La tienda de la que habría sido cliente Sherlock Holmes

Raig y su colosal catálogo de instrumentos de medición cumplen 90 años en Barcelona

Barceloneando Raig

Barceloneando Raig / periodico

Carles Cols

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Una tienda de Barcelona cumple 90 años este 2016 y no cierra, lo cual, si se repasa el más reciente obituario comercial de la ciudad, resulta que casi es insólito. Es Raig, el establecimiento que durante 86 años ocupó un pequeño local exactamente en la esquina de la calle de Pelai con la Rambla, inconfundible por la media docena de telescopios que, en marcial formación, apuntaban al firmamento.

Con la borrachera de los alquileres (ya saben, esa subasta permanente de los bajos comerciales de la ciudad al mejor postor), los dueños, la familia Serra, dejaron aquel entrañable local de apenas 40 metros cuadrados y se trasladaron a la calle de Consell de Cent, donde el próximo 21 de diciembre cumplirá formalmente 90 años una tienda única en unos 1.000 kilómetros a la redonda, no por su aspecto (un poco soviético), sino por su contenido, un espatarrante catálogo de instrumentos de medición y observación, el lugar perfecto para proveerse antes de partir en busca de un tesoro (el detector de metales Fisher CZ-3D tiene una pinta estupenda), dedicarse a la observación de murciélagos (el binocular nocturno Yukon Tracker le da a uno un aire de comando Seal que intimida), circunvalar la tierra en velero como antaño (con un sextante como el que usa el capitán Haddock en el sello conmemorativo de 54 céntimos de euro), ir al Liceu 'comme il faut' (los prismáticos Eschembach Diva 3x se recomienda para “damas exigentes”, eso dice el prospecto), observar planetas, calcular mareas, pesar con infinitesimal precisión…, vamos, un mundo de posibilidades.

Rambla esquina Pelai. Esa fue durante 86 años la icónica dirección postal de la tienda. Con la subasta de los alquileres, se trasladó

La especialidad original, y que aún perdura, era la observación meteorológica, una afición, según explica Carles Serra (junto a su hermana Susana, actual propietario del negocio) muy catalana. El registro pluviométrico de Barcelona, por ejemplo, se remonta a 1786. Este es un país de payeses y pescadores o de hijos de payeses y pescadores. Pero en 1926, cuando la familia Moga abrió la tienda (los Serra la compraron en 1975), la pulsión meteorológica iba más allá de la necesidad de saber cuán hermosos iban a crecer los viñedos o las alcachofas. Hacía solo cinco años que la Mancomunitat había consumado la creación del Servei Meteorològic de Catalunya y había nombrado a Eduard Fontseré primer director de esa institución. La curiosidad científica y tecnológica de Barcelona era entonces insaciable, parece que apabullante en comparación con la actual. Los meteorólogos locales (ahí va un ejemplo) participaron entonces en un proyecto mundial mayúsculo, la elaboración del Atlas Internacional de las Nubes y del Estado de los Cielos, porque resulta que la aviación, toda una novedad, permitió clasificar las nubes con una clarividencia antes imposible. Total, que en esa salsa boloñesa de pasión científica abrió sus puertas Raig en 1926 y, además, en una esquina icónica, tal vez la que más de la ciudad, justo en la bisagra de la Barcelona antigua y la moderna. Siempre queda bien imaginar que George Orwell se refugió en algún momento en ese portal cuando tuvo que salir por piernas de la ciudad que vino a defender como brigadista internacional, y no porque las tropas franquistas hubieran ya entrado por la Diagonal, sino por el juego de tronos en el que andaban enzarzados el PSUC y el POUM.

Noventa años después y en Consell de Cent, Raig tal vez no tenga a primer golpe de vista aquel aire entrañable de cuando los termómetros eran de mercurio, que cuando se rompían en casa empezaba el juego de juntar gotas a gatas por el piso, pero es una visita muy recomendable, aunque, con precaución, porque tiene su vicio. Al lado de la sección de telescopios o de la de estaciones meterológicas domésticas, lo natural sería suponer que la de lupas, justo en frente de los prestigiosos dinamómetros suizos, es prescindible, pero esa es una suposición digna de John H. Watson. Están las de cuentahilos, las de relojero, las de botón, las de contacto, las de robot, las maculares, las digitales con luz…Lo dicho, un vicio. “Vendemos unos 2.000 productos distintos, para observar y para mesurar”, asegura Serra.

"Datos, datos, datos, "Datos, datos, datos, no puedo fabricar ladrillos sin arcilla", dijo el personaje de Doyle. De eso va Raig

Total, una tienda anciana, que sobrevive en esta Barcelona que se vende al mejor postor, lo cual ya tiene mérito, y, desde la perspectiva de un Sherlock Holmes, indispensable. “Datos, datos, datos, no puedo fabricar ladrillos sin arcilla”, protestaba el personaje de Arthur Conan Doyle en 'El misterio de Copper Beeches'. Pues esa es la especialidad de Raig.