BARCELONEANDO
Ríos de tinta por borrar
La eliminación de tatuajes está en auge. Es la puerta de atrás de San Valentín
José conoce a Maria. José y Maria se enamoran. Se enamoran tanto que su amor, opinan, debe quedar perpetuado. Porque ese amor va a resistir el paso de los siglos, atravesará los océanos del tiempo, superará zozobras y necesitará una capilla sixtina, una catedral artística que le haga justicia y le dé posteridad. La piel propia, qué gran idea. José y Maria deciden hacerse un tatuaje que proclame su amor imborrable.
(Unos años después…)
Alguien tiene que ocuparse del trabajo sucio de reinsertar a los románticos desengañados, aunque no resulte agradable ser el sepulturero de los corazones muertos precisamente en vísperas de San Valentín. Pero es necesario. Cuando se derrumban, los enamoramientos dejan escombros, y, cada vez con más frecuencia, manchas. Como una viruela de tinta que tiende a cronificarse. Sin embargo, estamos en el siglo XXI y eso ya se puede curar.
Marcos Ferreiro habla con conocimiento de causa. Es uno de los socios de Tattoo Cleaners, una de las pocas empresas de Barcelona que borran tatuajes, y él mismo eliminó de su piel la huella de un querer marchito. «Fue en 1998. Hacía la mili en Melilla y mi novia vivía en Lugo. La juventud, la distancia, la complicidad… Total, decidimos tatuarnos lo mismo. La relación terminó a los dos años y el tatuaje se mantuvo ahí durante un tiempo», explica Marcos, mientras Kati Pelay, su actual pareja y copropietaria del negocio, escucha sin asomo de celos. «Me costó 5.000 pesetas», recuerda él. Han pasado muchos años y destruirlo sale un poco más caro, aunque duele menos. «Para una superficie de 15 por 15 centímetros, que viene a ser lo habitual, cada sesión cuesta 59 euros. A veces basta con cuatro sesiones, pero lo normal son entre ocho y diez», aclara Kati.El arrepentimiento es negocio
Tras un pasado laboral en la banca, supo ver que el arrepentimiento del prójimo siempre ofrece un porvenir y hace dos años montó la empresa junto a Marcos, que ya tenía experiencia en el mundo de la estética. Las cosas les iban bien y encima el azar les dio un empujón insospechado: la ruptura de Antonio Banderas y Melanie Griffith. Ella lucía un «Antonio» nada discreto dentro de un corazón en el brazo derecho. De pronto se empezó a diluir, y un buen día desapareció del todo. El interés por el borrado de tatuajes aumentó, tal vez había mucha gente que desconocía que la tinta del amor no es eterna. La cuestión es que Kati y Marcos lo notaron en su facturación.
El sistema para liquidar huellas de las vidas anteriores de una persona es un láser, tan redentor como el de Luke Skywalker dando cuenta de Darth Vader. «Se pasa por todo el tatuaje -precisa Kati- y rompe el pigmento en fragmentos lo bastante pequeños para que el organismo pueda expulsarlos por sí solo». El negro, curiosamente, es más fácil de borrar, y si el usuario es temeroso se puede aplicar un anestésico.
La clientela no consiste solo en Romeos y Julietas con el chasco a cuestas. También hay aspirantes a militares y policías, o profesionales de otros oficios reñidos con los cuerpos pintarrajeados. Y luego están los que se retractan por la vía de urgencia. Jóvenes que en un arrebato se tatúan -no necesariamente un dibujo amoroso- y a la semana ya corren a visitarlos, arrepentidos. En ese caso, deben esperar tres meses para empezar el borrado. Hacerlo inmediatamente no sería eficaz.
Kati y Marcos han visto mucho. Parejas que entran en su local, «solo por preguntar», y acaban con él o ella apretando al otro para que empiece cuanto antes el tratamiento liquidador. Algunos se someten al láser con prisas por ir a exhibir de inmediato, limpio de cualquier pasado, el brazo donde antes se veía escrito un «Maria» o un «José». «Un chico», cuenta Kati, «se quitó el nombre de su ex en braille». Quizá lo hizo cara a la próxima novia. Por si fuese cierto que el amor es ciego.
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