BARCELONEANDO

Tras los pasos del Pijoaparte

Un actor 'amateur' encarnó al 'hijo' de Marsé en una ruta a pie por el Carmel

El actor 'amateur' Raül Climent, recostado en la barra del bar Delicias.

El actor 'amateur' Raül Climent, recostado en la barra del bar Delicias.

OLGA MERINO

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Da rabia que suceda, pero pasa: cuando ves una peli después de haber leído el libro, el rostro del actor suele quedarse tan grabado en las meninges que ya es imposible separar sus facciones de las del personaje que habita en el papel. Por ejemplo, el Pijoaparte, criatura de mi admirado Juan Marsé: piensas en él y automáticamente te viene a la cabeza la guapura agitanada y un poco golfa del intérprete que le dio vida en el cine, en la adaptación de Gonzalo Herralde. El actor se llamaba Ángel Alcázar y murió, el pobre, hará un par de años, a los 57.

Fue así cómo me llevé un pequeño chasco el otro día, cuando al encuentro del Pijoaparte me salió al paso Raül Climent, un caballero de hechuras rubias, ojos verdes y cara de muy buena gente, nada que ver con el perfil canalla, de charnego buscavidas, imaginado en 'Últimas tardes con Teresa'. Resulta que a Raül, administrativo de profesión y actor en los ratos libres, le tocaba encarnar al inolvidable mangui de barrio en una lectura dramatizada, un itinerario a pie por el Carmel, Can Baró y el Guinardó a través de los escenarios literarios de Marsé Mercè Rodoreda. En su honor, la ruta ha sido bautizada 'De Marsé a Mercè' y se hizo el sábado pasado partiendo de la biblioteca del Carmel. Exitazo total: un centenar de inscritos, más los que tuvieron que quedarse fuera.

Es una lástima que el paseo, con actores y lecturas, se organice una sola vez al año -con esta ya van tres convocatorias, siempre en las postrimerías de Sant Jordi-, pero queda el recurso de montárselo uno a su aire, ahora que el metro funciona y hay algún tramo con escaleras mecánicas. Merece la pena repechar las cuestas por el espectáculo de contemplar la ciudad desde las alturas.

Metido en su papel de trepa caradura, Raül Climent, miembro del grupo de teatro 'amateur' Rocaguinarda, venía vestido casi como el personaje en las primeras páginas de 'Últimas tardes…', «con un flamante traje de verano color canela», cuando de esta guisa se agencia una motocicleta impune en la plaza de Sanllehy para desplazarse hasta la barriada de Sant Gervasi. Es la verbena de Sant Joan de 1956.

Raül desempeñó con dignidad el papel que le había tocado en suerte: tenía que pedirle a un chaval que le comprara un paquete de Chester en el Delicias, su bar de cabecera, y esperar a que el chiquillo le entregara también a la salida una carta llegada a su nombre. Era de Teresa, de Teresa Serrat, la universitaria de clase alta, hija de papá y pijaprogre, quien en su candidez se enamora del charnego Manolo Reyes creyéndole un obrero de los de verdad y no el ladrón ocasional de motos que resulta ser. Un rostro, el de Teresa, ya indisociable del de la actriz Maribel Martín (¿qué se habrá hecho de ella?). El amor les dura menos que una candela de papeles.

En la novela, figura que el Pijoaparte vive en las barracas de Francisco Alegre, y entonces, en los años 50, también sucedían cosas parecidas en la vida real: los inmigrantes asentados en la falda del monte se habían construido las chabolas con sus propias manos en calles sin asfalto ni nombre, de manera que la correspondencia les llegaba a los bares aledaños. Locales como el mesón Las Delicias del Carmelo, situado justo debajo de las baterías antiaéreas republicanas. Fue fundado a mediados de los años 20 y permanece ahí, en pie, en un desafío a las apisonadoras que se están llevando por delante los establecimientos más emblemáticos del centro.

Gentes de trato fácil

Hace cinco años, Elisabeth José y su familia adquirieron el negocio, que estaba en traspaso, y junto con el contrato heredaron la receta de las patatas suizas, que continúan siendo la tapa reina del bar con su alioli y la salsa romesco. La familia no sabe con exactitud cuándo se tomó la foto en blanco y negro que acompaña esta página (parece de los años 60). Igual que en la novela de Marsé, el Delicias lo siguen frecuentando «gentes de trato fácil, una ensalada picante de varias regiones del país, especialmente del sur».

El sábado, a las puertas del bar, al observar el revuelo de gentes y actores que había congregado el paseo comunal, una vecina llamada Marina preguntó a un grupo de jubilados: «¿Esto de qué va?, ¿de política?». Los abuelos, que charlaban en los jardines de Juan Ponce, le explicaron que no, que se trataba de un teatrillo o algo así. Pero Marina, oriunda de un pueblo de León y llegada al Carmel hace más de 40 años, cuando las cabras todavía triscaban por los desniveles, insistió: «Los políticos, el dinero bien que lo cogen, pero del barrio ni se acuerdan». La señora pedía que un autobús remonte la calle de Mühlberg; escrito queda.