica de la Generalitat en el Día de la Justicia. Colaborador de publicaciones jurídicas. Profesor asociado Master de Criminología de la Universitat de Barcelona.
J. G. ALBALAT / BARCELONA
El silencio se ha adueñado de la cárcel Modelo de Barcelona este miércoles. El bullicio ha desparecido en casi todo el recinto. Solo se oyen voces en el comedor. Los últimos 24 presos que dormirán en el viejo centro penitenciario de la calle Entença disfrutan de una cena cuyo menú han elegido ellos: Gazpacho, pizza cuatro quesos (congelada), ensalada y helado. Y es que hacía meses que no comían pizza y les hacía ilusión. Para beber: agua y zumos. Nada de alcohol (está prohibido) y, por lo tanto, nada de cava. Si hay brindis, lo harán con las bebidas permitidas. La fiesta y el descorche de botellas se lo guardan para cuando recobren la libertad. “Al menos, que cuando salgan de aquí tengan un buen recuerdo de la última cena en la Modelo”, afirma Gemma, una cocinera que lleva tres años manejando los fogones de la cárcel.
Para los presos que han cenado y dormido este miércoles en esta cárcel será con seguridad una noche especial. Los recuerdos revolotearán. Este jueves abandonarán la celda en la que han pasado días y noches y serán trasladados a otros centros de Catalunya. Felipe (nombre supuesto), que trabaja en la cocina y preparará el ágape final, por ejemplo, tendrá que acomodarse a su nueva casa: la prisión de El Catllar, en Tarragona. No parece estar descontento. Lo único que quiere es que los días pasen rápido.
Este miércoles, recorrer la prisión es sobrecogedor. La mayoría de celdas están vacías y por los pasillos no se ve a nadie. Los pocos ruidos que se escuchan son los carretones que llevan de un lado a otro las pocas cosas que todavía quedan en el recinto. Hasta el gimnasio está vacío. Han transportado todo el material a la prisión de Quatre Camins. Las dependencias están desiertas. Hasta huelen a vacío. “El olor es diferente”, reconoce un funcionario. La masificación que ha padecido la Modelo durante décadas se ha esfumado. Quedarán en los libros de historia los 13.000 reclusos que la ocuparon durante la Guerra Civil o los 2.500 internos que habitaron en ella a finales de los 80, cuando habían 9 o 10 internos por celda.
NI CANASTAS EN EL PATIO
Pero lo que más sorprende ahora al cruzar el gran portalón es el silencio, solo roto por el sonido que hacen las gruesas puertas metálicas de las cancelas, donde los poco funcionarios que quedan siguen actuando como siempre, controlando a las personas que pasan por estos espacios claustrofóbicos. No se abre una puerta hasta que no se cierra la que has pasado. Para llegar al núcleo central de la cárcel, donde está la garita principal de vigilancia y desde donde se distribuyen las galerías, se han de pasar unas cuantas de esas cancelas. Los protocolos de seguridad no se han relajado nada. En el patio no queda ni las canastas de básquet que permitían a los internos hacer algo de deporte. Con tristeza, una funcionaria explica que también han abandonado sus casas las dos familias de compañeros que todavía vivían en unos pisos que estaban dentro del recinto penitenciario.
La frenética actividad en la cocina ha desaparecido. A las 8.30 de la mañana solo queda una cocinera, Gema, y un interno, el susodicho Felipe, que con unos finos guantes maneja los alimentos, aunque también tiene tiempo para hacer un enorme bocadillo. Las grandes ollas están olvidadas en una estantería. En otras más pequeñas han hecho la última comida: garbanzos a la vinagreta, alitas de pollo adobadas, ensalada verde, fruta y yogurt. En la cocina trabajaban 30 internos por la mañana y 28 por la tarde, además de cuatro cocineros externos. Este miércoles, solo había tres presos en cada turno. Gemma, la cocinera, confiesa: “Ver los almacenes vacios. Lo vivo con tristeza”.
A los últimos 25 reclusos les espera este jueves un desayuno especial: café con leche y una pasta sorpresa. Viajarán hacia otros centros con estómago lleno. Está previsto que el último furgón con 12 presos salga alrededor de las 11 de la mañana y que, minutos después, los Mossos finalizarán su servicio. Solo algunos funcionarios trabajarán en el centro hasta el domingo, para ultimar el cierre. Después, la vieja y desdeñada prisión de Barcelona cerrará definitivamente sus puertas. Quedará en su interior ese olor a vacio. El silencio campará a sus anchas.
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