Conviviendo con el forastero
Historias de turistas y anfitriones en las zonas más saturadas de alojamiento y en las que menos ofrecen
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA
El agua se abre camino montaña abajo. Suele generar caudales que terminan en meandros, en ríos. Se genera una cierta rutina y todo va a parar al mismo lugar. Al turista le sucede algo parecido. El forastero que visita Barcelona quiere hospedarse en el corazón de la ciudad porque así, cree él en su inmensa inercia, lo tiene todo más a mano y lo vive todo con mayor intensidad. Es como ser de aquí, debe de pensar.
Es así como las grandes urbes, o mejor dicho, los operadores privados, concentran toda la oferta en el núcleo. Tanto pides, tanto tienes. Y es así, si la cosa pública no lo remedia antes, cómo los barrios empiezan, primero con curiosidad, más tarde con irritación, y ya luego con un manifiesto cabreo, a mutar su piel y sus costumbres. Cambia el ambiente, los comercios, la gente. Y los precios. La capital catalana ha aumentado en cinco años su oferta de pisos turísticos en un 309% hasta las 9.606 licencias legales. Se suman a los hoteles, pensiones, albergues, residencias y demás tipologías de alojamiento. Hasta el punto de que hay zonas en las que la población forastera triplica a la local, como sucede en el entorno de la plaza de Catalunya, mientras que en otras, como en la Guineueta, los turistas caben en un solo taxi.
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