Los agentes cívicos se abren paso como 'polis buenos' e informadores

Dos agentes cívicas al pie de la Sagrada Família, en el turno de mañanas, la semana pasada.

Dos agentes cívicas al pie de la Sagrada Família, en el turno de mañanas, la semana pasada.

PATRICIA CASTÁN / BARCELONA

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El chillón color naranja de sus chaquetas y chalecos les confiere cierta autoridad uniformada. Sin alcanzar el poderío -a golpe de multa- que tiene el guardia urbano o la autoridad policial de los Mossos, la nueva figura del agente cívico a jornada completa se va haciendo un hueco, respetado, en el paisaje urbano de Barcelona. Solo son 25, de momento, los desplegados en tres zonas turísticas de la ciudad, pero el balance de su primera semana en activo arroja ya 2.600 intervenciones que dan una idea de su nuevo papel en la capital catalana. En torno al 60% de sus actuaciones han apuntado -como estaba previsto- a preservar el civismo, mientras que el resto han sido requerimientos del propio paseante, básicamente petición de información turística o alguna consulta ciudadana.

La figura del agente cívico no es nueva en Barcelona. Forma parte de acciones puntuales contra el ruido en zonas con terrazas las noches de verano, o en campañas contra el botellón en ejes de ocio... pero no habían tenido una misión tan integral como ahora, cuando trabajan en jornada completa en un territorio acotado y velando por el cumplimiento de 33 puntos de la ordenanza del civismo. Su tarea abarca desde evitar los excesos en la calle (ruidos, venta ambulante, ir sin ropa...) a regular la saturación de viandantes en una determinada acera. Sin multas. Disuadiendo, como polis buenos.

Apostados en primera línea de fuego (sus tres zonas iniciales son el entorno del templo de la Sagrada Família, la Barceloneta y los accesos al parque Güell) los 25 agentes (más mujeres que hombres) aún se están familiarizando con el vecindario y aprendiendo a lidiar con el turismo. Aunque su tarea sea predicar sobre la ordenanza (a patrios y foráneos), en la práctica están destinados en puntos de especial saturación y son sufragados por la parte de la tasa turística que ingresa el ayuntamiento. Bajo un sol de justicia, y aún con la indumentaria de manga larga, Silvia, encargada de servicio, lidia con cientos de paseantes en la acera de Marina de la Sagrada Família.

Disuasión verbal

Provista de un número de identificación, un pinganillo y una sonrisa, la operaria tiene que reconducir a la masa que abarrota la acera, o alertar de que aún no es el momento de cruzar (en rojo), o avisar de que en el parque de enfrente -con zona infantil- no se puede fumar, ni vender en plan ambulante, ni pintar a cambio de dinero, ni sentarse a beber cerveza. Multifunción, siempre dialogante.

¿Es posible ser respetado sin sanciones y sin más arma que un teléfono? «Sentimos que nos hacen caso, el uniforme es respetado», opina. En el perímetro del templo de Gaudí son seis trabajadores de mañana y seis de tarde, mientras que en el barrio marinero son cuatro y cuatro, y en Gràcia, uno y uno. Una parte proceden del servicio de zona azul de aparcamiento. Se ofrecieron voluntarios, como ella, y de momento están satisfechos de la nueva tarea, más grata que multar a los que no pagan por estacionar en la calle.

Tanto ellos como los compañeros prodecentes del paro y fichados a través de los programas de Barcelona Activa, pasaron por una semana de formación para memorizar las ordenanzas cívicas que deben inculcar al prójimo, y los protocolos para pacificar algunas zonas. «Estamos en contacto permanente con la Urbana», cuenta Silvia. A ella recurren si alguien no depone una actitud incìvica o si hay un problema de tráfico en la calzada, donde no actúan.

Nada que ver su rutina en un barrio u otro. En la Barceloneta, los excesos de bicis, patinetes y demás ruedas por las aceras copan buena parte de sus actuaciones. Así como la detección de venta ambulante de mojitos a pie de playa. En el Eixample, en cambio, hay que regular flujos de turistas para evitar tapones y atender a viajeros a los que roban al despiste.

Según explican a este diario en Barcelona de Serveis Municipals, la intervención más habitual de los agentes entre el 1 y el 8 de abril, ha sido la invasión de vehículos de dos ruedas en aceras (378), seguida por cruces de peatones fuera de los pasos (293), comercio ambulante no autorizado (159) y regulación de la tumultuosa parada de taxis de la calle de Olot, ante el parque Güell (78).

¿Cómo es el agente tipo? De momento, de entre 30 y pocos años a más de 40, dialogante y con ganas de pisar ciudad. Algunos, como Felisa, muy volcados en su nuevo empleo, tras casi tres años en el paro y cumplidos los 45. Tiene experiencia en el sector del comercio y ha hecho diversos cursos formativos, pero cree que la han elegido por ser buena «comunicadora». «Solventar problemas hablando» y adoctrinar tanto al turista como al «vecino que no conoce la normativa» resumen su jornada. «Hay quien te ve de lejos y ya ata al perrito», dice satisfecha. Los residentes mantienen que su presencia aporta seguridad. De hecho, entre su rutina figura detectar posibles sospechosos de hurtos y notificarlos a la Urbana de inmediato.

En la Barceloneta, los vecinos agradecen el apoyo, pero insisten en que el incivismo en el barrio se dispara al anochecer, y que es entonces cuando faltan uniformes.