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Un plató de las barracas al Putxet

La Filmoteca dedica una retrospectiva a Rovira Beleta, director de 'Los Tarantos'

Antonio Gades, en un fotograma de 'Los Tarantos', la primera película española nominada a los Oscar.

Antonio Gades, en un fotograma de 'Los Tarantos', la primera película española nominada a los Oscar.

OLGA MERINO / BARCELONA

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La escena, de una perfección formal apabullante, se ha instalado por derecho en los anales del cine: Antonio Gades, solo, baila una farruca en la Rambla bajo el doble arco de las mangueras que riegan los excesos de la madrugada; joven, como un junco, con ese movimiento asentado, de caderas quietas, que lo encumbró en el magisterio del baile sin ser gitano ni andaluz. Por no mencionar, en la misma película, el zapateado de Carmen Amaya sobre el polvo donde se levantaban las barracas de Montjuïc. Hablamos, claro está, de 'Los Tarantos' (1963), del director Francisco Rovira Beleta (Barcelona, 1913-1999).

Cuando el cineasta filmó la cinta, Carmen Amaya estaba ya muy malita, aquejada de una insuficiencia renal, y se embarcó en el proyecto como protagonista contra los consejos del doctor Puigvert. Otro asunto eran los cuatro paquetes de Marlboro que se fumaba a diario, su dieta de café y cigarrillos.

'La Capitana', que así la apodaban desde niña, falleció en su masía de Mas Pinc, en Begur,  el 19 de noviembre de 1963, justo 14 días después del estreno de la película, al que ya no pudo asistir. Y cuatro años más tarde, desaparecía para siempre el poblado chabolista del Somorrostro, junto a la línea de la playa, que la había visto nacer. Una diosa del baile flamenco. Una ¡monstrua¡.

REPOSO ENTRE TOMA Y TOMA

"Mientras se rodaban las escenas en el bar Las Guapas, que ya no existe, Carmen Amaya tenía que reposar entre toma y toma en el establecimiento de en frente", explica Anna Fors, comisaria de la retrospectiva y exposición sobre el cineasta programada en la Filmoteca hasta marzo. Se refiere Anna al restaurante Bidasoa, en el número 21 de la calle d'En Serra, un local más holgado que el primero donde los actores de reparto se vestían. El bar Bidasoa todavía funciona y sigue sirviendo bacalao en salsa verde.

Llegados a este punto, me doy cuenta de que he comenzado la crónica por los pies: 'Más allá de Los Tarantos' es el título la muestra que la Filmo dedica a Rovira Beleta y, sin embargo, ya se han esfumado tres párrafos hablando de ella. Pero es que aquella película, un cruce entre Lorca y Shakespeare, entre las tragedias 'Bodas de sangre y Romeo y Julieta', fue mucha película. Capuletos contra Montescos; Zorongos, que eran los gitanos ricos, tratantes de caballos, frente a la bohemia y el artisteo de los Tarantos, el clan que capitaneaba la matriarca Carmen Amaya.

De todas formas, el programa de mano indica que el propósito de la exposición es que el visitante entre sabiendo de Los Tarantos y salga conociendo a Rovira Beleta. Una muestra que comenzó a gestarse cuando la familia del director, a su fallecimiento, depositó su fondo en la Filmoteca, un legado en el que Anna Fors ha estado buceando durante dos años. Álbumes de fotos de los rodajes, guiones, dibujos, apuntes… Un perfeccionista autodidacta que tal vez habría llegado «mucho más lejos de no haber existido la censura franquista», apunta la comisaria.

La larga sombra de 'Los Tarantos', -la primera película española nominada a los Oscar, aunque el galardón se lo acabó llevando Ocho y medio, de Federico Fellini- eclipsó una obra que también transitó por el cine negro y el social con marcada influencia del neorrealismo italiano.

Rovira Beleta, coqueto, un punto vanidoso y que de joven se daba cierto aire a Omar Sharif, empleó muchos espacios de la ciudad como decorado natural, una Barcelona que luce en sus películas callejera y a la vez señorona. En 'Once pares de botas' aparece la Sala Bikini en los años 50; en Los atracadores, la Biblioteca de Catalunya se transmuta en penal; para 'Doce horas de vida', que fue su primera película y transcurre en un paraje marroquí, se trasladó al Putxet por la simple razón de que había palmeras y alguna mansión de aspecto moruno, explica el director adjunto.

Octavi Martí agrega con mucha gracia que el director barcelonés parecía tener un catálogo de imágenes para enmarcar las emociones de sus personajes. "Para las confidencias o las declaraciones de amor, las vistas desde Montjuic le encajaban como un guante". Para las escenas de ambiente proletario, se llevaba la cámara hasta el puerto o se zambullía en las callejuelas del entonces barrio chino. Y la gente que llegaba del pueblo en sus filmes lo hacía indefectiblemente por la estación de Francia para acabar en una pensión de la plaza Reial.  Al director le fascinaban las estaciones y los penachos de humo.

De hecho, una fórmula interesante de visitar la exposición y recordar sus películas es hacerlo con una brújula mental a la busca de cambios en el paisaje urbano o de escenarios de una Barcelona desaparecida para siempre jamás.