Un fisgón en el hotel Axel

No hay hotel con mayor tasa de ocupación en Barcelona, pero lo que gusta contar de él son sus secretos

'Disturb me', el tercer cartel de las habitaciones del Axel, para el caso, como el cartel de los pastelitos de Alicia.

'Disturb me', el tercer cartel de las habitaciones del Axel, para el caso, como el cartel de los pastelitos de Alicia.

Carles Cols

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De los hoteles de la ciudad en la que se reside lo común es conocer solo la fachada. Es cierto que algunos establecimientos promocionan ahora la copa en la terraza, pero lo que ofrecen son expresamente vistas sobre la ciudad, no una excursión voyeur a su intimidad cotidiana. Es realidad, no suele haber mucho que enseñar, porque el manual de uso de un hotel, sea en Ourense, en Otawa o en Odessa, suele ser siempre el mismo, salvo que se trate del Axel, el negocio que desde el 2003 predica el evangelio del LGBT en Barcelona en la intersección de las calles de Aribau y Consell de Cent. Walter Burns, director del Examiner en Primera plana, afirmaba rotundo que «nadie lee el segundo párrafo» de una noticia. Harían mal esta vez en no hacerlo.

El Axel es, salvo que el director de otro hotel de Barcelona levante el dedo y diga lo contrario, el establecimiento con la tasa de ocupación más alta de la ciudad. En el 2014, la media fue del 94%. Altísima, sin duda. Pero, sinceramente, lo que mueve a un hetero a cruzar la puerta de acceso del edificio no es echar un ojo al libro de registro de clientes, aburrido como una misa, sino fisgar en lo inusual, descubrir hasta qué punto pueden ser distintos los códigos de conducta de la sociedad homosexual. Y ahí están, para empezar, las tres tarjetas que los clientes pueden colgar en el pomo exterior de la puerta. En los hoteles comunes solo hay dos. El conocido Please, make up my room, en el que están las toallas por el suelo y la cama por hacer, y el Do not disturb, para cuando se duerme a pierna suelta o lo que sea. En el Axel la tercera es un explícito Disturb me, como si el cliente de la habitación fuera un lewiscarrolliano pastelillo con su etiqueta de cómeme.

Más pasmo causa con mirada hetero la disposición de las duchas en la arquitectura del hotel. Están, como corresponde, en las habitaciones, pero son acristaladas, de modo que la ducha, si así se desea, puede ser un acto de exhibición visible desde el resto del hotel. En caso de que se desee intimidad, basta con cerrar la persiana veneciana.

Estos dos detalles, las tarjetas y las duchas, son perfectas para ir a lo serio, a los días en que Juan Juliá, dueño del Axel, buscó crédito en los bancos para llevar a cabo su proyecto, porque intuyó que ese incomodo por el que pasan las parejas gais cuando piden una cama de matrimonio en los hoteles clásicos era, en una ciudad con fama internacional de tolerante, una inversión segura si se le ponía remedio. Del padre de los hermanos Wright, los pioneros del avión, se recuerda en ocasiones que era el mayor de los escépticos con respecto a los planes de sus hijos, Wilbur y Orville. «El hombre nunca volará, pues eso está reservado para los ángeles». Milton Wright era obispo. Tal vez eso disculpa en parte su falta de fe en la ciencia. Eso tanto da. Viene al caso aquel episodio porque fue en 1903, 100 años antes de que el Axel echara a volar, y sirve así para aplaudir de una tacada a todos cuantos respaldaron tan extravagante plan de Juliá.

Fiesta en la piscina

Pasados 12 años, cuentan, (esto no es de primera mano) que las pool parties de la terraza son proverbiales. La gracia de no haber estado nunca en una de ellas es que puede trabajar con absoluta libertad creativa el lóbulo cerebral de la imaginación, esté donde esté ese pliegue, y suponer así que aquello es, pincelada más, pincelada menos, como uno de aquellos cuadros hiperrealistas de Terry Rodgers, especialista en una suerte de bodegones de sexualidad humana que merece la pena conocer. La lástima es que no haya obras suyas expuestas en España. El hall del Axel sería un lugar estupendo para ello. Queda dicho, Juliá.

Esta excursión hetero por el cronológicamente primer hotel LGBT de la ciudad podría acabar aquí, como un simple trabajo de chafardería. Sería un error. A su manera, y es solo una opinión, el Axel es la versión moderna del combativo Front d'Alliberament Gai de Catalunya y su lucha contra la homofobia. Barcelona, en este campo, tiene poco que envidiar ya a Berlín o San Francisco, vive y deja vivir. La comunión es tan notable que el Axel se publicita en el mundo como un hotel heterofriendly, de modo que una cuarta parte de los clientes no son gais. Parece que se duchan con la persiana cerrada.